Читать книгу Historias malditas y ocultas de la historia - Francisco José Fernández García - Страница 21

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Sólo es capaz de realizar los sueños el que, cuando llega la hora, sabe estar despierto.

León Daudí


JUAN PONCE DE LEÓN Y LA ETERNA JUVENTUD

Este aguerrido personaje, descubridor de La Florida y conquistador de Puerto Rico, nació en 1460 en el vallisoletano pueblo de Santervás de Campos. De pequeño fue paje del rey Fernando II de Aragón, pues su familia estaba vinculada con la nobleza; de mayor, fue gestando en batallas como la guerra de Granada su espíritu y temple guerrero. Posteriormente dicha veteranía militar le sirvió contra los indios caribes.

Ponce de León fijó su residencia en Caparra, lugar rico en oro y junto al puerto llamado Rico que luego dio nombre a la isla. Ponce se dedicó a fundar pueblos por doquier y a utilizar a los indígenas a su antojo, hasta que éstos, cansados de tantos abusos, empezaron a añorar su falta de libertad. El conspirador de la revuelta indígena fue un tal Agueybaná, que se dedicó a matar a todos los conquistadores que caían en sus manos, tras haberse enterado de que eran tan dioses como parecían.

Al principio los indígenas estaban convencidos de que los españoles eran dioses y por ello no se les podía matar. Un buen día, un indio llamado Bayoan decidió probar si tal teoría era cierta, utilizando para ello a un español llamado Salcedo. Mandó que le secuestraran y que le sumergieran después en el agua para ver qué le ocurría; lógicamente falleció por asfixia. A pesar de ello, los indígenas no quedaron muy convencidos con la prueba y decidieron vigilar sus restos varios días, por si volvía a la vida. Pasados tres días, y viendo que Salcedo no se levantaba y el olor iba siendo acusado, Bayoan y los suyos dictaminaron que había muerto. Los indígenas habían descubierto que a los españoles se los podía matar.

Ante este gran descubrimiento, decidieron levantar las armas. Ponce, escaso de soldados, optó por la táctica de guerrillas. Grupos de 30 hombres se lanzaban en incursiones de castigo contra los indios, acosándolos en unas ocasiones o emboscándolos en otras. Cuentan las crónicas que entre aquellos soldados destacó uno muy especial y de gran fama por entonces, llamado Becerrillo. El tal Becerrillo era de raza canina y demostraba gran arrojo y valentía. Se dice que Becerrillo sabía distinguir a los indios buenos de los malos. A los primeros los colmaba de cariñosos lengüetazos y a los segundos los hacía correr a mordiscos; los indios no estaban acostumbrados a estos animales y les tenían auténtico pavor. Becerrillo tenía asignados casi los mismos privilegios que los soldados en cuanto a paga y raciones. Finalmente, murió en acto de servicio, a causa de un dardo envenenado que le tiraron mientras perseguía a un enemigo de Ponce. Durante mucho tiempo se habló de sus grandes gestas y mé-

ritos.

Ponce de León, por cuestiones políticas, entregó el gobierno de la isla y decidió seguir explorando el nuevo mundo a golpe de espada. En una de sus exploraciones un grupo de indígenas le puso tras la pista de unas tierras ricas en oro y donde se hallaba el más preciado tesoro de todos: la fuente de la eterna juventud. Sólo tenía que darse un chapuzón y saldría rejuvenecido. Estos mismos indígenas, según relataron a Ponce, habían enviado a un grupo para buscarla que jamás regresó, por lo que dedujeron que la habían hallado y no sintieron la necesidad de volver.

Hay que tener en cuenta que nuestro protagonista era ya de edad algo avanzada y el nuevo mundo toda una novedad de fauna y flora; además, la gente culta de entonces daba crédito a todas esas leyendas. En una misiva de Pedro Mártir al papa León X, se dice lo siguiente:

Al norte de la isla Española y a unas 325 leguas de distancia, según los que lo han explorado, se encuentra un manantial de agua viva que tiene la virtud de restablecer a los ancianos su juventud cuando beben de ella.

En dicha carta se asegura que esto es verídico y que se debe a la gracia de Dios.

El 3 de marzo del 1512, Juan Ponce salió de San Germán, Puerto Rico, con tres barcos que había preparado para la ocasión, rumbo hacia las tierras de la milagrosa fuente. El día 14 llegó a Guanahaní y luego a San Salvador. Al tocar tierra, emprendió las pesquisas para encontrar la ubicación de la fuente, pero no lo logró, a pesar de beber sorbos de todas las aguas que salieron a su paso: ríos, cascadas, manantiales y lagos, incluso de aguas saladas. Ponce no desesperó y prosiguió, ya que creyó haberse equivocado de lugar.

El 2 de abril llegó a unas hermosas tierras de árboles y campos llenos de flores, y como era Domingo de Ramos, las bautizó con el nombre de La Florida. Allí reanudó su búsqueda de fuentes y oro, pero sin resultados. El 14 de junio dio la vuelta y se dirigió a Puerto Rico, con la esperanza de encontrar algún indicio de su fuente. A la vuelta encontró la que sería llamada, y aún hoy, la isla de las Tortugas, e hizo una buena provisión de éstas.

Con el paso del tiempo y ya cansado, Ponce decidió delegar la búsqueda en su hombre de confianza, Juan Pérez de Ortubia, que obtuvo los mismos e infructuosos resultados. Ponce murió sin ver realizado su sueño de eterna juventud, pero lo que de momento parece eterno e inalterado es el epitafio que luce su tumba: «Mole sub hac fortis requiescunt Leonis, Qui vicit factis nomina magna suis», que vendría a significar algo así como: «Este lugar estrecho es el sepulcro de un varón, cuyo nombre era León, dando muestra de ello en todas las acciones que emprendía».

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