Читать книгу La Guerra del Fin del Mundo de Periquita Robles - Gabriel Széplaki Otahola - Страница 12

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CAPÍTULO VI

AROMAS

Para nuestros Abuelos llegar al Valle de los Aguacates significó encontrar su lugar en el mundo.

Ya he explicado que no son mis abuelos como tales, porque yo a mis abuelos los conozco y no así a mis ancestros que fueron los que llegaron a Valle. Pero decía que significó llegar a un lugar en donde sentirse a salvo, en donde podían recomenzar la vida. ¡Valle resultaba por mucho un lugar casi perfecto! Estaba alejado de todo, rodeado de montañas altas y escarpadas, los caminos para llegar eran difíciles y no eran fáciles de encontrar. Valle tenía toda el agua que se pudiera imaginar, no solo la de río Colorado o río Tinto, que así comenzaron a llamarlo, sino la de muchos riecitos, riachuelos, aguadas y manantiales. Y también estaba la lluvia.

Esto de los manantiales es hermoso y extraño. A veces, sobre todo en tiempo de lluvias, aparecen manantiales en muchos sitios, frecuentemente debajo de grandes rocas y entonces me gusta quedarme a mirar cómo brota agua clarita de la tierra y me gusta mirar cómo corre haciendo su propio cauce y como las maticas van tomando ese cauce y el agua tiene que buscar nuevos pasos o se va estancando y forma aguadas y charcos. Es como si en pequeñito se reprodujera un río y un paisaje de verdad. Y nosotras jugamos allí y trazamos desagües para que el agua corra libremente y dejamos que barquitos de cáscaras y pétalos vayan navegando con la corriente. ¡Así jugábamos cuando eramos niñas pequeñas!

Valle es un valle de nubes y lluvias. El aire era —y sigue siendo— fragante y puro. Es delicioso estar en casita y de pronto que la brisa traiga el aroma de los naranjos en flor —de los que hemos sembrado muchos— o de los bucares y en temporada el olor ácido y dulce de los cafetales, que se vuelven blancos de tantas y tantas florecitas que los recubren.

Pero hay un aroma especial en Valle que pudiera tener otro nombre. Solo por eso Valle podría llamarse por derecho propio: Valle de las Flores del Viento.

Tenemos una breve temporada donde casi no llueve. A veces es más notoria y en vez de «casi no llueve». ¡No llueve! Cae solo un chubasco con los pasos de luna. Y cuando comienza a llover otra vez, con los primeros aguaceros, los grandes árboles de Valle comienzan a cambiar, no solo porque comienzan a brotar hojas nuevas, sino porque empiezan a botonear y a abrirse miles y miles de Flores del Viento, que así las nombramos, porque gustan crecer en las ramas altas de árboles altos. Y son tantas Flores del Viento que cambian el color de la montaña. Se torna lila-rosado-violeta. Aunque ese no es el nombre verdadero de sus colores, para nombrarlo con justicia debería decir que la montaña se torna del color de las Flores del Viento. Y son tantas, que la montaña completa exhala su olor, un aroma que todos percibimos-vivimos-sentimos-amamos y somos felices en el aire pleno de intenso aroma. Pero no por ello dejamos de hacer cuanto debemos hacer. Porque sostenemos la vida nuestra con el hacer de nuestras manos, con el mirar de nuestros ojos y con el caminar de nuestros pies.

La Guerra del  Fin del Mundo de Periquita Robles

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