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ESCENA II
ОглавлениеUna pradera rodeada de bosques y escarpadas rocas. Sobre las rocas algunos senderos con barandilla y escaleras practicables. En el fondo; el lago; brilla sobre él un arco-iris lunar. Altas mont añas coronadas de nieve, en último término. Es de noche; la luna ilumina el paisaje, el lago y los ventisqueros.
MELCHTHAL, BAUMGARTEN, MEIER DE SARNEN, BURKHART DE BUHEL, ARNOLDO DE
SEWA, NICOLÁS DE FLUE, STRUTH DE WINKELRIED y cuatro campesinos, todos armados.
MELCHTHAL.–– (Dentro.) El camino se ensancha; seguidme sin temor; reconozco las rocas y la pequeña cruz que las corona; hemos llegado ya; estamos en Rutli. (Salen con antorchas.) WIN KELRIED.––Escuchad .
SEWA.––Todo está desierto.
MEIER.––No hay todavía ningún comp atriota. Los de Unterwald llegamos los primeros.
MELCHTHAL. ¿Es muy tarde?
BAUMGARTEN ––El vigilante de Selisberi acaba de cantar las dos. (Sue nan campanas a lo lejos.) MEIER.–– Silencio; ¡oigamos!
BUHEL.––La campana de la ermita de los bosques que llama a maitines en la orilla opuesta, en el país de Schwyz.
FLUE.––El aire es puro y extiende muy lejos el sonido.
MELCHTHAL.––Id, encended algunas fogatas para alumbrar a los que vengan. (Se van dos campesinos.)
SEWA.––Tenemos una hermosa noche de luna; el lago, terso como un cristal.
BUHEL.––Fácil les será la travesía.
WINKELRIED— (Señalando el lago.) ¡Ah! mirad, mirad hacia allí; ¿nada veis?
MEIER.––¡Sepamos qué! ¡Ah! sí; realmente, el arco iris a estas horas de la noche.
MELCHTHAL.––Producido por el resplandor de la luna.
FLUE Esta es maravillosa y rara señal; muchos hay que no la vieron en su vida.
SEWA.–– Y es doble... ¿veis? Se ve otro más pálido alrededor del primero.
BAUMGARTEN —Mirad una barca que pasa por debajo del arco.
MELCHTHAL.––Stauffacher en su batel; el buen hombre no se hace esperar mucho. (Se dirige con BAUM GARTEN a la ribera.)
MEIER.–– Los de Uri son los que tardan más.
BUHEL.–– Se ven obligados a dar una larga vuelta por la montaña para escapar a la vigilancia de la gente del gobernador. (En esto, dos hombres han encendido una fogata en medio de la escena.) MELCHTHAL.–– (Desde la ribera.) ¿Quién va?... ¡El santo y seña!
STAUFFACHER.––¡Amigos de la patria! (Todos se dirigen al foro al encuentro de los recién llegados; se ve salir de la barca a STAUFFACHER, ITEL REDING, HANS DE MAUER, JORGE DE
HOFE, CONRADo HUNN, ULRICO DE SCHMID, JOST DE WEILER y tres más. Van también armados.)
TODOS .––(A la vez.) ¡Bienvenidos! (Mientras los demás se detienen en el foro y se saludan, MELCHTHAL y STAUFFACHER se adelantan.)
MELCHTHAL.––¡Ah! Stauffacher; le vi… le vi al que ya no puede verme; puse la mano sobre sus ojos, y el extinguido rayo de su mirada inflamó en mi corazón ardiente sen timiento de venganza.
STAUFFACHER:––No hables de venganza, que no se trata aquí de vengar el mal cometido, sino de precaver el que nos amenaza. Dime ahora, ¿qué habéis hecho en el país de Unterwald? ¿a quién habéis reclutado para la causa común? ¿qué piensan vuestros compatriotas? ¿có mo habéis podido escapar a la traición?
MELCHTHAL.––A través de las imponentes montañas de Sarnen, y los vastos desiertos de hielo, cu-yo silencio turba tan sólo el graznido del buitre, o el balido de las ovejas, llegué por fin a los Alpes, donde los pastores de Uri y Engelberg se saludan de lejos con gritos, y apacentan en común los ganados.
