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ESCENA IV

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En la casa de Walther Furst.

WALTHER FURST y ARNOLDO DE MELCHTHAL. Salen por diverso lado.

MELCHTHAL. –– Maestro Walther Furst. .

WALTHER.–– Si nos sorprendieran... Aguardad... estamos rodeados de espías.

MELCHTHAL.––¿No me traéis noticia alguna de Unterwald? ¿de mi padre? Se me hace insoportable seguir aquí, ocioso como un prisionero. ¿Qué hice yo, para verme forzado a ocultarme lo mismo que un criminal? ¡Por fracturar un dedo, de un palo, al lacayo insolente que quiso apoderarse por orden del gobernador de la mejor yunta que poseo!...

WALTHER.–– Sois demasiado vivo de genio. El hombre estaba al servicio del gobernador, y era en-viado suyo. Habíais incurrido en una falta, y por penoso que os fuera, debíais soportar en silencio su castigo.

MELCHTHAL. –– ¿Debía soportar también las frases insolentes .de este miserable? Si el labrador, di-jo, quiere comer, puede tirar él mismo de la carreta. Sentí que se me partía el corazón, cuando le ví des-uncir mi hermoso par de bueyes; mugían sordamente y topetaban como si hubiesen conocido la injusticia. Entonces, arrebatado por la cólera, fuera de mí, apaleé al mensajero.

WALTHER.––¡Oh! si a duras pénas dominamos nuestro corazón, ¿qué hará la ardiente juventud?

MELCHTHAL.—Solo el recuerdo de mi padre causa mi aflicción. Necesita de mis cuidados, y su hijo vive lejos de él. Odiado por el go bernador, porque defendió noblemente la causa de la justicia y la libertad, ¡ay! será oprimido ¡pobre anciano! y no tiene quien le defien da de un ultraje. Sea de mí lo que quiera vuelo a su encuentro.

WALTHER.––Aguardad con paciencia, al menos hasta que nos lleguen noticias de Unterwald.. . Oigo que llaman; retiraos. Tal vez un emisarios del gobernador... Escondeos; en Uri no estáis al abrigo del poder de Landenberg, porque los tiranos se auxilian mutuamente.

MELCHTHAL.––Nos enseñan lo que debiéramos hacer nosotros.

WALTHER.––Escondeos; os llamaré, si nada hubiese que temer. (MELCHTHAL se va.)

¡Desdi-

chado! ... No me atrevo a confesarle la desgracia que presiento. ––¿Quién?... ¡Siempre que llaman, aguardo una calamidad! La sospecha y la traición velan en torno; los satélites de la tiranía se introducen hasta en el sagrado del hogar... ; pronto será necesario atrancar las puertas y echar cerrojos. (Abre, y retrocede sorprendido viendo a WERNER STAUFFACHER.) ¿Qué veo?... ¡Vos... Wer ner! ¡Bien, digno y querido huésped, por vida mía! Otro mejor que Vos no pisó nunca estos umbrales. ¡Bienvenido a mi casa!, ¿Qué os trae por acá?... ¿Qué buscáis en Uri?

STAUFFACHER.–– (Dándole la Mano.) El tiempo viejo, y la vieja suiza.

WALTHER.––Van con vos, amigo. ¡Cuánto me alegro de veros! vues tra sola presencia me alegra el corazón. Sentaos, maestro Werner... ¿Cómo habéis dejado a vuestra buena esposa Gertrudis, la discreta hija del prudente Iberg?... Cuantos se dirigen de Alemania a Italia, elogian vuestro hospitalario techo.

Pero decidme, si venís de Fluelen, ¿habéis observado alguna novedad antes de llegar aquí?

STAU FFACHER.–– (Se Sienta.) He visto un nuevo y sorprendente edificio que no me alegró mucho que digamos.

WALTHER.––¡Ah! amigo mío. De una sola ojeada lo habéis visto todo.

STAUFFACHER.––Nunca se vio tal en Uri; no hay memoria de que hayan existido cárceles en nuestra patria, ni otra construcción durable que no fuese la tumba

WALTHER.–– Y esta es la libertad; le habéis dado su verdadero nombre.

