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ESCENA III
ОглавлениеUna pradera en Altdorf; algunos árboles en primer término. En el foro, una percha de la cual colgará un sombrero. Limita al horizonte la sierra de Bannberg, y una montaña nevada.
FRIESHARDT. LEUTHOLD, de guardia.
FRIESHARDT.––En vano aguardamos; nadie pasará a saludar el sombrero. Y sin embargo, mucha gente había por aquí... ¡si parecía esto una feria!... pero desde que se colgó este espantajo, la pradera ha quedado desierta.
LEUTHOLD.–– Y sólo vemos, pasar algunos mendigos que vienen aquí a quitarse su andrajoso gorro...
pero los buenos prefieren dar una larga vuelta antes que inclinarse delante del sombrero.
FRIESHARDT.––Pero no tendrán otro remedio que pasar por aquí, a medio día, cuando salgan de la casa capitular. Buena presa esperaba hacer hoy, porque nadie se acordó del saludo; pero el cura que venía de asistir a un enfermo lo advirtió, y se ha plantado con los santos sacramentos juntito a la percha; el mo-naguillo tocaba la campanilla, y claro, todos se han arrodillado, y yo también, pero no al sombrero, sino a los santos sacramentos hicieron la reverencia.
LEUTHOLD.––¡Camarada! ––me parece que estamos aquí como puestos a la vergüenza, porque la verdad es que es vergonzoso para un soldado hacer guardia junto a un mal sombrero... Esta gente nos desprecia, sin duda. Descubrirse al pasar por delante de él... confesemos que es un extravagante capricho.
FRIESHARDT. ¿Y por qué no por un sombrero? ¿No saludas tú mu chas cabezas hueras?
(HILDEGARDA, MATILDE, ISABEL llegan llevando a sus niños de la mano, y pasan por delante de la percha.)
LEUTHOLD.––¡Valiente pillo estás tú con ese celo! De buena gana maltratarías a estos buenos aldeanos... Por mí que hagan lo que quieran; yo haré la vista gorda.
MATILDE.––Hijos míos, ¿veis el sombrero del gobernador?.. saludad con respeto.
ISABEL: ¡Ojalá se vaya pronto y no nos deje más recuerdo que este!... ¡No irían las cosas peor de lo que van!
FRIESHARDT.–– (Echándolas fuera.) Vaya... afuera, miserable caterva de mujeres... ¡No hacéis falta por aquí! Vengan vuestros maridos si son tan valientes que se atrevan a forzar la consigna. (Se van las mujeres. TELL se adelanta armado de su ballesta y llevando de la mano a su hijo; pasan por delante del sombrero sin fijar en él la atención.)
WALTHER.–– (Señalando la sierra.) Padre, ¿verdad que los árboles de estas montañas manan sangre al darles un hachazo?
TELL. ¿Quién te ha dicho esto, hijo. mío?
WALTHER.––Un pastor. Dice que estos árboles están encantados, y si alguien los maltrata, después de muerto, sale su mano de la fosa.
TELL.—Sí, sí; estos árboles están encantados, verdad... ¿Ves a lo lejos aquellas montañas que se ele van hasta tocar al cielo?
WALTHER.––¡Los ventisqueros que retumban de noche como el trueno!... de allí se desprenden los aludes.
TELL.––Sí, hijo mío... pues mi ra, si el bosque que está encima del pueblo no los detuviera, sepultarían en el hielo a Altdorf.
WALTHER.––– (Después de un momento de reflexión.) Padre, ¿hay países sin montañas?
TELL.–––Cuando se desciende de éstas, y se sigue el curso del río hacia abajo, se llega a una vasta comarca donde no hay torrentes es pumosos y corren las aguas, lentas, tranquilas... Allí verías cómo crece el trigo en la ancha llanura; la campiña parece un jardín.
WALTHER.––Y bien, padre, ¿por qué no vamos cuanto antes a un país tan bello, en lugar de estarnos aquí, siempre ansiosos... siempre atormentados?
TELL.––¡Oh!... Aquel país es muy bueno, es bello como el par aí so, pero los que lo cultivan no dis frutan de lo que sembraron.
