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ESCENA II
ОглавлениеUna sala en el castillo de Attinghausen. El BARÓN, agonizando en un sillón. WALTHER FURST, STAUFFACHER, MELCHTHAL y BAUMGARTEN, rodéanle solícitos. WALTHER TELL, arrodillado a sus pies.
WALTHER FURST.––Nada cabe esperar; ha muerto.
STAUFFACHER.––No ha muerto todavía... Mirad; aún la respiración acaricia su bigote... si parece que duerme tranquilamente... ¡qué sonriente y tranquila su faz! (BAUM GARTEN se dirige a la puerta, y habla con alguien desde dentro.)
WALTHER FURST.––¿Quién hay?
BAUMGARTEN.––Vuestra hija Hed wigia que desea hablaros y ver a su hijo. (WATHER TELL se levanta.)
WALTHER FURST. ¿Y acaso puedo consolarla?... ¿Dispongo yo mismo de consuelo alguno?... Todas las penas se agolpan sobre mi cabeza.
HEDWIGIA.–– (Entrando.) ¿Dónde está mi hijo? Dejadme; quiero verle...
STAUFFACHER.––Serenaos... pensad que os halláis en la casa de un moribundo.
HEDWIGIA.–– (Corriendo precipita damente hacia su hijo.) ¡Walther mío! ... ¡Oh. . . vives para mí!
WALTHER TELL.––(En brazos de su madre.) ¡Pobre madre mía!
HEDWIGIA.––¿Es cierto?... ¿No estás herido? (Mirándole con ansiedad.) ¿Es posible? ¿Y pudo disparar contra ti? ¡Ah... no tiene corazón... lanzar una flecha a la cabeza de su hijo!
WALTHER FURST.–– Lo hizo, víctima de la mayor ansiedad... con el alma partida de dolor... y a la fuerza; iba en ello su vida.
HEDWIGIA.––¡Ah! si tuviera corazón verdaderamente paternal, hubiera muerto mil veces antes de re-solverse a hacerlo.
STAUFFACHER.––Debierais dar gracias a Dios que guió con tal acierto su brazo.
HEDWIGIA. ¿Pero es posible que olvide lo que podía ocurrir? ¡Dios del cielo!... Si cien años viviera, cien años seguidos vería a este niño atado, a su padre disparando contra él, y la flecha atravesá ndome el corazón.
MELCHITHAL. ––¡Si supierais cuánto le ha irritado el gobernador!
HEDWIGIA.––¡Oh, qué corazón tan empedernido el de los hombres!... Todo lo olvidan en cuanto se hiere su orgullo. En su ciego furor, juegan con la cabeza de un niño y el corazón de una madre.
BAUMGARTEN.––Harto desgraciado es vuestro marido para que amarguéis su suerte con vuestros reproches. ¿No os duelen sus penas?
HEDWIGIA.–– (Volviéndose hacia él y mirándole fijamente.) Y tú ¿sólo tienes lágrimas para la desgr acia de tu amigo? ¿Dónde estabais cuando cargaron de cadenas al hombre más bueno del mundo? ¿En qué le auxi liasteis? Habéis presenciado tan horrible tiranía con los brazos cruzados, llevando en paciencia que os arrebataran al amigo en vuestras barbas. ¿Así se portó Tell con vos? ¿Se limitó a compadeceros, cuando teníais detrás a los guardias del gobernador, y delante el lago enfurecido? ¿Manifestó su compasión con vanas lágrimas? No; saltó a la barca, y olvidó para salvarte a su mujer y a sus hijos.
WALTHER FURST. ¿Pero qué podíamos hacer por libertarle, siendo tan pocos y desarmados?
HEDWIGIA.–– (Arrojándose a los brazos de su padre.) ¡Oh, padre mío! También tú le perdiste, y el país y todos le perdimos! ¡A todos nos falta, y nosotros le faltamos a él... ! ¡Dios preserve su alma de la desesperación! ¡Ni un solo amigo descenderá a consolarle a las profundidades de su calabozo!... Sí, enfermará...