STAUFACHER. ––Maestro Walther Furst, no quiero ocultamos que no me trae aquí ociosa curiosi-dad; vengo preocupado por tristes ideas. Dejé en mi cantón la tiranía, y hallo la tiranía aquí. Nuestros sufrimientos son ya de todo en todo insoportables, y no se ve fin a semejante es tado. De antiguo, Suiza fue siempre libre..., estamos acostumbrados a ser regidos con bondad. Desde que los pastores recorren estas montañas, no se vio jamás nada semejante a lo que hoy ocurre.

WALTHER.––Verdad; no hay ejemplo de conducta parecida; nuestro noble señor de Attinghausen que alcanzó los viejos tiempos, opina co mo nosotros, que esto es insoportable.

STAUFFACHER. –– En Unterwald también va muy mal la cosa. Ha ocurrido un caso de cruenta venganza. Wolfenschieszen, baile del em perador, que residía en Rossberg, codiciaba la esposa de Baumgarten de Alzellen, y como quisiera recurrir a la violencia, éste lo mató de un hachazo.

WALTHER. –– ¡Justos castigos de Dios! ... ¿Baumgarten

habéis dicho?... hombre honrado y bonda-

doso... ¿Logró escapar y esconderse?

STAUFFACHER.––Vuestro yerno lo condujo a la opuesta orilla del lago, y yo le dí asilo en mi casa.

El buen hombre me ha contado algo más espantoso todavía, ocurrido en Sarnen; algo que debe partir el corazón de todo hombre de bien.

WALTHER.–– (Prestando atención.) Decidme ¿qué ha pasado?

STAUFFACHER.––Vive en Melch thal, cerca de Kerns, un buen hombre, llamado Enrique de Halden, que goza de alguna influencia en el país.

WALTHER.––¡Quién no le conoce! Bien, ¿qué le ha ocurrido?... Aca bad.

STAUFFACHER.––Landenberg, para castigar a su hijo por una ligera falta, quiso apoderarse de sus mejores bueyes, uncidos a la carreta; y el mozo hirió al emisario de Landenberg y se fugó.

WALTHER.–– (Con viva ansiedad.) ¿Pero el padre?... Decid, ¿qué le ha pasado?

STAUFFACHER.––Landenberg intima al padre a que inmediatamente entregue al fugitivo, y como el buen anciano juraba con verdad que no tenía de él noticia alguna, el gobernador llama a los verdugos...

WALTHER.–– (Se levanta y quiere llevarle al otro lado de la escena.) ¡Oh! silencio! ... ni una palabra más.. .

STAUFFACHER.–– (Elevando la voz.) “El hijo se me escapa ––decía–– pero tú has caído entre mis manos. Echadle al suelo y pinchadle filos ojos con un punzón de acero.”

WALTHER.––¡Dios de misericardia!

MELCHTHAL.––– (Entrando precipitadamente en la sala.) ¿Los ojos, habéis dicho?

STAUFFACHER.–– (Sorprendido; a WALTHER.) ¿Quién es este mancebo?

MELCHTHAL.––(Convulsivo.) ¡Los ojos! ... hablad.

WALTHER.––¡Desgraciado!

STAUFFACHER. ¿Quién es? (WALTHER le hace una seña...) ¿Este es el hijo?... ¡Justo Dios!

MELCHTHAL.––¡Y yo estaba fuera!... ¡en ambos ojos!

WALTHER.––Dominaos; soportad como hombre esta desgracia.

MELCHTHAL.––Y por mi culpa... a consecuencia de mi arrebato... ¡Ciego! ¡ciego realmente! ¡ciego por completo!

STAFFACHER.––Lo he dicho ya; la luz de sus ojos se ha extinguido para siempre; no verá jamás la luz del día.

WALTER. Respetad su dolor.

