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PRÓLOGO

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Corría el año 1980 y tenía 18 años. Aquél verano, al leer La montaña y el hombre por primera vez, experimenté sentimientos que oscilaban entre el miedo y el deseo. Leer el capítulo sobre el Monte Cervino hizo que se impusiera en mí la fuerza para intentar subir al Matterhorn sin teleféricos. Aquél año marcó un antes y un después en mi vida. «Antes de morir perder la vida» fue, y será, la filosofía que siempre me ha inspirado a seguir.

En estos últimos 40 años, la evolución y la manera de ver las montañas y enfrentar los retos ha cambiado muchísimo. Las evoluciones han implicado grandes revoluciones. Los objetivos siguen siendo las montañas, los sujetos son las personas —elementos dinámicos que nos movemos y transformamos, como la energía—, pero los objetos —el equipo y material— han avanzado de manera espectacular. Los piolets ya no son de madera, son cortos y curvados. Las chaquetas y las botas más ligeras y calientes. El oxígeno, ahora, es embotellado. Los alpinistas hoy se preparan como atletas y suben más rápido, sin cuerdas. Algunos juegan al “más difícil todavía” y otros creen que el fin justifica los medios… a menudo unos y otros apuestan a la ley del más fuerte.

En mi opinión, y a pesar de que estadísticamente muchos montañeros se ayudan de herramientas para facilitar las ascensiones, yo soy partidario de lograr las metas manteniendo la pureza de las posibilidades de cada uno. Es decir, no poner la montaña a la altura de la de hombres, sino que los deportistas estemos a la altura de las montañas.

Por todo esto es importante no perder el norte y valorar los primeros ascensos de épocas pasadas con los medios que tenían en ese entonces. Un amigo decía: «no es alpinista quien desprecia la dificultad vencida, porque ella siempre estará ahí y él no será nunca el mismo».

Como bien dijo Heráclito: «Todo fluye». Las montañas se erosionan, los glaciares desaparecen, llueve con más fuerza, nieva en diferentes estaciones, hay grandes incendios incontrolables… nos enfrentamos a la era del cambio climático. La Madre Tierra late con fuerza.

Este libro va mucho más allá de la recopilación de datos históricos. Es una historia de amor y de grandes pasiones, con una carga espiritual y filosófica que refleja las grandes superaciones y dramas, y nos recuerda que el imposible es solo una opción.

A menudo se hace referencia a las grandes conquistas, a las victorias y a los fracasos, tratando siempre a la montaña como un enemigo a vencer y no como a un amante cómplice que permite a los humanos desvelar los más secretos más íntimos de uno mismo.

Mientras los humanos vean la culminación de una cima solo como una victoria y los intentos como simples fracasos, no habremos entendido nada de los procesos de aprendizaje, ni de las lecciones de humildad que enseña la naturaleza. Es por eso que la relación entre los seres vivos y el mundo mineral tiene que basarse en la comunión y no en la sumisión, en la libertad y el diálogo y no en la fuerza irracional obsesiva. Subir montañas a menudo es una partida de ajedrez donde inteligencia emocional y equilibro entre audacia y prudencia son los factores determinantes.

Por eso las montañas y los alpinistas despegan como si quisieran acariciar el Universo, hasta los límites del cielo y la tierra, hasta el infinito y muchísimo más allá.

XAVI METAL

El Pont de Suert, enero de 2020

P. S.: Quisiera agradecer a la editorial el honor de escribir este prólogo. También a Georges Sonnier el acierto de materializar en palabras, no solo una parte de la historia del alpinismo, sino las sensaciones y energía de los grandes ascensos. Él supo describir lo indescriptible.

P. S. 2: Pienso que si este se libro se hubiera escrito hoy en día, el autor lo hubiera titulado La montaña y las personas. O al menos, yo lo habría hecho así.

La montaña y el hombre

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