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ESCENA II

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Cerca de Stein, en Schwyz. Un tilo enfrente de la casa de Stauffacher, situada en la carret era, junto a un puente.

WERNER STAUFFACHER. PFEIFER de Lucena; llegan conversando; GERTRUDIS.

PFEIFER.––Sí, sí, maestro Stauffazher, como os iba diciendo, no pres téis juramento de fidelidad al Austria, si es posible excusarlo. Permaneced como hasta ahora firme y resueltamente adicto al imperio, y Dios os conserve vuestros antiguos privilegios. (Estrecha cordialmente su mano, e intenta alejarse.) STAUFFACHER.––Aguardad hasta que vuelva mi mujer; sois mi huésped en Schwiz, como yo el vuestro en Lucerna.

PFEIFER.––Mil gracias, pero me es forzoso estar hoy mismo en Gersau. Cuando os veáis obligado a sufrir de la codicia e insolencia de los bailes, soportadlo con resignación, porque semejante estado de cosas puede cambiar de repente, con ascend er al trono otro emperador; pero una vez os habréis entregado al Austria, será para siempre. (Se va.) (STAUFFACHER se sienta pensativo a la sombra del árbol; GERTRUDIS, su mujer, le sorprende así, se acerca a él, y le contempla largo rato en silencio.) GERTRUDIS.––¡Cómo tan grave amigo mío! No te reconozco... mu chos días ha que observo silencios!

en tu frente la huella de sombrío pesar. Sí; mudo pesar oprime tu corazón; confíamelo. Soy tu fiel esposa y reclamo mi parte en tus penas. (STAUFFACHER le tiende la mano, sin decir palabra.) ¿Qué puede entris-tecerte? Dímelo. Dios bendice tu trabajo; tu fortuna es floreciente; henchidos tus graneros; tus caballos, tus bueyes regresan bien apacentados de los montes, para pasar el invierno en cómodos establos. Se alza tu casa como noble morada, decoran sus habitaciones nuevos artesones dispuestos con orden y simetría, y la adornan y prestan claridad numerosas ventanas. Brillan en ella restaurados escudos, y sabias máximas que lee y admira el viajero deteniendo el paso.

STAUFFACHER.––Ciertamente mi casa es cómoda y bien construida, pero ¡ay! que tiembla el suelo en que la edificamos.

GERTRUDIS—¡Werner de mi alma! ... ¿qué quieres decir?

STAUFFACHER.––Poco ha me hallaba sentado como ahora bajo este tilo, pensando con placer que mi casa estaba terminada, cuando llega el gobernador de su castillo de Kussnacht, con sus caballeros, y se detiene sorprendido delante de ella; yo me levanto inmediatamente, adelantándome con respeto, como es debido a quien representa en este país al emperador. ––¿De quién es esta casa? ––pregunta con malignidad, porque harto lo sabía. Reflexiono un instante, y respondo: ––Señor gobernador, esta casa es del emperador mi soberano, y vuestro sobe rano, y yo la poseo en feudo––. Y dice él: ––Gobierno el país en nombre del emperador, y no quiero en modo alguno que simples villanos edifiquen casas por su propia cuenta y vivan con libertad como si fueran los señores de la comarca; pensaré en el modo de impedíroslo––. Dicho esto partió con semblante amenazador, dejándome a mí cuidadoso y pensativo con lo dicho.

GERTRUDIS: Caro esposo y señor; ¿quieres recibir de tu mujer un razonable consejo? Me honro con ser la hija del noble Iberg, que es hombre muy experto. Más de una vez, sentada con mis hermanas y mientras hilábamos por las noches, vi a los prohombres del pueblo reunidos en la casa de mi padre para leer las cartas de los antiguos emperadores y discutir maduramente sobre el bienestar del país. Atenta escuchaba yo sus discretas frases, las reflexiones del inteligente, los deseos del hombre de bien; de todo conservo memoria. Oye pues; medita lo que te digo, porque mucho ha que conozco la causa de tu pesar. El gobernador está irritado contra ti, y quisiera hacerte mala obra, porque eres obstáculo a sus deseos. Ansía someter a los habitantes de Schwyz a la nueva casa real, pero ellos, como sus dignos antepasados, persisten fieles al imperio ¿No es esto, Werner.. . . Dime si me engaño.

STAUFFACHER.––Verdad, esta es la causa de la violencia de Geszler.

