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ESCENA PRIMERA

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Plaza pública en Altdorf. En el fondo, a la derecha, la fortaleza de Uri con los andamios, como en la ter-cera escena del primer acto; a la izquierda, la vista de algunas mont añas, en cuya cima brillan las fogatas. Amanece, suenan las campanas en diversos lados.

RUODI, KUONI, WERNI, el CANTERO y muchos otros habitantes; mujeres y niños.

RUODi.––Mirad en aquellas cimas las fogatas.

EL CANTERO. ¿Oís las campanas que tocan al otro lado del bosque?

RUODI.–– Ya han sido expulsados los enemigos.

EL CANTERO.–– Y tomadas las fortalezas.

RUODI. ¿Y sufrimos, todavía los habitantes de Uri este castillo en nuestro suelo? ¿Seremos los últimos a declararnos libres?

EL CANTERO. ¿Y dejaremos subsistir este medio de presión?... ¡Vaya... a derribarlo!

TODOS. –– ¡Abajo!... ¡abajo!... ¡abajo! . . .

RUODI—¿Dónde está el pregonero de Uri?

EL PREGONERO.––Aquí estoy... ¿qué se ha de hacer?

RUODI.––Encaramaos a una altura y tocad la trompeta. Resuene con estruendo en las lejanas cavernas, y despierte los ecos de las grutas de granito, co nvocando a los montañeses. (EL PREGONERO Se va. Sale WALTHER FURST.)

WALTHER FURST. –– Deteneos... amigos, deteneos; ignoramos todavía lo ocurrido en Unterwald y en Schwyz... Aguardemos el mensaje.

RUODI.––¿Y por qué _aguardar?... Ha muerto el tirano, y ha amanecido el día de la libertad.

EL CANTERO. ¿Y no son suficiente estos llameantes mensajeros que brillan en torno en las montañas?

RUODi.––¡Venid, venid, mano a la obra! Hombres y mujeres... ¡derribad estos andamios y las bó vedas y los muros! ... ¡No ha de quedar piedra sobre piedra!

EL CANTERO.–– Venid, amigos, supimos construir el edificio y sabremos destruirle.

TODOS.–– Venid... ¡Destruyámos lo! (Se precipitan de todos lados sobre el castillo.) WALTHER FURST.–– Ya están obrando... No he podido detenerlos más. (Salen MELCHTHAL y BAUMGARTEN.)

MELCHTHAL. –– ¡Cómo! ¿Subsiste todavía esta fortaleza, cuando Sarnen ha sido reducida a cenizas y Rossberg es un montón de escombros?

WALTHER FURST.––¿Sois vos Melchthal? ¿Nos traéis la libertad?... Decid; ¿el país se ha libertado de sus enemigos?

MELCHTHAL.–– (Abrazándole.) La patria es libre. En el punto en que os hablo no queda un solo tirano en Suiza: regocijaos, noble anciano.

WALTHER.––¡Oh! explicadme: ¿cómo os habéis apoderado de la fortaleza?

MELCHTHAL.––Rudenz, con varonil audacia, se ha hecho dueño del castillo de Sarnen, y la noche an-terior yo había asaltado Rossberg. Pero oíd lo que ocurrió. Habíamos arrojado los enemigos del castillo, y acabábamos de incendiarlo con la mayor alegría, viendo cómo se elevaban las llamas hasta el cielo, cuando Diethelm, el criado de Geszler, acude gritando que la dama de Bruneck era víctima del fuego.

WALTHER FURST.––¡Justo Dios! (Suena dentro el ruido de los andamios derrumbados.) MELCHTHAL.—Era ella, en efecto; la encerraron secretamente en el castillo por orden del gobernador.

Rudenz enfurecido se lanza a su encuentro; oíamos derrumbarse ya las vigas y los macizos postes..., los clamores de aquella infeliz llegaban hasta nosotros a través de la humareda.

WALTHER FURST. ¿Se salvó?