Templé mi sed con el agua de los ventisqueros que mana a borbotones de las hendiduras. Me detuve en la solitaria granja; no había nadie para recibirme; llegué a poco en poblado. El rumor de la atrocidad nuevamente cometida había cundido ya por aquellos valles, y no llamé a una sola puerta, donde mi desgracia no me valiese la más honrosa acogida. Hallé los ánimos sublevados a causa de los nuevos actos de violencia, porque así como los Alpes producen siempre las mismas plant as, y manan las fuentes en un mismo sitio, y hasta las nubes y los vientos siguen invariables la misma dirección, así las antiguas costumbres pasaron dé padres a hijos, y las viejas tradiciones se rebelan contra la temeraria novedad. Tendiéronme la vigorosa mano, y descolgaron del muro las armas enmohecidas; llameó con júbilo en su rostro el valor, cuando pronuncié los venerados nombres de los hijos de nuestras montañas, el vuestro, el de Walther Furst. Han jurado hacer cuanto os pareciere justo, han jurado seguiros hasta la muerte. Así, bajo la sagrada protección de la hospitalidad recorrí mi camino yendo de granja en granja, y cuando llegué al valle natal, donde cuento con muchos parientes, hallo por fin a mi padre, ciego, desnudo, tendido en la paja, viviendo todavía por merced de algunos amigos bienhechores...
STAUFFACHER.––¡Dios mío!
MELCHTHAL.––No he llorado, no malgasté en impotentes lágrimas la fuerza de mi intenso dolor; concentrándole en el fondo del alma, como precioso tesoro, pensé tan sólo en obrar. Recorrí los tortuosos senderos de los montes; no hay valle por oculto que esté, en donde no haya entrado; llamé a la puerta de todas las cabañas, hasta llegar a los eternos hielos... en todas partes arde el odio contra la tiranía; porque la avaricia de los gobernadores extiende sus latrocinios hasta el último confín de la naturaleza animada, hasta allí donde la tierra se mea a dar fruto. Con mis sarcásticas rases inflamé los ánimos de aquella honrada gente, y están con nosotros no sólo porque lo juraron, sino con alma y vida.
STAUFFACHER.––En poco tiempo habéis realizado grandes cosas.
MELCHTHAL.–––Hice más. Más que nada, arredran al campesino las dos fortalezas de Rossberg y de Sarnen; porque tras esas murallas de peñascos, halla asilo nuestro enemigo y aflige desde allí a la comarca. Quise juzgar de ellas por mis propios ojos, y he estado en Samen y he visto la fortaleza.
STAUFFACHER. ¿Osasteis penetrar hasta la guarida del tigre?
MELCHTHAL.––Iba disfrazado con un hábito de peregrino... He visto al gobernador, entregado a la licencia... Juzgad si pude dominarme... Vi a mi enemigo y no le maté.
STAUFFACHER.–––La fortuna favoreció ciertamente tal temeridad. (En esto, los demás conjurados se adelantan y se acercan a los dos interlocutores.) Pero decidme ¿quiénes son estos amigos vuestros, esta buena gente que os ha .seguido? Presentádmelos, a fin de que nos unamos con entera confianza y latan de acuerdo los corazones.
MEIER. ¿Quién habrá que no os conozca, maestro Stauffacher, en los tres cantones? Yo soy Meier de Sarnen, y este es el hijo de mi hermana Struth de Winkelried.
STAUFFACHER.– – Conozco este nombre. Un Winkelried fue quien mató el dragón en dos pantanos de Weiler, perdiendo la vida en el combate.
WINKELRIED. ––Era mi abuelo, maestro Werner.
MELCHTHAL.––––(Presentando a dos de sus compañeros.) Éstos viven al otro lado de Unterwald; son vasallos del monasterio de Engelberg. Espero que no desdeñaréis su auxilio, bien que no sean independien-tes como nosotros, ni libres propietarios de su patrimonio. Aman a su país, y gozan por otra parte de buena reputación.
STAUFFACHER.––Venga esa mano. Feliz quien no depende de nadie; mas la rectitud ennoblece toda condición.
CONRADO HUNN. – –Ahí tenéis a maestro Reding, a nuestro antiguo landammann.
MEIER.––Bien le conozco, es mi adversario; pleitea contra mí por una antigua herencia... Maestro Reding, discordes ante el tribunal, aquí estamos de acuerdo. (Le estrecha la mano.) STAUFFACHER.––Muy bien dicho.
