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ESCENA III
ОглавлениеHondonada cerca de Kussnacht, a la cual sé desciende por entre peñascos y de modo que antes de que los transeúntes lleguen a la escena, se les ve en la altura. Rocas en todos lados; una de ellas, saliente y cubierta de arbustos.
TELL.––(Se adelanta armado de su ballesta.) Le es imprescindible pasar por esta hondonada, pues no hay otro camino para ir a Kussnacht: Aquí ejecutaré mi designio. La ocasión es favorable; escondido detrás de estos árboles, puedo alcanzarle con mi flecha. Lo estrecho del camino no permite a los que le acompañen caminar a su lado. Arregla tus cuentas con Dios, gobernador, que ya todo acabó para ti... sonó tu hora.
Vivía tranquilo, inocente, sin que nunca dirigiera mis tiros más que a los animales del bosque, ni hubiese manchado mi conciencia con la idea del asesinato, cuando tú, tú viniste a perturbar mi paz, tú has emponzoñado mis pensamientos, antes piadosos, tú me habituaste al crimen. Quien puede disparar a la cabeza del hijo de su alma, puede también herir en el corazón a su enemigo.
Fuerza es que les defienda de tu cólera, gobernador, a mis pobres, inocentes hijos, a mi fiel esposa.
Cuando mi mano trémula tendió la cuerda del arco, y tú me forzaste con astucia infernal a apuntar contra mi hijo; cuando suplicante y exánime, me viste a tus pies, ¡ah! entonces hice en el fondo de mi corazón un juramento horrible, que oyó tan sólo el cielo; juré que tu pecho sería el blanco de mi primer tiro. Lo que prometí en aquel instante de infernal angustia, es una deuda sagrada y quiero pagarla.
Eres mi soberano, y el representante del emperador, pero él no se hubiera permitido lo que tú osaste. Te envió acá para ejercer la justicia, justicia severa porque estaba irritado contra nosotros, mas no para conver-tir en cruel pasatiempo el asesinato y el crimen. Hay un Dios para vengar y castigar. Ven a mis manos, tú que ftíiste el instrumento de amarguísimo dolor, y eres ahora mi bien, mi más precioso tesoro; voy a darte por blanco un corazón que fue hasta ahora insensible a las más tiernas súplicas, mas a ti no te re sistirá. Y
tú, arco fiel, que tantas veces me has servido en mis gratos pasatiempos, no me abandones en tan terribles circunstancias; áé fuer te, por esta vez tan sólo, tú que fanzas la flecha veloz, que si flojo cayeras de impro-viso de mis manos, no podría dispararle otra. (Cruzan la escena algunos viajeros.) Voy a sentarme en este banco de piedra que, a falta de habitación alguna, ofrece al viajero un momento de descanso en estos lugares. Aquí se suceden los que pasan, con mutua indiferencia, sin informarse de sus penas. Aquí vienen el inquieto mercader y el ágil peregrino, el monje piadoso y el sombrío bandolero, el alegre tañedor, y el buhonero con su caballo cargado, que vuelve de lejanos países, porque cada una de estas sendas conduce al último confín del mundo. Toma cada cual el camino que conviene a sus negocios; el mío, conduce al homicidio. (Se sienta.)
Otras veces, hijos de mi alma, todo era júbilo en el hogar cuando volvía vuestro padre. Siempre os traía algo; una flor de los Alpes... un ave rara... una concha encontrada en sus correrías. Hoy, hoy... acecha otra presa, sentado en este lugar silvestre y con la idea del homicidio en el alma; la vida de su enemigo que intenta sorprender. Y aún así, hijos de mi alma, sólo en vosotros pienso... Porque sólo para protegeros, para defenderos de la rabia del tirano, tiende su arco y se prepara a dar la muerte. (Se levanta.) ¡Noble presa, la que aguardo! ¡Cuántas veces el cazador pierde sin pena días enteros, en el rigor del invierno, saltando de roca en roca, trepando por el hielo que tiñe con su propia sangre, por matar un pobre pajarillo! Mi caza tiene otro y más importante valor... consiste en el corazón de un enemigo mortal que quisiera perderme. (Suena a lo lejos alegre música, que va aproximándose.) Pasé mi vida en el manejo del arco..., en ejercitarme según las reglas del cazador, y, muchas veces gané el premio en el tiro. Hoy quiero disparar mi mejor flechazo, y ganar el premio mejor que puedan ofrecerme cien leguas a la redonda. (Parece en la altura un cortejo de bodas. TELL lo contempla apoyado en su ballesta.)