WALTHER.––¡Cómo!... ¿No son libres como tú, en sus tierras?
TELL.––Sus tierras son del rey y del obispo.
WALTHER.––Pero podrán cazar con libertad en sus bosques,
TELL.––La caza, las aves, son del rey.
WALTHER.––Entonces pescarán en el río.
TELL.–––Los ríos, el mar, la sal, son del rey.
WALTHER:––¿Y quién es el rey que tanto le temen?
TELL.––Es un hombre que les protege y les mantiene.
WALTHER.––¿Y no pueden protegerse ellos mismos?
TELL.––Allí el vecino no se fía del vecino.
WALTHER.––Padre, no me gustaría vivir allí; prefiero seguir bajo los aludes.
TELL.––Sí, hijo mío; más vale vivir entre hielos, que junto a los malos. (Prosiguen su camino.) WALTHER.––¡Mira, padre, qué sombrero colgando de una percha!
TELL.––¡Y qué nos importa! . Ven; sígueme. (A los pocos pasos. FRIESHARDT se adelanta con su pi-ca.)
FRIESHARDT.––En nombre del emperador, deteneos y no paséis adelante.
TELL .––(Cogiendo la pica.) ¿Qué queréis?... ¿Por qué me detenéis?
FRIESHARDT.––Habéis faltado a la orden; seguid.
LEUTHOLD.––Pasasteis sin saludar este sombrero.
TELL.––¡Dejadme pasar, buen hombre!
FRIESHARDT.––¡Vaya!... ¡vaya!... ¡A la cárcel!
WALTHER.–––¡Mi padre a la cárcel! ¡Socorro! ¡Socorro! (Sale gente.) Aquí... socorrednos... ay udad-nos. (Los guardias se llevan a TELL. Salen el CURA y el SACRISTÁN y tres hombres más.) EL SACRISTÁN.––¿Qué hay?
ROESSELMANN.––¿Por qué prendes a este hombre?
FRIESHARDT.––Por enemigo del imperio, por traidor.
TELL. ––(Sacudiénd ole con fuerza.) ¡Yo traidor!
ROESSELMANN.––Te engañas, ami go; es Tell, un hombre honrado y un buen ciudadano.
WALTHER.–––– (Viendo a WALTHER FURST y corriendo hacia él.) ¡Socorro, abuelo, que maltratan a mi padre!
FRIESHARDT: ¡Vaya! ¡a la cárcel!
WALTHER FURST.–– (Acudiendo.) Yo respondo de él. Deteneos. En nombre del cielo, ¿qué ha ocurrido, Tell? (Salen MELCHTHAL y STAUFFACHER.)
FRIESHARDT.––Desprecia la autoridad suprema del gobernador, y no quiere reconocerla.
STAUFFACHER.––¡Tell obraría así!
MELCHTHAL.––¡Mientes, pillastre!
LEUTHOLD—¡No ha saludado el sombrero!
WALTHER FURST.––¿Y por esto irá a la cárcel? Amigo mío, acepta mi fianza y suéltalo.
FRIESHARDT.––Guarda para ti tu fianza; nosotros obedecemos a la consigna. Vamos; ¡a la cárcel!
MELCHTH AL.––¡Irritante violencia! ¡Y sufriremos que impunemente nos lo roben!
EL SACRISTÁN.––Somos los más fuertes; compañeros, no suframos tal; debemos ayudarnos mutuamente.
FRIESHARDT.––¿Quién se atreve a resistir a las órdenes del gobernador?
TRES ALDEANOS. –– (Acudiendo.) Nosotros os ayudaremos... ¿qué hay? ¡A tierra con ellos! (HILDEGARDA, MATILDE e ISABEL vuelven a salir.)
TELL.––Ya me defenderé solo. Retiraos, buena gente... ¿Creéis que si quisiera emplear la fuerza me impondrían temor sus alabardas?
MELCHTHAL. –– (A FRIESHARDT.) ¡A ver si te atreves a llevártelo en nuestra presencial WALTHER FURST y STAUFFACHER. ––¡Calma!… ¡calma! ...
FRIESHARDT. –– (Gritando.) ¡A mí!... ¡Un motín... una sedición! (Suenan a lo lejos las trompas de ca-za.)