WINKELRIED.––Escuchad; ya llegan. ¿Oísteis la bocina de Uri? (Por ambos lados de la escena, van bajando algunos hombres armados y con antorchas.)
MAUER—Mirad; ¿no baja con ellos el piadoso siervo de Dios, nues tro digno pastor en persona? Ni la fatiga del camino, ni la oscuridad de la noche le arredran, cuando se trata de atender a nuestro bien.
BAUMGARTEN.––El sacristán y Walther le acompañan, pero yo no veo a Tell entre ellos. (Salen WALTHER FURST, ROESSELMANN, párroco de Uri, PETERMANN el sacristán, el pastor KUONI, el cazador WERNI, el pescador RUODI y cinco más. La asamblea se compone de treinta y tres personas. Todo se adelantan, y forman círculo en torno al fuego.)
WALTHER FURST.––¡Así es fuerza que nos escondamos en la propia patria, en el suelo natal, y que co-mo asesinos nos deslicemos en la sombra, y en medio de la noche cuyas tinieblas sólo cobijan el crimen y las punibles conspiraciones, vengamos a defender nuestro derecho, tan claro y evidente como la luz del día!
MELCHTHAL. ¿Y qué importa? Lo que resolvamos en el seno de la noche oscura, ha de brillar a la luz del sol, con toda libertad y por dicha nuestra.
ROESSELMANN—Oíd, amigos y confederados, lo que Dios inspira a mi corazón. Formamos una asamblea general, y podemos obrar en nombre de un pueblo entero; acatemos, pues, los antiguos usos del país, del modo que los acatamos en tiempos tranquilos. Lo que fuere ilegal en esta reunión, la fuerza de las circunstancias lo legitimará; que Dios está presente donde se ejerce la justicia, y nos hallamos bajo la bó-
veda del cielo.
STAUFFACHER.––Pues bien; acatemos los antiguos usos. Reina la noche, pero nuestros derechos son perfectamente claros.
MELCHTHAL.––Si la asamblea no es completa, el corazón de nuestro pueblo está con nosotros, y figu-ran aquí los mejores ciudadanos.
CONRADO HUNN. – –No poseemos ahora los antiguos libros, pero sus leyes se guardan inscritas en nues tros corazones.
ROESSEMANN.––Formemos al ins tante el círculo y plántense en medio las espadas, signo de poder.
MAUER.––El landammann va a ocupar su puesto, teniendo al lado a los asesores.
PETERMANN.––Hay aquí tres pueblos; ¿a quién se concede el derecho de presidir la asamblea?
MAUER.–––Que Schwyz y Uri se disputen semejante honor; los vecinos de Unterwald renunciamos a él espontáneamente.
MELCHTHAL.––Renunciamos a él, porque venimos a pedir el concurso de nuestros amigos poderosos.
STAUFFACHER ––Empuñe pues Uri la espada. Su estandarte precede al nuestro en las expediciones del imperio.
WALTHER FURST.––No; este honor debe pertenecer a Schwyz, tronco de nuestra raza al cual nos glo-riamos de pertenecer.
ROESSELMANN.––Permitid que buenamente ponga punto a esta generosa controversia. Schwyz usará de su prerrogativa en el consejo, y Uri en el campo de batalla.
WALTHER FURST.–– (Presentando la espada a STAUFFACHER.) Tornad, pues.
STAUFFACHER—No yo; este derecho pertenece al más anciano.
HOPE.––Ulrico Schmid es el más anciano de los presentes.
MAUER.––Hombre honrado si los hay, pero no es de condición libre, y en Schwyz sólo pueden ser jue-ces los que poseen un patrimonio exento.
STAUFFACHER. ¿No está aquí Reding, el antiguo landammann?... ¿Acaso hallaríamos otro más digno que él?
WALTHER FURST.–– Sea él nues tro landammann y presidente de la asamblea. Los que digan sí que alcen la mano. (Todos alzan la mano derecha.)
REDING.–– (Adelantándose, en me dio de ellos.) No puedo poner la mano sobre los sagrados libros, pero juro por los eternos astros que no me apartaré de la justicia. ( Colocan dos espadas delante de él, y todos se agrupan en torno suyo. SCHWYZ en medio, URI a la derecha, UNTERWALD a la izquierda. REDING
se apoya en su espada.) ¿Qué causa ha podido congregar a los tres pueblos de estas montañas, a media noche, en esta triste orilla? ¿Cuál será el objeto de esta nueva alianza, con cluida bajo el cielo estrellado?