MELCHTHAL.––Era necesario obrar con prontitud y resolución. Si Rudenz fuera sólo un caballero, hubié ramos reparado en el peligro, pero era un aliado, y además Berta honraba mucho al pueblo. Así todos hemos arriesgado la vida con valor , precipitándonos en las llamas.

WALTHER FURST: ¿Se salvó?

MELCHTHAL.––Sí; se salvó. Rudenz y yo la hemos sacado de en medio de las llamas, mientras crujían y se hundían los techos detrás de nosotros. Apenas salvada y al aire libre, el barón se arrojó en sus brazos, y han jurado en mi presencia su eterna unión, que después de haber resistido a los ardores del incendio, bien puede resistir a todas las pruebas del destino.

WALTHER FURST. ¿Dónde está Landenberg?

MELCHTHAL.––En los montes de Brunig. No estuvo en mi mano impedir que viva, él, que quitó la vista a mi padre. Corrí tras él, le alcancé, le arrastré a los pies de mi padre, y cuando ya suspendía mi espada sobre su cabeza, imploró la misericordia del ciego anciano, y éste con su piedad le ha salvado la vida. Pero ha jurado salir de este país, y no volver más. Cumplirá su juramento, sin duda; que ya probó la fuerza de nuestro 1––razo.

WALTHER FURST.––¡Noble acción la vuestra de no haber empañado con sangre la victoria!

ALGUNOS NIÑOS— (Salen corriendo y llevando restos de los andamios.) ¡Viva la libertad... ¡Viva la libertad! (Suena con fuerza la trompeta del PREGONERO.)

WALTHER FURST.––¡Qué algazara!... Estos niños se acordarán de ella todavía, cuando viejos. (Algunas muchachas salen llevando el sombrero colgado de la percha. El pueblo invade la escena.) RUODI.––¡Mirad!... el sombrero ante el cual debíamos inclinarnos.

WALTHER FURST.––¡Dios mío...! Debajo de este sombrero colocaron a mi nieto.

VARIOS.––Destruid este monumento de la tiranía... ¡Al fuego con él!

WALTHER FURST.––No, guardé moslo. Debió servir de instrumento de la tiranía; pues bien, sea el eterno emblema de la libertad. (Los aldeanos, hombres, mujeres y niños, sentados o en pie entre los escombros del castillo, forman pintorescos grupos.)

MELCHTHAL.–– Vednos alegremente en pie, sobre los escombros de la tiranía. Compañeros... hemos cumvlido noblemente el juramento que hicimos en Rutli.

WALTHER FURST.––La empresa está comenzada, pero no acabada. Nos será necesario todavía mucho valor y sólida unión, porque el rey no tardará en querer vengar la muerte de su baile, creedlo, e intentará traer de nuevo por la fuerza lo que hemos expulsado.

MELCHTHAL.––¡Ya puede venir él y su ejército! Expulsamos al enemigo interior y no hemos de t emer al de fuera.

RUODI.––Pocos son los caminos que dan acceso a este país: cerraremos su entrada con nuestros pechos.

BAUNIGARTÉN.––Estamos unidos con vínculos eternos y no nos espantan sus tropas. (Salen ROESSELMANN y STAUFFACHER.)

ROESSELMANN.––¡Terribles son los juicios de Dios!

LOS ALDEANOS.––¿Qué hay?

ROESSELMANN—¡En qué tiempos vivimos!

WALTHER FURST.––Hablad... ¿qué pasa? Vos aquí, Werner, ¿qué nueva nos traéis?

LOS ALDEANOS. ¿Qué hay?

ROESSELMANN.––Oíd y confundíos.

STAUFFACHER.––Nos hemos libertado de un gran temor.

ROESSELMANN.––El emperador ha sido asesinado.

WALTHER. FURST.––¡Dios de misericordia! (Los aldeanos se agolpan tumultuosamente en torno de STAUFFACHER. )

TODOS.––¡Asesinado!... ¿El emperador?... Oigamos... ¿el emperador?