¡ay de mí... enfermará sin duda, en aquella oscuridad, en aquella humedad... La rosa de los Alpes palidece y se marchita en un valle pantanoso... Y él, él sólo puede vivir a la luz del sol y al aire libre. ¿Preso él?... Él, que sólo vivía de libertad... No podrá, no podrá subsistir en la fétida atmósfera de un subterráneo.
STAUFFACHER.––Serenaos; todos nos esforzaremos en arrancarle de su prisión;
HEDWIGIA.––¿Y qué podéis hacer sin él? Mientras Tell era libre, había esperanza; la inocencia tenía uI.
amigo y el oprimido un defeásor. Él os hubiera libertado a todos, y todos reunidos no podréis libertarle a él.
(El barón despierta.)
BAUMGARTEN.––¡Se muere, silencio!
ATTINGHAUSEN.– –(Incorporándose.) ¿Dónde está?
STAUFFACHER.––¿Quién?
ATTINGHAUSEN.––Me falta, me abandona en el postrer instante.
STAUFFACHER.––Piensa en su sobrino. ¿Han ido por él?
WALTHER FURST.––Han ido. Consolaos; oyó la voz de su corazón y es de los nuestros.
ATTINGHAUSEN.––¿Habló por su patria?
STAUFFACHER.––Con heroico valor.
ATTINGHAUSEN.––¿Por
qué
no viene a recibir mi última bendi ción?... Siento que mi fin se acer-
ca.
STAUFFACHER.––No, noble señor; este breve sueño ha reparado vuestras fuerzas... brillan vues tros ojos...
ATTINGHAUSEN.–– Vivir es padecer. Se acabaron ya los padecimientos, y con ellos la esperanza. (Repara en el niño.) ¿Quién es este niño?
WALTHER.––Bendecidle, mi señor; es mi nieto, huérfano para siempre. (HEDWIGIA cae de hinojos, con el niño a los pies del moribundo.)
ATTINGHAUSEN.–– Y yo os dejo huérfanos a todos... a todos. ¡Des dichado de mí! Mis postreras miradas han visto la ruina de la patria. ¡Por qué llegar a edad tan avanzada para ver morir conmigo todas mis esperanzas!
STAUFFACHER. –– (A WALTHER FURST.) ¿Y morirá sumido en tan profundo dolor? ¿No har emos que brille en su postrer momento un rayo de esperanza? Noble barón, reanimaos, que no estamos abandonados del todo, ni perdidos sin recurso.
ATTINGHAUSEN. ¿Quién os sal vará?
WALTHER FURST Nosotros mismos; oíd. Los tres cantones se han aliado y prestado juramento, comprometiéndose a expulsar a sus opresores. Antes de año nuevo habremos realizado nuestros designios, y descansarán vuestros despojos en tiera libre.
ATTINGHAUSEN.––¡Oh!… decídmelo... ¿habéis jurado aliaros?
MELCHTHAL.––En un mismo día, los tres cantones se levantarán en armas. Todo está preparado, y has -
ta ahora se guardó perfectamente el secreto, con ser a centenares los que están en él. El mismo suelo que pisan nuestros opresores está minado... contados sus días... bien pronto no va a quedar ni rastro de ellos.
ATTINGHAUSEN.––Pero ¿y las fortalezas de las comarca?
MELCHTHAL.––Caerán todas en un mismo día.
ATTINGHAUSEN. ¿Tomaron parte en esta alianza los nobles?
STAUFFACHER.––Contamos con su socorro en caso necesario, pero hasta ahora sólo los villanos han prestado juramento.
ATTINGHAUSEN. (Se levanta con dificultad y con viva sorpresa.) ¡Cómo! ¿Los villanos han osado tomar tal resolución, por su propia cuenta, sin el apoyo de los nobles? ¿Tanto fían en sus propias fuerzas?...
Entonces ya no se tiene necesidad de nosotros, y podemos sin pena descender a la tumba. Nuestro tiempo ha pasado. La dignidad de los hombres será sostenida por otro poder. (Pone sus manos en la cabeza del niño, de hinojos a sus plantas.) De aquel instante en que se puso la manzana sobre la cabeza de este niño, data una nueva y mejor libertad. Fue derribado el orden antiguo; cambian los tiempos; una nueva era florece entre las ruinas.
