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Proceso social

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En un completo desorden, Monteskan solo buscaba la plenitud y la soberbia para coexistir con la sociedad. A veces, anulaba lo común de lo extraordinario; al desplazar sus brazos hacia adelante, cambió una visión: la del ser parte. Monteskan descubrió la sensibilidad al sentir sobre sus manos la brisa del viento, como parte solo de la vida.

En sus odiseas cosas impactantes le sucedían, solo las vivía su cuerpo, que estaba en materia; ya que su alma era y seguiría siendo su energía. Su partida era evidente, sus pasos lo llevarían hacia los descubrimientos. Sus piernas funcionaban como reloj y acariciaban el rocío del pasto, su piel destellaba la transparencia de la luz sobre el sudor, su pelo se agitaba como bandera.

En una esquina vio un árbol gigante y notó que sobre este se encontraba un señor de mediana edad; sus manos se aferraban fuerte al árbol, sus piernas extendidas rodeaban el pasto y todo el conjunto hombre y árbol se paralizó en un primer contacto con otra vida.

Monteskan le preguntó: “¿Cómo es que puede aferrarse a la vida sin ser notado? ¿Cómo puede si su cuerpo inmóvil no le permite relacionarse con sus sentidos?”. El joven anciano le contestó con sabiduría: “No estoy aferrado a la vida, la vida ya la estoy viviendo, estoy aferrado al tiempo, el poder absoluto de los procesos. El árbol vive en dimensiones, en generaciones y emite secuencias de energía irregular”. Mirando fijamente a sus ojos, el anciano le preguntó cuál era su nombre. Monteskan le contestó: “Mi nombre es la vida misma y lo acompaña la sociedad, a la que estoy por entrar, con el apodo Monteskan”. “Bueno, Monteskan, sos el único que notó que estoy en el proceso de búsqueda. Otros no me ven, porque la tecnología irrumpe sobre sus vidas y sobre todas sus composiciones”, le respondió el joven anciano. Monteskan, asombrado, se alejó, pero antes le dijo: “En cuanto seas vida, la energía en dimensión te encontrará pronto; si el materialismo te altera, estás entonces en la pérdida del infinito”.

Monteskan, con sus sentidos alertas, siguió su camino y, en un simple proceso mental, ya estaba en la sociedad, en otro plano más inadaptado: una variable donde la totalidad del invento humano prevalecía olvidando lo sutil, lo sensitivo y lo raro, la curiosidad del menor parte imaginario y cerebral. Luego, divisó una puerta grande y redonda, giró la manilla y no pudo entrar porque, al ser evolución de la continuidad, no tenía la pureza de vivir en rutina.

Pocos buscan, muchos encuentran al no ser vistos.

Daría mi vida por volver a vivir

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