MELCHTHAL.––¡No es posible!... ¿De dónde procede la noticia?

STAUFFACHER.––Es cierta. El emperador Alberto murió cerca de Brück , en manos de un asesino. Un hombre fidedigno, Juan Müller, ha traído la noticia de Schaffhouse.

WALTHER FURST. ¿Quién ha osado cometer esta horrible acción?

STAUFFACHER.––El nombre del asesino la hace más horrible; su sobrino, el hijo de su hermano, el duque Juan de Suabia ha sido el autor de este asesinato.

MELCHTHAL. ¿Y qué causa le impulsó a cometer este parricidio?

STAU FFACHER.––El emperador era el depositario de su herencia paterna y la rehusaba a sus impacientes reclamaciones. Hasta se dice si abrigó el designio de acabar este asunto dando a su sobrino una mitra. Sea de ello lo que fuere, el joven príncipe prestó oídos a las criminales sugestiones de algunos de sus compañeros de armas, y puesto que se le negaba lo suyo, resolvió vengarse con ayuda de los señores de Eschenbach, de Tegerfeld, de Wart y de Palm.

WALTHER FURST.–– Contadnos cómo ha ocurrido el hecho.

STAUFFACHER.––El emperador se dirigía de Stein a Baden, para regresar a su corte de Rheinfeld acompañado de los príncipes Juan y Leopoldo y numerosa comitiva de gran des señores. Cuando llegó cerca del río Reuss, al sitio donde hay que tomar la barca para atravesarle, los asesinos se embarcaron precipit adamente con él para separarle del res to de la comitiva, y una vez en la otra orilla, en el punto en que pasaba el emperador por un sembrado, junto a las ruinas de una antigua ciudad pagana, y enfrente de la fortaleza de Habsburgo, cuna de su ilustre raza, el duque Juan le dio una puñalada en la garganta, Rodolfo de Parm le atravesó de un lanzazo, y Eschenbach le partió la cabeza. El emperador ha muerto, pues; entre los suyos, degollado por los suyos. Los demás vieron cómo le mataban desde la opuesta orilla, pero como iba por medio el río, no pudieron hacer otra cosa que lanzar vanos clamores de dolor. Sólo una pobre mujer había, sentada al borde del camino... el emperador espiró en sus brazos.

MELCHTHAL.––Así, el insaciable ambicioso no ha hecho más que bajar antes de tiempo a la tumba.

STAUFFACHER. La comarca está consternada. Se han cerrado todos los caminos y cada cantón guarda sus fronteras. Hasta la antigua ciu dad de Zurich ha cerrado sus puertas por la primera vez de treinta años acá; tanto se teme a los asesinos, y más que a ellos a los que quieren vengar el asesinato. Porque la reina de Hungría, la severa Ana, ajena a la blandura de su sexo, se acerca armada de la proscripción, ansiosa de tomar venganza en las familias de los asesinos, en sus criados, en sus hijos, en sus nietos, hasta en las piedras de sus castillos. Ha jurado inmolar sobre la tumba de su padre generaciones enteras; y bañarse en sangre como en agua de rosas.

MELCHTHAL. ¿Y se sabe adónde huyeron los asesinos?

STAUFFACHER.––Apenas cometido su crimen han tomado diferentes caminos, y se han separado para no encontrarse jamás. El duque Juan irá sin duda errante por las montañas.

WALTHER FURST.–– Crimen inútil para ellos; la venganza no da fruto nunca. Vive de sí misma; su placer consiste en matar y sólo se sacia con crueldades.

STAUFFACHER.––Verdad que su crimen será inútil para los asesinos, pero nosotros, nosotros reco-geremos con inmaculadas manos la rica cosecha de este cruento delito, porque ahora nos vemos libres de un gran temor. Cayó el más poderoso enemigo de nuestra libertad, y algunos creen que el cetro pasará de la casa de Habsburgo a otra familia. El imperio quiere conser var su derecho de elección.