STAUFFACHER. – – (Adelantándose.) No vamos a contraer una nueva alianza, sino a ratificar la antigua unión del tiempo de nuestros padres. Vosotros lo sabéis, confederados; aunque el lago y las montañas nos separan, y cada pueblo se gobierna por sí, pertenecemos a una misma raza, corre por nuestras ve nas la misma sangre y una es la patria de todos.
VINKELRIED.––¿Entonces será verdad lo que dicen las canciones y habremos arribado aquí, venidos de lejanas tierras? ¡Oh! ... decidnos lo que sepáis sobre esto, para que la pasada alianza fortifique la nueva.
STAUFFACHER.––Oíd lo que cuentan los viejos pastores. Había en las comarcas del Norte un gran pueblo que sufrió cruel carestía. En tan miserable estado, decidióse que la décima parte de la población, de-signada por la suerte, abandonase el país; hízose así. Muchedumbre de hombres y mujeres partió llorando hacia el Sud y abrióse camino con la espada a través de la Alemania hasta que llegó a estos bosques, a estos collados. Aquella multitud infatigable, descendió al silvestre valle donde el Muotta desliza sus aguas por entre las praderas; no se veía en parte alguna vestigio humano; una sola choza se elevaba en la solitaria ribera, habitación de un hombre que aguardaba allí a los caminantes para conducirlos en su barquichuela.
Agitado el lago por la borrasca, no pudieron atravesarlo, y como observaran detenidamente el país y vieran en él hermosos y ricos bosques, límpidas fuentes, creyeron hallarse en su patria y resolvieron quedarse allí.
Fundaron entonces el viejo villorio de Schwyz; largos días de penosas labores emplearon en arrancar las raíces de los árboles que hasta allí extendían. Después cuando el suelo no bastó a contener aquella numerosa población, fueron desparramándose hasta las montañas ne gras, y la vecina comarca, donde otro pueblo, escondido en las eternas nieves, habla otra lengua. Quedó fundado Stanz en el bosque de Kern, y Alt dorf en el valle de Reuss. Mas todos guardaron siempre el recuerdo de su origen, y entre aquellos hombres de extranjera raza que vinieron aquí a establecerse sobresalen los de Schwyz... A impulsos de la sangre, por el corazón nos reconocemos mutuamente. (Tiende la mano a sus compañeros.) MAUER.––Sí; tenemos un mismo corazón, una misma sangre.
TODOS .––(Tendiéndose la mano.) Formamos un pueblo solo y obraremos de común acuerdo.
STAUFFACHER.––Los demás sopor tan el yugo extranjero y viven sometidos a sus vencedores. En este mismo país muchos hombres hay sometidos a extraños deberes y que legan a sus hijos la servidumbre. Pero nosotros, legítima descenden cia de los antiguos suizos, hemos conservado siempre nuestra libertad, nunca hemos hincado la rodilla ante príncipe alguno, y sólo voluntaria, espontáneamente, acudimos a la protección del emperador.
ROESSELMANN. ––Sí, libremente, buscamos su amparo' su protección. Esto es lo especificado en la carta del emperador Federico.
STAUFFACHER.––Sí; pues por libre que sea el hombre necesita un soberano, un jefe, un juez supremo al que acudir en caso de litigio. He aquí por qué nuestros padres rindieron homenaje al emperador por el suelo conquistado a las selvas, al que se titula emperador de Alemania e Italia, y como los demás hombres libres de su imperio se obligaron con él a prestar el noble servicio de las armas, porque el único deber de los hombres libres es proteger al imperio que les protege.
MELCHTHAL.––Toda otra obliga ción es signo de servidumbre.
STAUFFACHER.––Cuando nuestros abuelos seguían el estandarte del imperio y combatían en sus batallas, espada en mano fueron a Italia con los emperadores, para ceñirles la corona de Roma, pero en su país se gobernaban a sí mismos según las antiguas leyes, segun los antiguos usos, y al emperador sólo estaba re-servado el derecho de vida y muerte. Delegó a este efecto sus atribuciones en uno de sus principales condes que no residía en nuestro país. Para la pena capital nuestros abuelos se dirigían a él, y a campo raso, clara y simplemente pronunciaba la sentencia sin temor a los hombres. ¿Es esta una prueba de esclavitud? Si alguien sabe estas cosas de otro modo que lo diga.