MELCHTHAL.––¡Nunca!... ¡nunca jamás! (Pone la mano en sus ojos y calla breve rato; luego se dirige alternativamente a sus amigos con voz ahogada por el llanto.) ¡Oh! ¡Noble presente del cielo es la luz del día!.. Todos los seres, todas las criaturas felices viven de la luz... La misma planta la codicia gozosa... ¡y él vivirá en noche perpetua, en eternas tinieblas! No han de regocijar sus miradas ni la verdura de los prados, rii el esmalte de las flores y sus purpurinos matices... ¡Morir es nada! ... pero vivir y no ver... ¡esto es lo horrible! ¿Por qué me miráis con tal compasión?... ¡Poseo dos buenos ojos, y no puedo dar ninguna a mi padre ciego, no puedo darle una chispa de este océano de luz en el que se sumerge mi vista deslumbrada!

STAUFFACHER—¡Ah!.. Por des dicha he de aumentar vuestro dolor, lejos de remediarlo. Vuestro padre es más desgraciado todavía, porque el gobernador le arrebató cuanto posee, dejándole tan sólo un bastón para que fuera de puerta en puerta desnudo y ciego.

MELCHTHAL—¡Sólo un bastón para este anciano ciego! privado de todo, hasta de la luz del sol, el patrimonio de los pobres!... No me habléis ya de seguir aquí, de esconderme. ¡Cuán cobarde fui pensando en la propia seguridad, y no en la tuya, abandonando, como prenda, en manos de estos miserables, tu amada cabeza, ¡padre mío... ! ¡Lejos de mí, vil precaución: No quiero pensar en otra cosa que en tomar sangrienta venganza... ¡Nadie podrá detenerme! ... Quiero exigirle al gobernador los ojos de mi padre...

le hallaré rodeado de sus tropas... ¡Qué me importa la vida, ahogo en su sangre mi dolor! (Va a salir.) WALTHER.––Aguardad, ¿qué podéis contra él? ¡En Sarnen, en su castillo, de lo alto de su inexpug-nable fortaleza, se ríe de vuestro impotente dolor!

MELCHTHAL. Aunque habitara en los palacios de hielo de Schreckhom, o allá más lejos todavía, en las eternas nubes donde se oculta el Jungfrau, me abriré camino hasta él, y con veinte jóvenes resueltos como yo, derribaré su fortaleza. Y si nadie quisiera seguirme; si temblando por vuestras chozas, por vuestros ganados, dobláis el cuello al yugo de la tiranía, convocaré a los pastores de las montañas, y bajo la bó veda del cielo, allí donde se guarda incorrupta la inteligencia, puro el corazón, les contaré tan espantosa crueldad.

STAUFFACHER.––( A WALTHER FURST.) El mal llegó a su colmo... ¿aguardaremos hasta el últ imo extremo?

MELCHTHAL. ¿Qué extremo hemos de temer, cuando la pupila no está ya segura en la órbita? ¿Vivimos, acaso, indefensos? ¿Para qué habremos aprendido a tirar la ballesta, y a manejar el hacha? Toda criatura halla sus medios de defensa en la angustia de la desesperación; detiénese el ciervo fatigado y muestra a la jauría sus temibles ramas; la cabra montés lleva al abismo al cazador; el mismo buey, dócil y doméstico servidor del hombre, que dobla paciente la ancha testuz bajo el yugo, la levanta irritado, agita sus cuernos poderosos y lanza por los aires a su enemigo.

WALTHER.–– Si las tres cantones pensaran como nosotros tres, bien podría tentarse un esfuerzo.

STAUFFACHER.––Si Uri nos llama, si Unterwald promete su auxilio, Schwyz será fiel a los antiguos pactos.

MELCHTHAL.––Cuento con muchos amigos en Unterwald, y cada uno espondrá con gusto su vida, si se siente apoyado, protegido por su compañero. ¡Oh, venerables padres de esta comarca! vedme, joven toda vía, entre vosotros dotados de tanta experiencia; debiera callar modestamente en vuestro consejo, mas no menospreciéis mis palabras y mis opiniones, porque sea joven o inexperto. No me anima juvenil arrebato, sino la violencia de mi dolor, dolor que enternecería las piedras. También sois padres y jefes de familia, también deseáis, sin duda, un hijo virtuoso que honre vuestras canas y defienda solícito las pup ilas de vuestros ojos. Aunque no sufristeis todavía ni en vuestras personas ni en vuestros bienes, aunque vues tros bienes, aunque vuestros ojos claros y serenos se mueven todavía en su órbita, no sigáis extraños a tan gran dolor. También la espada de la tiranía se halla suspendida sobre vuestras cabezas. Quisisteis sustraer el país a la dominación del Austria; mi padre no cometió otra falta; sois culpables como él, y os alcanzará el mismo castigo.

