Читать книгу Colección integral de Friedrich Schiller - Friedrich Schiller - Страница 17
ESCENA II
ОглавлениеSitio agreste, rodeado de bosque y cascadas.
BERTA, Con traje de caza; luego RUDENZ.
BERTA.––Me sigue; por fin podré explicarme.
RUDENZ.–– (Saliendo.) Por fin, es tamos solos, señorita. Nos rodean hondos precipicios... en este desierto no he de temer testigo alguno; voy a romper el prolongado silencio de mi corazón.
BERTA.––¿Estáis seguro de que no nos siguen los cazadores?
RUDENZ.––Allá abajo están... Ahora o nunca me es fuerza aprovcchar este momento precioso y decidir mí suerte, aunque deba alejarme de vos... ¡Oh! no me miréis con tal severidad! ¿Quién soy para pretender temerario vuestro amor? No rodea mi nombre todavía aureola de gloria... no me atrevo a figurar en las filas de los bravos caballeros, famosos por sus proezas, que aspiran a vuestra mano. Sólo poseo mi corazón henchido de amor... de felicidad...
BERTA.–– (Severa.) ¿Osáis hablarme de fidelidad y amor vos que estáis faltando a los más sagrados deberes? (RUDENZ retrocede.) ¿Vos, esclavo del Austria, vendido al extranjero, al opresor de vuestros compatriotas?
RUDENZ. ¿Y vos, señora, me dirigís tal reproche? ¿Qué busqué en este partido sino a vos?
BERTA.––¿Pensasteis hallarme en el partido de la traición? Preferiría dar la mano al mismo Geszler, al déspota, antes que al desnaturalizado hijo de Suiza, que se convierte en instrumento de los opresores.
RUDENZ.––¡Oh, Dios mío! ¡qué debo oír!
BERTA. ¿Habrá algo más importante para un hombre honrado que el bien de los suyos? ¿Existe para los nobles corazones deber más grande que defender la inocencia, y constituirse en protector de los derechos del oprimido? Se me parte el corazón con las desgracias de vuestro pueblo, sufro con él, porque me agrada, me seduce por completo el carácter de tales hombres sencillos y fuertes, y cada día me siento más dispuesta a honrarlos. Y vos a quien la naturaleza y vuestros deberes de caballero hacen el defensor obligado de esta buena gente, vos, que con cruel perfidia la abandonáis por vuestros enemigos, forjando las cadenas de este país, vos, me afligís, me ofendéis con tal conducta y me hago violencia en no aborreceros.
RUDENZ.––¿Y acaso no deseo yo el bien de mi país? Bajo el cetro poderoso del Austria, la paz...
BERTA.–– La esclavitud es lo que le preparáis. Queréis desterrar la libertad del último asilo que le resta.
El pueblo comprende mejor cuál es su verdadera dicha y no deslumbran su firme razón las falsas aparien-cias. A vos, a vos os han cogido en sus lazos.
RUDENZ.––Me despreciáis, me aborrecéis, Berta.
BERTA.––Cuánto mejor sería que así fuese... pero ver despreciado y despreciado con justicia al que quisiéramos amar...
RUDENZ: ¡Berta! ¡Berta!.. Me mostráis un instante la cima de la felicidad, para precipitarme luego al abismo de la desesperación.
BERTA.––No, no se extinguieron en vuestro ánimo los nobles impulsos; dormitan tan sólo, y quiero des-pertarlos. Debéis de violentaros para destruir la propia innata virtud; felizmente es más fuerte que vos, y a despecho de vuestra voluntad sois noble y bueno.
RUDENZ.––¡Confiáis en mí! ¡Oh Berta! todo lo puedo por vuestro amor.
BERTA.–– Sed lo que la naturaleza generosa quiso que fueseis, ocupad el lugar que os designó, sost ened a vuestro pueblo, a vuestra patria, combatiendo por sus sagrados derechos.
RUDENZ.––¡Desdichado de mí! ¿y cómo he de lograr vuestra mano, cómo llegaré a poseeros, si resisto a la pujanza del emperador? ¿Acaso no son vuestros parientes los que disponen de vos?
BERTA.––Mis bienes se hallan situados en los tres cantones, y si Suiza es libre, también yo lo seré.
RUDENZ.––¡Berta! ...¡qué
hori zonte desplegáis a mi vista!
BERTA.––No esperéis obtener mi mano con el favor del Austria. Sólo se acuerdan de mis riquezas, y quieren unirme a un rico heredero. Los mismos opresores que atentan a vuestra libertad, amenazan también la mía, y soy tal vez, amigo, una víctima destinada a recompensar a un favorito. Piensan llevarme a la corte del emperador donde reinan la hipocresía y la astucia, y allí me aguardan las cadenas de un enlace odioso.
Sólo el amor... vuestro amor... podría salvarme.
RUDENZ. ¿Podríais resolveros a vivir aquí, a ser mi compañera en mi patria? ¡Oh! ¡Berta! Mis ensueños vagos y errantes no eran más que aspiraciones hacia vos. Só lo a vos iba a buscar por el camino de la gloria... mi ambición era amor tan sólo... Si os resignáis a encerraron conmigo en estos tranquilas valles, veo alcanzado el objeto de mis esfuerzos; si renunciáis por mí a los esplendores del mundo, ya puede estrellarse al pie de estas montañas su agitado torrente, que ninguno de mis deseos extraviará mi ánimo durante mi vida. ¡Ojalá estas rocas nos ciñeran como impenetrable muro, y estos felices valles sólo se abrieran al cielo y a la luz!
BERTA.––Ahora te veo tal como te soñó mi corazón. No me engañé.
RUDENZ.––¡Adiós, vana ilusión que sedujiste mi ánimo! Aquí, en mi patria hallare la dicha. Aquí floreció alegremente mi infancia; aquí me rodean mil recuerdos de júbilo y hablan a mi alma árboles y fuentes. ¡Quieres ser mía en mi patria! ¡Ay! siempre la amé; y comprendo que me hubiera faltado toda suerte de dicha en este mundo.
BERTA. ¿Dónde hallarla, sino aquí, morada de la inocencia, aquí donde reside la antigua buena fe y no halló albergue la malicia? Aquí ningún deseo ha de turbar el manantial de la felicidad y se deslizarán nuestros días, puros y serenos. Ya te miro ornado de la verdadera dignidad de hombre, el primero entre tus conciudadanos libres e iguales, honrado con espontánea y sincera veneración, grande como un rey en sus estados.
RUDENZ.––Y yo a ti, la reina de las mujeres, ocupada en hacer de mi casa un paraíso con mil gratos cuidados, ornamento de mi vida con tu dulzura y tu gracia, y como la primavera esparce en torno sus flo res, esparciendo en torno tuyo la animación y la felicidad.
BERTA. ¿Comprendes ahora por qué me afligía ver cómo destruías por tu propia mano la suprema dicha? ¡Qué desgracia para mí, si hubiese debido seguir a su oscuro castillo al orgulloso caballero, opresor de su patria! Aquí no hay castillo, no hay muralla que me separe de un pueblo que ansío hacer feliz.
RUDENZ. ¿Pero cómo salvarme, cómo romper las cadenas que en mi locura me forjé?
BERTA.––Rómpelas con varonil resolución. Suceda lo que quiera... sigue unido a tu pueblo; este es tu propio lugar. (Oyense a lo lejos algunas trompas de caza.) Se aproxi ma la comitiva; conviene separarnos pronto. Combate por tu patria y por tu amor. Tenemos enfrente un común enemigo, ante el cual debemos temblar todos, y una libertad, de la cual gozaremos todos. (Se van.)