STAUFFACHER.–– (A WALTHER FURST.) Observad cómo se anima su mirada; no brilla en ella el ra-yo de una naturaleza espirante, sino el de una nueva vida.
ATTINGHAUSEN.–– La nobleza desciende de sus antiguos castillos para acudir a los pueblos a prestar su juramento de ciudadanía. Fueron los primeros .Uechtland y Thurgovia; la noble ciudad de Berna alza su frente soberana; Friburgo ofrece seguro asilo a los hombres libres; Zurich arma sus cofradías y hace de ellas un ejército, y el poder de los reyes se estrella al pie de estos eternos muros. (Pronuncia las Palabras siguientes con tono profético y exaltado.) Veo a los príncipes y a la nobleza, revestidos de su noble arma-dura, avanzando hacia aquí para combatir a un pobre pueblo de pastores. Se libran tremendas batallas, y más de un desfiladero adquiere celebridad con sangrientas victorias. El aldeano se arroja al en cuentro de un haz de lanzas con el pecho desnudo, ofreciéndose como víctima voluntaria; abre paso, cae la flor de la nobleza, y la libertad enarbola su estandarte. (Toma la mano de WALTHER FURST y de STAU FFACHER.) Permaneced unidos es trechamente y para siempre. Que ninguna comarca se mantenga indiferente a la libertad de otra comarca; velad desde la cima de estos montes, para que lo confederados acudan presurosos a defender a los confederados. Permaneced unidos..., unidos..., unidos... (Cae desplomado en el sillón, pero continúa teniendo entre sus manos heladas las de WALTHER FURST y STAUFFACHER, quienes le mi-ran largo tiempo en silencio. Después se retiran, y se entregan a su dolor. En esto salen los criados del barón, y se acercan a él con vivas muestras de pesar; unos se arrodillan junto a él, otros derraman lágrimas sobre sus manos. Durante esta escena muda, suena la campana del castillo.) RUDENZ.–– (Entrando con precipi tación.) ¿Vive todavía?... ¡Oh! decid... ¿podrá oírme?
WALTHER FURST.–– (Le muestra a ATTINGHAUSEN, volviendo el rostro.) Sois desde ahora nuestro señor y nuestro protector; este castillo ha pasado a otro dueño.
RUDENZ.–– (Contempla el cadáver de su tío, sobrecogido por violento dolor.), ¡Oh, Dios!... Mi arrepentimiento ha sido tardío. ¿Por qué no vivió algunos instantes más, para enterarse de mi mudanza? Desprecié sus nobles consejos cuando vivía, y ahora ya no existe; nos ha abandonado para siempre, y me deja una deuda sagrada que cumplir. ¡Oh!... decidme, ¿murió enojado contra mí?
STAUFFACHER.––Poco antes de mo rir ha sabido lo que habíais hecho, y ha bendecido el valor con que hablasteis.
RUDENZ–– (De rodillas delante del cadáver.) Sí; sagrados despojos de. quien tan vivamente amé, cuerpo inanimado, juro por estas manos que heló la muerte, que sacudí para siempre el yugo extranjero, y vuel-vo a los brazos de mis compatriotas. Soy y quiero ser con toda el alma un verdadero suizo. (Levantándose.) Llorad por vuestro amigo, por vuestro padre, mas no desesperéis. No heredo tan sólo sus riquezas; su alma desciende a la mía, y el joven cumplirá las promesas del anciano. Dadme vuestra mano, venerable padre, y vos, Melchthal, vos también. ¡Oh! no vaciléis, no volváis el rostro, recibid mi confesión y mis juramentos.
WALTHER FURST.––Dadle vuestra mano; vuelve a nosotros, y merece que confíenos en él.
MELCHTHAL.––Habéis tratado con desdén al villano. Hablad; ¿qué podemos esperar de vos?