STAUFFACHER.–– (A WALTHER FURST.) Decidid; estoy pronto a seguiros.

WALTHER.––Preciso es conocer la opinión de los nobles señores de Sillinen y de Attinghausen. Me parece que su nombre ha de atraernos partidarios.

MELCHTHAL.––¿Qué nombre es más respetado que el vuestro en estas montañas? El pueblo confía plenamente en tales nombres, que go zan de absoluto prestigio. Recibis teis de vuestros padres rica herencia de virtudes, y se enriqueció con vosotros... ¿Para qué necesit amos a los nobles? Ejecutemos solos la empresa ... ¿Que no somos los únicos en este país?... Harto sabremos defendernos solos.

STAUFFACHER.––Los nobles no comparten nuestras desgracias; el torrente que asoló el valle, no alcanzó todavía a las colinas... Creo sin embargo, que no nos faltaría su auxilio, si vieran al país levant ado en armas.

WALTHER.–– Si hubiese un mediador entre el Austria y nosotros, la justicia y las leyes resolverían la cuestión; mas como nuestro tirano es el emperador, el mismo juez su premo, no queda otro recurso que la ayuda de Dios y el esfuerzo de nuestro brazo... Sondead las intenciones de los de Schwyz... yo voy a reunir a los amigos en Uri... ¿a quién enviaremos a Unterwald?

MELCHTHAL–– Enviadme a mí... ¿a quién importa más el...

WALTHER.––No puedo consentir en ello... ; sois mi hué sped, y tó came velar por vuestra seguridad.

MELCHTHAL.––Dejadme; conozco los caminos y el paso de las rocas; hallaré en todas partes amigos que me darán asilo, y me libertarán de mis perseguidores.

STAUFACHER.––Dejad que vaya con el auxilio de Dios. No hay entre aquella gente un solo traidor; aborrece la tiranía que no cuenta allí con auxiliar alguno... Baumgarten, además, nos ayudará a sublevar el país, y a reclutar partidarios.

MELCHTHAL.––¿Cómo nos comunicaremos mutuamente las noticias más exactas, sin sugerir sospechas a los tiranos?

STAUFFACHER.––Podríamos reunirnos en Brunnen o en Treib, donde arriban las barcas de los mercaderes.

WALTHER.––No nos será posible dirigir la empresa con tanta publicidad. Oid mi parecer: a la izquierda del lago como quien va hacia Brunnen, y frente a Mythenstein, hay entre los bosques una pradera que los pastores llaman Rutli, porque se han cortado los árboles de aquel sitio. Fronterizo a nuestro cantón, fronterizo al vuestro (a MELCHTHAL.), ligero batel puede en poco tiempo llevaros a vos (a STAUFFACHER) de Schwyz hasta allí. Allí podemos acudir por la noche, y por desiertos caminos, y deliberar al abrigo de toda sorpresa. Cada uno de nosotros puede llevar diez hombres que merezcan nuestra confianza; hablaremos en común del interés común, y con la ayuda de Dios tomaremos una resolución.

STAUFFACHER.––¡Así sea! Ahora, dadme la diestra; como los tres nos tendemos lealmente la mano, los tres cantones permanecerán unidos en vida y en muerte.

WALTHER y MELCHTHAL.–– En vida y en muerte. (Siguen breve rato en silencio, estrechándose mutuamente las manos.)

MELCHTHAL.––¡Oh ciego! ¡anciano padre mío! tú no has de ver el día de la libertad, pero oirás sus cánticos. Cuando de Alpe en Alpe se alcen llameando las fogatas, y se derrumben las fortalezas de la tiranía, Suiza entera se dirigirá a tu casa con la feliz noticia, y la luz brillará para ti en las tinieblas. (Se separan.)

Colección integral de Friedrich Schiller

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