STUSSI EL GUARDA.–– (Se le acerca.) ¡El colono del convento de Marlischachen que se casa hoy! ...
¡Hombre rico si los hay... tiene diez ganados! La novia es de Imesea... esta noche habrá gran fiesta en Kussnacht... Veníos conmigo... invita a todos los buenos.
TELL.––El que está triste no acude a una boda.
STUSSL.–– Si algo os aflige olvidadlo alegremente. Dejad que ruede la bola; en estos pícaros tiempos hay que aprovechar los buenos ratos. Aquí una boda, allá un entierro...
TELL.––Y a veces se pasa de lo uno a lo otro.
STUSSI.––Así va el mundo en el día; en todos lados desastres. Se ha hundido un trozo del monte Ruiff en el cantón de Glaris, sepultando buena parte de la comarca.
TELL.––Hasta las montañas se hunden. ¡Entonces no hay ya nada estable en la tierra!
STUSSI.––Cuentan de otra parte cosas extraordinarias. Acabo de hablar con un hombre llegado de Baden y me decía que un caballero que se puso en camino para visitar al rey, fue detenido por un enjambre de abejones, y de tal modo picaron a su caballo que el animal cayó muerto, y el caballero llegó a pie a palacio.
TELL.––¡Oh! ¡los débiles tienen también su aguijón! (Sale HERMENGARDA con algunos niños y se coloca a la entrada del camino.)
STUSSI.––Hay quien teme que esto es presagio de alguna desgracia muy grande para el país..., de algún hecho contrario a la naturaleza.
TELL.––Cada día ocurren hechos de esta especie, y no los presagia ningún signo maravilloso.
STUSSI.––Feliz quien cultiva tranquilamente sus tierras, y vive entre los suyos sin cuidados.
TELL.––Al hombre mejor no le es dado vivir en paz, si esto desagrada a algún vecino de mal corazón.
(TELL mira impaciente hacia el lado del camino.)
STUSSI.––¡Con Dios! ... ¿Aguardáis a alguien?
TELL––Sí.
STUSSI.––Os deseo feliz regreso a vuestro país. Sois de Uri. Nuestro bondadoso señor gobernador debe volver de allí hoy mismo.
UN VIAJERO (que llega.) .––No le aguardéis hoy, porque las aguas han crecido con las grandes lluvias y han derribado todos los puentes. (TELL se levanta.)
HERMENGARDA.––– (Adelantándose.) ¿No vendrá el gobernador?
STUSSI––¿Tenéis alga que decirle?
HERMENGARDA.–– Sí, vaya.
STUSSI.––¿Por qué os colocáis en este sitio por donde debe pasar, junto a ese camino hondo?
HERMENGARDA.––Aquí no podrá escaparse, y habrá de oírme por fuerza..
FRIESHARDT. (Saliendo por el camino.) ¡Paso! ¡paso! ... ¡El señor gobernador a caballo! (TELL se retira.)
HERMENGARDA.––(Con viveza.) Ya llega. (Va a colocarse con sus hijos en primer término, GESZLER y RoDOLFO salen a caballo por la altura.)
STUSSI.–––– (A FRIESHARDT.) ¿Como habéis podido atravesar los ríos, si las lluvias se llevaron los puentes?
FRIESHAR DT.––Amigo, cuando se ha bregado en el lago no se temen las aguas de los Alpes.
STUSSI. –– ¿Estabais embarcados durante la tormenta?
FRIESHARDT.––Sí estábamos; lo recordaré mientras viva.
STUSSI.––¡Oh!... quedaos... contad.
FRIESHARDT.––Dejadme; debo seguir adelante para anunciar la llegada del gobernador al castillo.
STUSSI.–– Si hubiesen ido en la barca algunos hombres de bien hubieran naufragado, pero hay otros que ni el fuego ni el agua pueden con ellos. (Mirando en torno.) ¿Dónde se ha metido el cazador que es taba hablando conmigo? (Se va.)
GESZLER— (A caballo conversando con RODOLFO DE HARRÁ.) Diréis lo que os plazca, pero soy agente del emperador y debo tratar de complacerle. No me manda. aquí para adular al pueblo y tratarlo con blandura. Quiere que le obedezcan, y trátase de averiguar quién debe ser el amo, si el villano o el emperador.