HOFE.––No; todo pasaba como habéis explicado. Nunca hemos sufrido el despotismo.
STAUFFACHER.––Rehusamos obedecer al mismo emperador, cuando sostuvo la causa del clero a costa de la justicia, los moradores de la aba día de Einsiedeln, querían quitarnos los pastos que poseemos de antiguo; el abad se fundaba en un viejo título en el cual se le concedían las tierras sin dueño, porque se ca-llaron que fuesen nuestras. Entonces dijimos: –– Este título ha sido sorprendido al emperador; él no puede dar lo que nos pertenece, y si el imperio no hace justicia, podremos prescindir de él en nuestras montañas.–
– Así hablaban nuestros padres, ¿y nosotros sufriremos un nuevo y vergonzoso yugo? ¿Soportaremos de un lacayo extranjero lo que ningún emperador pudo obtener de nosotros? Nosotros conquis tamos este suelo con el esfuerzo de nuestro brazo y convertimos en habitable región estas selvas, guarida de las fieras, y exterminamos la raza del dragón venenoso que vivía en los pantanos; nosotros rasgamos el velo de nieblas que ayer flotaba tristemente sobre este desierto, y quebramos las rocas y abrimos entre pre cipicios seguro paso al caminante. Nuestro es el suelo, mil años ha. ¿Y el criado de un soberano extranjero osará forjar nuestras cadenas y cubrirnos de oprobio? ¿No habrá algún remedio para tamaños males? (Los conjurads manifiestan su agitación.) No; el poder de la tiranía tiene sus límites; cuando el oprimido no halla justicia en la tierra y se hace insoportable el peso que le abruma, acude a Dios en demanda de valor y alivio, e invoca la eterna justicia que reside en los cielos, firme, inmutable como los mis mos astros. Renuévanse entonces los primitivos tiempos, en que el hombre luchaba con el hombre, y en último recurso se echa mano a la es pada. Obligados estamos a defender por la fuerza nuestros más preciosos bienes; combatimos por nuestro país, por nuestras mujeres, por nuestros hijos.
TODOS. ––(Desenvainando la espada.) Combatimos por nuestras mu jeres, por nuestros hijos.
ROESSELMANN.–– (Adelantándose.) Antes de acudir a las armas, pensadlo bien, podéis obrar pacíficamente con el emperador; basta una sola palabra, y los tiranos cuya cruel opresión os agobia, se os mostrarán lisonjeros. Tomad el partido que con frecuencia se os propuso; separaos del imperio y reconoced el poderío del Austria.
MAUER. ¿Qué dice el párroco?... ¿Nosotros prestar juramento al Austria?
BUHEL.––¡No le escuchéis!
WINKELRIED.––Este consejo es propio de traidores, de enemigos del país.
REDING.––Haya paz, amigos.
SEWA. ¿Nosotros rendir homenaje al Austria después de semejante ofensa?
FLUE. ¿Nos dejaremos arrebatar por la violencia, lo que rehusamos a la blandura?
MEIER.––Entonces seríamos esclavos, y mereceríamos serlo.
MAUER.––Quien proponga que cedamos al Austria, sea privado de sus derechos de suizo. Landammann, pido que esta sea la primera ley promulgada aquí.
MELCHTHAL.––Sea. Quien hable de ceder al Austria sea privado de todos sus derechos, despojado de todo honor, y ninguno de sus compatriotas le reciba en su hogar.
TODOS — (Tienden la mano derecha.) Así lo queremos todos. Tal sea la ley.
REDING.–– (Después de un momento de silencio.) Queda acordado.
ROESSELMANN.–– Sois libres, libres gracias a esta ley. El Austria no obtendrá por la fuerza, lo que no pudo obtener con amistosas gestiones.
WEILER. Volvamos a la orden del día.