LAS MUJERES.––¡El gobernador!
FRIESHARDT.–– (Gritando.) ¡A motín... socorro!
STAUFFACHER.––Grita hasta que revientes, bribón.
ROESSELMAN y MELCHTHAL... ¿Quiéres callar?
FRIESHARDT. –– (Sigue gritando.) ¡Socorro! ¡socorro! ¡Favor a la justicia!
WALTHER FURST.––¡El gobernador!... ¡Ay de nosotros!... ¿Qué va a pasar aquí? (GESZLER a caballo y llevando en la mano el halcón; RODOLFO, BERTA, RUDENZ y numerosa comitiva de criados alrededor de la escena.)
RODOLFO.––¡Paso!... ¡paso al go bernador!
GESZLER.––¡Dispersadlos!... ¿Por qué este corrillo?... ¿Quién pide socorro? ¿Qué pasa? (Silencio general.) Quiero saberlo. (A FRIESHARDT.) Avanza. ¿Quién eres tú, y por qué has preso a este hombre?
(Entrega el halcón a su criado.)
FRIESHARDT.––Poderoso señor, soy un soldado de tu ejército, y me hallaba de centinela junto a este sombrero. He preso a este hombre por que se ha negado a saludarle; quería llevarlo a la cárcel cumpliendo tus órdenes, y el pueblo quiere qui tármelo por la fuerza.
GESZLER.–– (Después de un momento de silencio.) ¿Así desprecias al emperador, y a mí que ocupo su lugar, negándote a mostrar el respeto debido a este sombrero que mandé colgar aquí para poner a prueba vuestra obediencia? Con esto das a comprender tus malas intenciones.
TELL.––Perdonadme, señor; fue distracción, no desprecio, perdonadme. Como me llamo Tell; que no sucederá otra vez.
GESZLER.–– (Despuéz de un momento de silencio.) Tell, eres maestro en el arco. Dicen que das siempre en el blanco.
WALTHER.––Cierto, señor; mi padre acierta una manzana a cien pasos.
GESZLER. ¿Es hijo tuyo, Tell?
TELL.––Sí; señor.
GESZLER.––¿Tienes muchos hijos?
TELL.––Dos, señor.
GESZLER. ¿A cuál de ellos amas con más cariño?
TELL.––Ambos son mis hijos del alma.
GESZLER.––Pues bien, Tell pues to que aciertas una manzana a cien pasos, es necesario que dés una prueba de tu puntería. Toma tu ballesta; precisamente la llevas contigo. Prepárate a acertar una manzana colocada sobre la cabeza de tu hijo. Pero te aconsejo que apuntes bien y des en el blanco del primer flechazo, porque si yerras, pagarás con la vida. (Todos manifiestan su horror.) TELL.––Señor, ¡qué horrible mandato el vuestro! ... ¿Yo debo sobre la cabeza de mi hijo... ? No, no, no, mi bondadoso señor... no es posible que se os ocurra... ¡Líbreme de ello el Dios de las misericordias! ... Vos
no podéis con formalidad exigir de un padre semejante cosa.
GESZLER.––Tú dispararás sobre una manzana colocada en la cabeza de tu hijo... lo quiero y lo mando.
TELL.––¡Yo apuntar con mi ballesta a mi propio hijo!... antes la muerte.
GESZLER:––Dispararás o morirás con él.
TELL.––¡Ser el verdugo de mi hijo! ... ¡Señor... vos no tenéis hijos... vos no sabéis lo que pasa en el corazón de un padre!
GESZLER.––Por vida mía, Tell, que te vuelves de súbito muy prudente. Dicen que eres un soñador, que te apartas de los hábitos de los demás, que gustas de lo extraordinario... ahí tienes por qué elegí para ti una acción arriesgada. Otro reflexionaría, pero tú, tú cerrarás los ojos y tomarás osadamente tu partido.
BERTA.––No os chancéis, señor, con esta pobre gente. Vedlos pálidos y temblorosos en vuestra presencia; no están acostumbrados a tomar a chanza las palabras de su gobernador.