HERMENGARDA.––Ha llegado el mo mento. Voy a dirigirme a él. (Se acerca temerosa.) GESZLER—No mandé colocar el tal sombrero en Altdorf por chanza y poner a prueba a ese pueblo, porque harto lo conozco mucho tiempo ha. Lo que yo quise fue enseñarles a bajar la cabeza que alzan con tanta arrogancia, y puse el sombrero en mitad del camino para que hiriera su vista y les recuerde al soberano, a quien olvidarían sin duda.
RODOLFO.––El pueblo tiene, sin embargo, ciertos derechos.
GESZLER—No es esta, ocasión de pesarlos... Se van realizando grandes combinaciones; la casa imperial quiere extender sus dominios, y lo que el padre gloriosamente emprendió, el hijo piensa llevarlo a feliz término. Este pequeño pueblo es un obstáculo interpuesto en nues tro camino; de este o de otro modo...
fuerza es que se someta. (Intentan pasar. HERMENGARDA se arro dilla delante del gobernador.) HERMENGARDA.––¡Misericordia! señor... ¡gracia!...
GESZLER.––¡Cómo os atrevéis a cerrarme el paso!... Apartad.
HERMENGARDA.––Mi marido está preso... mis hijos piden pan... Poderoso señor, muévaos a piedad nuestra gran miseria.
RODOLFO. ¿Quién sois?... ¿Quién es vuestro marido?
HERMENGARDA.––¡Bondadoso señor! ... es un pobre jornalero del monte Righi, que va a segar la yerba de los lugares más abruptos, donde ni los ganados se atreven a trepar.
RODOLFO.–– (Al gobernador.) ¡Por el cielo! ¡Qué vida tan desdichada y miserable! Yo os io ruego; sol-tad a ese hombre, sea el que fuere su delito; harto castigo tiene con su oficio. (A HERMENGARDA.) Se os hará justicia. Id al castillo y presentad una solicitud. Este no es lugar para eso.
HERMENGARDA.––No, no, no me iré de aquí, antes que el gobernador me haya devuelto a mi marido.
Hace ya seis meses que se halla en la carcel, aguardando en vano la sentencia.
GESZLER.––¡Mujer! ¿queréis emplear conmigo la fuerza?... Vaya... Apartad.
HERMENGARDA.––Pido justicia. Tú eres juez de este país en nombre de Dios y del emperador; cumple tu deber. Si quieres hallar justicia en el cielo... hazme justicia aquí...
GESZLER.––Vamos, apartad de mi vista este pueblo insolente.
HERMENGARDA.–––– (Cogiendo de la brida el caballo.) No, no... Yo ya no tengo nada qué perder...
No pasarás antes de haberme hecho justicia. Puedes fruncir las cejas, puedes amenazarme con la mirada cuanto gustes. Tan inmensa es nuestra desgracia, que ya nada nos importa tu cólera.
GESZLER.––¡Paso, mujer... o pasará mi caballo por encima de tu cuerpo!
HERMENGARDA.––Oblígale... toma. (Echa sus hijos al suelo, y se pone con ellos en mitad del camino.) Heme aquí con mis hijos; aplasta a estos miserables huérfanos bajo los cascos de tu caballo... no ha de ser ésta la más espantosa de tus crueldades.
RODOLFO.––¡Estáis loca, mujer!
HERMENGARDA. –– (Con doblada energía.) Harto ha que pis oteas la tierra del emperador. No soy más que una. débil mujer; si fuera hombre, ya sé lo que debiera hacer en lugar de prosternarme en el polvo.
(Suena de nuevo la música, pero lejana.)
GESZLER. ¿Dónde están mis guardias? Que saquen esta mujer de aquí, o no sabré contenerme más, y haré la que no quisiera.
RODOLFO.––Los guardias no han podido venir todavía. El séquito de una boda obstruye el camino.
GESZLER.––Gobierno a este pueblo con demasiada blandura; hablan aún con excesiva libertad... no es -
tán sojuzgados como debieran; pero juro que esta cambiará pronto. Venceré su ruda obstinación y su insolente afán de libertad... yo impondré otra ley a la comarca... Quie ro... (En este momento hiere su costado una flecha; lleva la mano al corazón y vacila sobre el arzón. Con voz ahogada.) ¡Dios mío! ¡tened misericordia de mí!