REDING.––Confederados: ¿hemos usado ya de todos los medios de conciliación? Tal vez el soberano ignora cuánto sufrimos; tal vez sufrimos contra su voluntad. Antes de acudir a la espada hagamos un último esfuerzo para que lleguen has ta él nuestras quejas. La violencia es siempre terrible aun tratándose de una causa justa, y Dios sólo acuerda su auxilio cuando no se puede obtener justicia de los hombres.
STAUFFACHER. –– (A CONRADO HUNN.) A vos os toca darnos noticias sobre esto; hablad.
CONRADO HUNN.––Fui a ver al emperador en su palacio de Rhein feld, para manifestarle nuestro des -
contento, a causa de las crueles vejaciones de los gobernadores y pedirle a la vez la carta de nuestros ant iguos privilegios que cada nuevo soberano confirma. Allí encontré a los emisarios de innumerables pueblos de Suabia y orillas del Rhin, quienes recibían sus títulos y regresaban alegremente a su patria. En cuanto a mí, delegado vuestro, dijé ronme que me avistara con los del Consejo, y éstos se limitaron a despedirme con buenas razones. ––“El emperador no tiene tiempo esta vez, pero no os olvidará.” Y me volvía descorazo-nado, cuando al cruzar por la sala del castillo, vi al duque Juan que lloraba y junto a él a los nobles señores de Wart y Tegérfeld. Me llaman y me dicen: Resistid con las propias armas y no esp eréis justicia del soberano. ¿No estáis viendo cómo despoja a su propio sobrino y detenta su legítima herencia? El duque reclama los bienes de su madre; llegó a la mayor edad y se halla en el caso de gobernar por sí mismo su patrimonio y sus vasallos. ¿Sabéis qué respuesta ha recibido? El emperador ha puesto en su cabeza un solideo, diciéndole: este es el ornamento de tu juventud.”
MAUER. ¿Oís? No esperemos del emperador ni rectitud ni justicia... acudid a la propia ayuda.
REDING.––No nos queda otro partido. Veamos ahora el modo de encaminarnos a nuestro fin con la debida prudencia.
WALTHER FURST. – –(Adelantándo se.) Queremos sustraernos a odiosa dominación y conservar ín-tegros los derechos que nos legaron nuestros padres, mas no ambicionar otros nuevos. Conserve en paz el emperador los suyos, y sirva a su señor el que lo tenga.
MEIER.–– Yo soy feudatario del Austria.
WALTHER FURST.––Pues continuad cumpliendo con ella vuestras obligaciones.
WEILER.–– Yo pago un tributo a los señores de Rappersweil.
WALTHER FURST.––Pues continuad p agándolo.
ROESSELMANN.–– Yo he prestado juramento a la abadía de Zurich.
WALTHER FURST.–– Dad a la abadía lo que es suyo.
STAUFFACHER.––Yo no dependo más que del imperio.
WALTHER FURST.–– Hágase lo que deba hacerse, pero nada más. Lo que deseamos es arrojar del pa-
ís a los gobernadores v a sus sicarios, y derribar sus fortalezas, si es posible, sin verter sangre. Reconozca el emperador que nos hemos visto forzados a violar nuestras obligaciones y el respeto que le debemos.
Si ve que nos mantenemos dentro de justos límites, tal vez la prudencia política enfrentará su cólera, porque un pueblo que sabe guardar moderación con las armas en la mano, inspira legítimo temor.
REDING.––Pero oíd; ¿cómo llevaremos a feliz término la empresa? El enemigo está armado y no ha de ceder sin combatir.
STAUFFACHER.––Cederá cuando vea que también lo estamos nosotros; cederá si sabemos ganarle por la mano.
MEIER.–– Lo cual está pronto dicho, pero es difícil ejecutarlo. Dos fortalezas protegen al enemigo, y serán temibles si viene el rey. Antes de desenv ainar una sola espada, debiéramos apoderarnos de Rossberg y de Sarnen.
STAUFFACHER.––Si tardamos mucho, alguien prevendrá al enemigo y demasiada gente estará en el secreto.
MEIER.––No hay un solo traidor en los tres cantones.
ROESSELMANN.––El mismo celo puede hacer traición a nuestros planes.
WALTER FURST.–– Si se demoran, el edificio de Altdorf estará terminado y el gobernador irá a fortificarse en él.
MEIER.––Mucho Os acordáis de los propios intereses.
PETERMANN.––¡Y vosotros estáis injustos!