RUDENZ.––¡Ah! olvidad el yerro de mi juventud.
STAUFFACHER.–– (A MELCHTHAL.) Permaneced unidos; tal fue: la última palabra de nuestro padre.
Recordadla.
MELCHTHAL.––Ahí está mi mano. La promesa de un villano, noble caballero, es también palabra de honor. ¿Qué sería sin nosotros el caballero? Nuestra profesión es más antigua que la vuestra.
RUDENZ.––La honro, y mi espada la protegerá.
MELCHTHAL. –– Señor barón, el brazo que subyuga y fecunda un suelo ingrato, puede también defendernos.
RUDENZ.––Vosotros me defenderéis y yo a vosotros, y sosteniendonos mutuamente seremos fuertes.
Mas ¿por qué entretenernos en hablar, cuando gime todavía la patria, víctima de extranjero yugo? Cuando la habremos libertado, entonces firmaremos en paz nuestro contrato. (Pausa.)¿Calláis? ¿Nada tenéis que decirme? ¡Cómo! ¿No merecí todavía vuestra confianza? Pues bien; será necesario que entre a formar parte de vuestra conjuración a des pecho vuestro. Sé que os habéis reunido en Rutli, y allí habéis prestado juramento; sé cuánto habéis hecho, y aunque no me confiasteis nada de esto, lo guardo como sagrado depósito.
Creed que no he sido nun ca el enemigo de mi país, ni obre nunca contra vosotros. Pero hicis teis mal en diferir vuestro plan; e tiempo urge, y es fuerza obrar pron tamente. Tell ha sido ya víctima de vuestra demora.
STAUFFACHER. –– Hemos jurado aguardar hasta Navidad.
RUDENZ.––No estaba yo allí; por tanto no he jurado. Vosotros aguardad; yo obraré.
MELCHTHAL. –– ¡Cómo!... ¿querríais?...
RUDENZ.––.Soy uno de los jefe del país y mi primer deber consiste en protegeros.
WALTHER FURST.––Devolver a la tierra estos despojos, es nuestro primer deber, nuestro más sagrado deber.
RUDENZ––Cuando habremos libertado al país, depondremos sobre el féretro la corona de la victoria.
¡Oh! amigos míos; no defiendo vuestra propia causa, sino la mía. Sabed que, Berta ha desaparecido, ha sido secretamente robada con infame osadía.
STAUFFACHER. ¿Tamaña violencia osó cometer el tirano, con una persona libre y noble?
RUDENZ.––Os he prometido, ami gos míos, mi apoyo, y debo pediros el vuestro. Han cogido, me han robado a mi amada. ¡Quién sabe dónde la oculta el infame! ¡Quién sabe de qué maldad se valió para pren-derla en sus lazos odiosos! ... ¡No me abandonéis... ayudadme a salvarla! ...Os ama, y sus sacrificios por la patria la hacen merecedora a que todos os arméis en su defensa.
WALTHER FURST—¿Qué pensáis hacer?
RUDENZ.––¿Lo sé por ventura? ¡Ay de mí! Ignorante de mi suerte, víctima de las horribles ansias de la duda, no puedo determinar mis propósitos. Una sola cosa me parece clara; que yo no podré dar con ella, sino entre las ruinas de la tiranía, y que debemos apoderarnos de todas las fortalezas para penetrar en su calabozo.
MELCHTHAL.–– Venid; guiadnos y os seguiremos. ¿Por qué aplazar para mañana lo que se puede hacer hoy? Tell era libre cuando presta mos nuestro juramento en Rutli y no se habían cometido estas monstruosas violencias. Las circunstancias nos imponen nuevos deberes. ¿Quién será tan cobarde, que piense todavía.en aplazamientos?
RUDENZ. — (A STAUFFACHER y a WALTHER FURST.) Armaos, y apres taos. Auga rdad la señal de las fogatas, que anunciarán nuestras victorias con más rapidez que la vela de un batel. En cuanto veáis br illar la alegre llama, caed sobre el enemigo como el rayo, y derribad el edificio de la tiranía. (Se van.)