GERTRUDIS.––Te envidia la dicha de vivir como hombre libre en tu propia heredad, porque él no posee ninguna. Tienes esta casa en feudo del imperio y del emperador, y puedes probarlo, como el príncipe su derecho a poseer sus dominios; no reconoces sobre ti otro soberano que el primero de la cristiandad. El gobernador es, por el contrario, el segundón de su familia y sólo posee su manto de caballero; por esto mira con malos ojos y con alma emponzoñ ada la felicidad de los hombres de bien. Hace mucho tiem p o que ha jurado perderte, y hasta ahora saliste librado... ¿Aguardarás a que cumpla sus malvados de signios? El que es prudente toma sus precauciones.

STAUFFACHER.––¿Qué debe hacer se?

GERTRUDIS.–– (Acercándose.) Oye mi consejo. Sabes cuánto se quejan de la rapacidad y crueldad el gobernador todos los hombres honrados de Schwyz; no dudes que a la otra orilla del lago, en el país de Uri y Unterwald, están cansados de semejante yugo, porque Landenberg se porta allí con tanta crueldad como aquí Geszler. Apenas llega una barca que no nos traiga la noticia de alguna nueva desgracia, de alguna violencia del gobernador. Convendría que algunos de vosotros, los más discretos, os reunierais pa-cíficamente para excogitar el medio de libertaros de semejante despotis mo. Creo que Dios no había de abandonaros, y sería favor able a la jus ticia. ¿No tienes en Uri un amigo a quien puedas abrir tu corazón?

STAUFFACHER.––Conozco allí muy buena gente y ricos y respetados vasallos, que son amigos míos y a quienes puedo fiar mis secretos. (Se levanta.) ¡Ah, esposa de mi alma! ¡Qué tempestad de peligrosas ideas levantas en mi ánimo tranquilo! Pones ante mí, y a faz del sol, su interior, y lo que al pensamiento negaba; tus labios lo pronuncian con osadía y ligereza. ¿Pero has refle xionado bien qué me aconsejas?

¿Quieres traer a este pacífico valle la terrible discordia y el estruendo de las armas? ¿Osaremos nosotros, débiles pastores, atacar al señor del mundo? Sólo esperan un plausible pretexto para lanzar s obre este mí -

sero suelo las feroces hordas de sus soldados, y ejercer los derechos del conquistador, y con ap ariencias de justo castigo, aniquilar nuestros antiguos privilegios.

GERTRUDIS.––Hombres sois también; sabéis manejar el hacha... Dios ayuda a los valientes.

STAUFFACHER.––¡Oh, esposa mía! Terrible calamidad es la guerra, y alcanza a los rebaños y al pastor.

GERTRUDIS. ––Debemos soportar las penas que envía el cielo, pero un noble corazón no soporta la injusticia.

STAUFFACHER.––Te gusta esta casa que hemos construido, ¿verdad? Pues la guerra la reducirá a cenizas.

GERTRUDIS.—Si creyese que mi alma estaba encadenada a este pasajero bien, con mi propia mano le pegaría fuego.

STAUFFACHER.––Amas a la humanidad, ¿verdad? pues la guerra no exime de la muerte al tierno ni-

ño en la cuna.

GERTRUDIS.––La inocencia tiene en el cielo un protector. Extiende tu mirada delante de ti, Werner, y no a tu espalda.

STAUFFACHER ––Nosotros los hombres podemos morir combatiendo como valientes, pero ¿cuál es vuestra suerte?

GERTRUDIS.––Los más débiles podemos tomar también nuestro par tido; me arrojo desde este puente, y héteme libre.

STAUFFACHER.–– (Arrojándose en sus brazos.) Quien oprime un corazón como el tuyo contra su p echo, puede batirse gozoso por su hogar y sus ganados, y no teme las armas de rey alguno. Voy ahora mismo a Uri; allí tengo un huésped, un amigo, Walter Fürst, que piensa de tales tiempos lo mismo que yo... Allí encontraré también al noble señor de Attinghausen; aunque de elevada alcurnia, ama al pueblo y honra las antiguas costumbres. Los tres discutiremos los medios de defendernos con valor contra los enemigos del país... Adiós... y en mi ausencia, cuida solícita de la casa; abre tu mano generosa al peregrino y al fraile mendicante, y no permitas que se alejen sin haberles atendido en todo. La casa de Stauffacher no se oculta a los ojos del viajero; albergue hospitalario, se levanta al borde del camino. (Mientras se aleja hacia el foro, salen GUILLERMO y BAUM GARTEN.)

TELL.—(A BAUMGARTEN.) Ahora ya no tenéis necesidad de mí. Entrad en esta casa, morada de Stauffacher, padre de los oprimidos... verle allí en persona... Seguidme, venid. (Van hacia él.)

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