MEIER. – – (Levantándose.) ¡Injustos nosotros! ¡Los de Uri osan decirlo!
REDING.––¡En nombre de vuestro juramento, silencio!
MEIER.–– Sí; si Schwyz se pone del lado de Uri, forzoso será ceder.
REDING.––Me veo obligado a reprenderos ante la asamblea, porque turbáis la paz con vuestra violencia. ¿No nos reúne aquí una causa común?
WINKELRIED.––Podríamos aguardar hasta el día de la fiesta del Se ñor; es costumbre que en tal día todos los vasallos acudan al castillo con sus presentes. Diez o doce hombres se reunirían allí sin que nadie recelara, y podrían traer ocultos algunos aguijones de hierro y armar con ellos sus bastones, por que nadie entra armado en el castillo. El grueso del ejército aguardaría en tanto emboscado cerca de allí, y cuando los otros se hubiesen apoderado de la entrada, llamarían con un toque de bocina, saldríamos todos y fácilmente nos hacíamos dueños de la fortaleza.
MELCHTHAL—Yo me encargo de entrar en Rossberg. Una doncella del castillo me dio pruebas de alguna afección y podré persuadirla a que me tienda una escalera para visitarla de noche. Una vez allí, haré entrar a mis amigos.
REDING—¿Estáis todos conformes en diferir la ejecución? (La mayoría levanta la mano.) STAUFFACHER . – – ( C o n t a n d o los votos.) Veinte contra doce.
WALTHER FURST.––En cuanto hayan caído en nuestro poder las for talezas, daremos la señal de una a otra montaña, encendiendo algunas fogatas. El pueblo se reunirá inmediatamente en el principal lugar del cantón, y cuando vean los gobernadores que estamos decididos a re sistirnos, creedlo, no empeñarán la lucha, y aceptarán de buen grado un salvoconducto para pasar la frontera.
STAUFFACHER—Sólo temo las fuerzas de Geszler; rodeado de terribles sicarios, no ha de abandonar el campo de batalla sin efusión de sangre, y hasta expulsado del territorio será terrible enemigo. Es di-fícil y quizá peligroso perdonarle.
BAUMGARTEN —Colocadme donde se corra el riesgo de perder la vida; la expongo con gusto por mi patria, esta vida que salvó Guillermo Tell. He defendido mi honor y mi corazón se siente satisfecho.
REDING.––El tiempo trae consejo. Aguardad con paciencia; también conviene fiar algo a la ocasión...
pero mirad... mientras seguimos aquí deliberando, brila la roja aurora en las cumbres. Vaya, separé-
monos, antes que el so l nos sorprenda.
WALTHER.––No os inquietéis; la noche se retira lentamente de los valles. (Todos, cediendo a espon -
táneo impulso, se descubren y contemplan con piadoso recogimiento la salida del sol.) ROSSELMANN.––Por esta luz que a nuestros ojos brilla, antes que alumbre a los que duermen en-vueltos en la bruma de las ciudades, juremos el pacto de la nueva alianza. Queremos ser un solo pueblo de hermanos a quienes nunca, ni la desgracia, ni el peligro podrán separar. (Todos repiten la misma fórmula, le vantando los tres dedos de la mano derecha.) Queremos ser libres como lo fueron nuestros padres, y preferimos la muerte a la esclavitud. (Todos repiten. estas pa labras.) Queremos poner nuestra confianza en el Dios Todopoderoso, y no temer nunca el poder de los hombres. (Lo repiten también y se abra zan.)
STAUFFACHER. –– Emprenda cada cual en santa paz su regreso y vuelva a reunirse con sus amigos.
Conduzca el pastor tranquilamente sus ganados a los establos de invierno, y con sigilo cuide de reclutar partidarios para nuestra empresa. Soportad cuanto sea soportable hasta el momento decisivo. Dejemos que crezca la lis ta de los ultrajes... hasta al día en que los tiranos pagarán de una vez sus deudas con todos y cada uno. Fuerza es dominar nuestro justo furor... quede reservada la particular venganza para la venganza de todos; que ocuparse hoy de la propia injuria, fuera en perjuicio de la causa común. (Mie ntras se alejan en profundo,silencio, y en tres diferentes direcciones, toca la orquesta una brillante sinfonía. La escena permanece solitaria breve rato, y brillan los rayos de la aurora en las lejanas nieves.)