GESZLER.––¿Y quién os ha dicho que me chanceo? (Se acerca a un árbol y coge una manzana.) Ahí es-tá la manzana... ¡despejar!... Que mida la distancia según el uso. Le concedo ochenta pasos... ni más ni menos. Se jacta de acertar un hombre a cien pasos... Ahora dispara y no yérres el tiro.
RODOLFO –– Dios mío; la cosa se formaliza... Arrodíllate, hijo, y su plica al gobernador que te conceda la vida.
WALTHER FURST.–– (A MELCHTHAL que apenas puede contenerse.)¡Dominaos, os lo ruego... calma!...
BERTA.– –(Al gobernador.) Basta, señor; es inhumano jugar así con la angustia de un padre. Aunque es-te pobre hombre mereciera morir por su leve falta, ¿no acaba de sufrir diez muertes? Dejadle volver a su cabaña; ha aprendido a conoceros, y él y sus hijos se acordarán de este momento mientras vivan.
GESZLER.––Vaya... ¡despejad!... ¿Por qué tardas? Merecías morir, puedo matarte y ya ves... en mi clemencia pongo tu suerte en tus hábiles manos. No debe lamentarse del rigor de su sentencia el hombre a quien se deja dueño de su propio destino. Te jactas de tener buen ojo; ¡pues bien, cazador!... se trata de que nos muestres tu habilidad. El blanco es digno de ti, y el premio no carece de importancia. Dar en mitad del blanco eso cualquiera lo hace, pero el que es maestro, en todas ocasiones está seguro de su destreza, y no pierde el pulso ni la puntería porque lata su corazón.
WALTHER FURST. ––(Echándose a sus plantas.) Señor gobernador, reconocemos vuestro poder, mas preferid la clemencia a la justicia; tomad la mitad de mis bienes, tomadlos todos si queréis, pero excusad tan horrible tortura a un padre.
WALTHER.––Abuelo, no te arrodilles delante de este mal hombre. Decid dónde debo colocarme, que por mi parte nada temo. Mi padre acierta los pájaros en el aire, y no herirá en el corazón a su hijo.
STAUFFACHER.––Señor, ¿no os conmueve su inocencia?
ROESSELMANN.––Pensad que hay un Dios en el cielo, a quien debéis dar cuenta de vuestras acciones.
GESZLER.–– (Señalando al niño.) Atadle a ese árbol.
WALTHER.––¡Atarme! No, no quiero ser atado; tranquilo como un cor dero, no me atreveré a respirar siquiera, pero si me atáis, no lo sufriré... no quiero que me atéis... si me atáis, resistiré.
RODOLFO.––Sólo te vendarán los ojos, hijo mío.
WALTHER. ¿Y por qué? ¿Os figuráis que le temo a una flecha lanzada por mano de mi padre? Quiero esperarla con firmeza y sin pes tañear... Vamos, padre mío, pruébales que eres diestro arquero. No quiere creerte, e intenta perdernos. . . A despecho de este hombre cruel, dispara, y acierta. (Se dirige al árbol, y colocan la manzana sobre su cabeza.)
MELCHTHAL— (A sus compañeros.) Pues qué... ¿se cometerá este crimen en nuestra presencia? ¿Para qué prestamos juramento?
STAUFFACHER.––ES inútil; no tenemos armas, y ved en cambio qué bosque de lanzas nos rodea.
MELCHTHAL—¡Ah! si hubiésemos ejecutado nuestro designio inmediatamente! ¡Dios perdone a los que aconsejaron que se aplazara!
GESZLER— (A TELL.) ¡Manos a la obra! No se llevan armas impunemente, y es peligroso pasearse por ahí con un instrumento de muerte; la flecha va a parar de rechazo contra el que la arroja. Este der echo que con tal orgullo se atribuye el campesino, ofende al señor de esta comarca, porque sólo quien manda debe ir armado. Puesto que os satisface usar el arco y las flechas... Perfectamente... yo os daré el blanco.
TELL.— (Tíende la ballesta y coloca en ella una flecha.) ¡Haceos a un lado!... a un lado!
STAUFFACHER.––¡Cómo, Tell!... ¿intentaréis?... No; ¡jamás!... tembláis..., vuestra mano tiembla, se doblan vuestras rodillas!