RODOLFO.––¡Señor!... Cielos!... ¿Qué es esto? ¿De dónde partió?
HERMENGARDA.–– ¡Asesino! ... ¡Asesino! Vacila... cae... es muerto. ¡La flecha le ha atravesado el corazón!
RODOLFO.–– (Saltando del caballo.) ¡Qué horrible accidente!... ¡Dios!. .. invocad la clemencia del cielo, señor... ¡Sois muerto! ...
GESZLER.––La flecha de Tell (Cae del caball o en brazos de RODOLFO que lo depone sobre el banco de piedra.)
TELL.–– (Pareciendo en lo alto de las rocas.) Conoces la mano que te ha herido; no busques otra. Libres son nuestras cabañas, y la inocencia no tiene ya nada que temer de ti. No afligirás ya esta comarca. (Des-aparece. El pueblo acude.)
STUSSI. ¿Qué hay?... ¿Qué pasa?
HERMENGARDA.–– El gobernador ha sido atravesado por una flecha.
EL PUEBLO. ¿Quién le ha herido? (Mientras una parte de la comitiva de la boda se adelanta, el resto se halla todavía en lo alto w la música continúa.)
RODOLFO.––Se desangra; id a pedir auxilio: perseguid al matador. ¡Desgraciado!... ¡Morir así!... no quisiste escuchar mis consejos.
STUSSI.––Por el cielo... está pálido y exánime.
VARIOS. ¿Quién le hirió?
RODOLFO.––Pero, ¿está loca esta gente?... ¡Continuar tocando junto a un muerto! ... Mandadles que ca-llen. (Cesa la música.) Hablad, señor, si conserváis aún el conocimiento. ¿No tenéis nada que confiarme?
(GESZLER hace un signo con la mano, y observando que no es comprendido lo repite con vive za.) ¿Dónde debo ir?... ¿A Kussnacht?.. . No os comprendo... ¡oh! Resignaos... Dejad de pensar en este mundo... y cuidad de reconcí liaros con Dios. (La comitiva rodea al moribundo sin dar muestra alguna de compasión.) STUSSI.––¡Mirad cómo palidece... Ahora la muerte invade el corazón... Se extingue la luz de sus ojos.
HERMENGARDA.–– (Levantando en brazos a uno de sus hijos.) Mirad, hijos míos, cómo muere un malvado.
RODOLFO.––¡Insensatas mujeres! ¿No tenéis corazón, por ventura?... ¿Así os gozáis en tan horrible espectáculo? Ayudadme; acercaos a él... ¿No habrá nadie que quiera arrancar esta flecha de su pecho?
LAS MUJERES. ––(Retrocediendo.) ¡Tocar nosotras al que Dios ha herido!
RODOLFO.––¡Caiga sobre vuestras cabezas la maldición eterna! (Tira de la espada.) STUSSI .––(Deteniéndole.) No intentéis, señor... se acabó vuestro poder; ha caído el tirano del país y no sufriremos ninguna violencia. ¡Somos libres!
TODOS .––(En tumulto.) ¡La comar ca es libre!
RODOLFO.––¡En esto hemos venido a parar! ¿Tan pronto cesaron la obediencia y el temor? (A los soldados que se acercan.) Ya veis el horrible suceso que acaba de ocurrir; toda socorro es inútil, y en vano perseguiremos al asesino... Otros cuidados nos reclaman. .. Vá mos a Kussnacht, conservemos para el emp erador su fortaleza, porque en este momento se rompieron todos las lazos del deber... y todas las leyes, y no podemos contar con la fidelidad de nadie. (Se va seguido de los soldados. Salen seis hermanos de la caridad.)
HERMENGARDA.––Paso, ¡paso a los hermanos de la caridad!
STUSSI.––Aquí está la víctima; ya bajan los cuervos.
LOS HERMANOS DE LA CARIDAD. (Rodean el cadáver y cantan con voz lúgubre.) La muerte alcanza al hombre en un instante, sin acordar demora. Es derribado en mitad de su carrera; arrebatado en la flor de su vida, y tanto si está pronto, como si no está pronto a partir, le es fuerza comparecer ante su juez. (Mientras se repiten. las últimas frases, cae el telón.)