WALTHER FURST Y OTROS. ¿Sabéis algo de eso?

STAUFFACHER.––El conde de Luxemburgo es el elegido por gran mayoría de votos.

WALTHER FURST.––¡Bien hicimos en seguir fieles al imperio! Ahora, podremos esperar justicia.

STAUFFACHER.––El nuevo emperador tendrá necesidad de aliados y nos protegerá contra la venganza del Austria. (Los aldeanos se abrazan mutuamente.)

EL SACRISTÁN.–– (Sale acompañado de un mensajero del imperio.) Ahí tenéis a los dignos jefes del país.

ROESSELMANN Y OTROS.––¿De qué se trata?

EL SACRISTÁN.––Este hombre es un mensajero del imperio que trae esta carta.

TODOS.–– (A WALTHER FURST.) Abridla y leed.

WALTHER FURST .––(Lee.) “A los buenos habitantes de Uri, Schwyz y Unterwald, la reina Isabel, salud y prosperidad.”

VARIOS. ¿Qué quiere la reina? Su reinado acabó.

WALTHER FURST.––“En medio de su inmenso dolor y en la triste viudez en que la deja el sangrie nto fin de su esposo, la reina ha pensado en la antigua fidelidad y el amor de los cantones suizos.”

MELCHTHAL.––Cuando era feliz, para nada se acor daba de nosotros.

ROESSELMANN.––¡Silencio!... oigamos.

WALTHER FURST.––“Persuadida de que ese pueblo fiel sólo sentirá horror por los malvados autores de tamaño crimen, espera que los tres cantones no darán asilo alguno a los asesinos y que por el cont rario coad yuvarán fielmente a la acción de la justicia, recordando el amor y el favor que siempre les ha acordado la casa de Rodolfo.” (Muestras de desagrado entre los circunstantes.)

VARIOS.––¡El amar!... ¡el favor!

STAUFFACHER.–– Recibimos, en efecto, muestras de cariño del padre; pero ¿qué tenemos que agra-decer al hijo? ¿Confirmó nuestros fueros, como habían hecho antes que él los demás emperadores? ¿Nos hizo nunca justicia, ni prestó apoyo a la inocencia oprimida? ¿Se dignó siquiera oír a los mensajeros de nues tras quejas? No; nada hizo; nos he mos visto obligados a acudir al propio valor para reconquistar nuestros derechos. ¡No le movían nuestras penas!... ¿Por qué pues la gratitud?... No fue por cierto la gratitud lo que sembró en nuestros valles. Desde su encumbrado asiento pudo ser el padre de sus pueblos, y sólo se ocupó de su familia. Lló renle, pues, los que le deben su fortuna.

WALTHER FURST.––No nos alegramos de su pérdida, ni recordamos los males sufridos; felizmente han pasado. Pero vengar la muerte de un soberano al que no debemos ningún beneficio; perseguir a los que no nos hicieron ningún mal, esto ni nos conviene, ni puede convenirnos en manera alguna. Esto sería de nuestra parte, voluntaria prueba de afecto, porque la muerte ha roto todas las cadenas. Ningún deber tenemos que cumplir para con él.

MELCHTHAL.–– Ya puede la reina llorar en su retiro, y acusar al cielo en la vehemencia de su dolor.

Ahí tenéis en cambio un pueblo que le da gracias, libre de sus pasadas angustias. ¡Quien desea merecer consuelo, debe tratar a los demás con amor! (El mensajero se va.)

STAUFFACHER.–– (Al pueblo.) ¿Dónde está Tell? ... ¿El fundador de nuestra libertad será el único que falte? A él se debe la grande obra, y él fue el que más ha sufrido. Venid; vamos a buscarle a su casa, y a saludar al libertador de todos. (Se van.)

Colección integral de Friedrich Schiller

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