TELL.–– (Deja caer su ballesta.) ¡Todo da vueltas en torno!
LAS MUJERES—¡Dios mío!
TELL.–– (Al gobernador.) Excusadme este trance. Ahí está mi pecho; ordenad a vuestros soldados que me maten.
GESZLER: No quiero tu vida; quiero que dispares la flecha. Todo lo puedes, Tell; nada te asusta; manejas así el remo como la ballesta, y no te impone pavor la tempestad cuando se trata de salvar a un hombre; sálvate ahora a ti mismo, pues to que salvas a los demás. (TELL, hondamente agitado y con las manos temblorosas, ora vuelve los ojos al gobernador, ora los eleva al cielo. De repente saca una segunda flecha de su carcaj. El gobernador observa todos sus movimientos.)
WALTHER.–– (Bajo el árbol.) Dis parad, padre; nada temo.
TELL.––Forzoso es. (Recoge sus fuerzas y se apresta a disparar.)
RUDENZ.–– (Que durante la escena ha intentado dominarse, se adelanta.) Señor gobernador, sin duda no pasaréis más adelante... No; esto fue una prueba, y habéis logrado ya vuestro objeto. Extremar las medidas de rigor no sería prudente, porque el arco demasiado tirante se rompe.
GESZLER.––Callad, hasta ser preguntado.
RUDENZ.––Quiero hablar, debo ha blar; el honor del rey es sagrado para mí... Semejante conducta sólo puede producir el odio, y ésta no es la intención del rey; me atrevo a afirmarlo. Mis conciudadanos no me-recen semejante crueldad, y vuestras atribuciones no se extienden hasta estos límites.
GESZLER.––¡Cómo! Osáis...
RUDENZ: Guardé silencio mucho tiempo ha sobre todas las maldades de que fui testigo, y cerré los ojos a cuanto veía, y oculté en mi pecho la indignación de mi alma, pero callar por más tiempo fuera hacer traición a mi patria y al emperador.
BERTA.–– (Interponiéndose entre él y el gobernador.) ¡Dios mío!... ¡Así irritáis más y más a este fu-rioso!
RUDENZ.––Abandoné a mis conciudadanos, renuncié a mi familia, rompí todos los lazos de la nat uraleza para unirme a vos. Creía abrazar el mejor partido para este país, afirmando en él el poder de imperio, pero cae la venda de mi; ojos y me veo con espanto atraído a un abismo. Perturbasteis mi mente inexperta, engañasteis mi ánimo confiado; con la más noble intención perdía a mis compatriotas.
GESZLER. ¡Temerario! ... Hablas así a tu soberano.
RUDENZ.––Mi soberano, es el emperador, y no Geszler. Libre al par que vos, puedo medirme con vos como caballero, y si no representarais al emperador, a quien venero, en el punto en que le hacéis ultraje os arrojaría el guante a la cara, y debierais darme satisfacción según las leyes de caballería. Sí; llamad a vuestros soldados... no es toy desarmado como el pueblo... tengo una espada y al primero que se acerque...
STAUFFACHER.–––– (Gritando.) ¡Acertó la manzana! (Mientras todos escuchaban al gobernador y a RUDENZ, TELL disparó la flecha.)
ROESSELMANN.––¡El niño vive!
ALGUNOS.–––– (Exclaman.) ¡Acertó la manzana! (WALTHER FURST tiembla, próximo a caer desma-yado. BERTA le sostiene.)
GESZLER.–– (Sorprendido.) ¿Ha disparado?... ¡Cómo este demonio...
BERTA.–– El niño vive; volved en vos, buen padre.
WALTHER. ––(Acudiendo con la manzana.) Padre, toma la manzana; ya sabía yo que no habías de las -
timar a tu hijo. (TELL, al disparar la flecha, inclina el cuerpo hacia delante como si quisiera seguirla; después deja caer la ballesta, y cuando ve volver a su hijo, corre a su encuentro extendiendo los brazos, y le oprime con ardor contra su seno. Luego desfallece, próximo a perder el sentido. Todas le contemplan con emoción.)
BERTA.––¡Bondad divina!
WALTHER FURST.––¡Hijos míos! ¡hijos míos!
STAUFFACHER.––¡Dios sea alabado!
LEUTHOLD.––¡Acción memorable que ha de pasar a la historia!
RODOLFO.––Mientras estas montañas permanezcan inmóviles sobre su base, se hablará del arquero Tell. (Presenta la manzana al gobernador.)
GESZLER.––¡Por el cielo! La atravesó de parte a parte. Es maravilla; forzoso es hacerle justicia.
ROSSELMANN.––El flechazo ha si do bueno, pero ¡ay de aquel que ha forzado este hombre a tentar a la Providencia!
STAUFFACHER.––Volved en vos, Tell, levantaos; os habéis portado bravamente, y podéis volver a casa en libertad.
––
ROESSELMANN.––ld, y devolved al hijo a su madre. (Intentan llevárselo.)
GESZLER.––¡Oye, Tell!
TELL–– (Vuelve.) ¿Qué me mandáis, señor?
GESZLER. Has guardado una segunda flecha contigo... Sí; sí; lo he visto perfectamente... ¿Cuál era tu intención?
TELL.–– (Confuso.) Señor; es costumbre entre los cazadores.
GESZLER—No, Tell, no acepto tu respuesta; otra era tu intención. Dime la verdad con toda franqueza, libremente. Sea lo que fuere, te prometo que tienes asegurada la vida. ¿Qué pensabas hacer de tu segunda flecha?
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TELL.––Pues bien, señor; puesto que me prometéis la vida, os diré la verdad. (Saca la flecha y la muestra al gobernador con terrible ademán.) Si hubiese tocado a mi hijo del alma, con esta segúnda flecha dispa-raba contra vos, y juro al cielo que esta vez... no hubiera errado el golpe.
GESZLER.––Bien, Tell, te he prometido la vida bajo palabra de caballero, y lo cumpliré; mas cono-ciendo tus malas intenciones, voy a llevarte donde no veas jamás al sol ni la luna. Así me hallaré al abrigo de tus flechas. Cogedle y atadle. (Atan a TELL.)
STAUFFACHER. –– ¡Cómo, señor! ¿Podéis tratar así a un hombre a quien Dios protege visiblemente?
GESZLER.––Veremos si Dios le libertará por segunda vez... Llevadle a mi barca; soy con él al instante y yo mismo le conduciré a Kussnacht.
ROESSELMANN.––No os atreveréis a ello; el mismo emperador no se atrevería, porque esto es contrario a nuestros fueros.
GESZLER. ¿Dónde están? ¿Los ha confirmado el emperador? No; no los ha confirmado, y sólo con vuestra obediencia obtendréis esta gracia. Rebeldes a sus mandatos, alimentáis audaces proyectos de resis-tencia... Os conozco; leo en vues tros corazones. Prendo sólo a este hombre entre vosotros, pero todos habéis tomado parte en su delito. Aprenda el discreto a callar y a obedecer. (Se va; BERTA, RUDENZ, RODOLFO y los soldados le siguen. FRIESHARDT y LEUTHOLD Se quedan.)
WALTHER FURST.—(Con vivísima pena.) Se va; ha resuelto perderme a mí, y a toda mi familia.
STAUFFACHER.–– (A TELL.) ¡Oh!... ¿Por qué habéis excitado la rabia de este energúmeno?
TELL.––¿Pero habrá quien sea dueño de sí en trance tan cruel?
STAUFFACHER.––¡Esto es hecho!... ¡Esto es hecho! Con vos quedamos encadenados todos, todos esclavos. (Los aldeanos rodean a TELL.) ¡Con vos se aleja nuestro último consuelo.
LEUTHOLD.–– (Acercándose.) Tell, os compadezco, p ero debo obedecer.
TELL.––Adiós.
WALTHER.–– (Con dolor, y cogiéndose a su padre) ¡Padre mío! ¡padre mío! ¡Padre del alma!
TELL.–– (Elevando las manos al cielo.) Allí está tu Padre; invócalo.
STAUFFACHER.––Tell, ¿nada me encargáis para vuestra mujer?
TELL.–– (Abrazando a su hijo con ternura.) Veo a mi hijo sano y salvo. ¡Dios vendrá en mi ayuda! (Se va.)