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Como trabajo digno e insignificante

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Eran las diez y media de la noche. Loupot llegó a su trabajo en el supermercado, no era cualquier supermercado, sino uno con herramientas y que a los costados tenía jardines enormes. Él se encargaba de la reposición de los objetos que tenían que ver con la jardinería. Su jefe se llamaba Dante, un hombre honesto y leal. Pasaron dos horas y Loupot seguía reponiendo, nadie dijo que era un trabajo fácil. El joven daba a conocer una buena imagen a sus superiores, hasta que en un momento tuvo un desorden mental. Su superior lo llevó a realizar tareas en un depósito enorme, de cuatro metros de altura, repleto de materiales y le dijo que dichas tareas tenían que estar listas para la mañana siguiente. Se apuró y empezó el trabajo pesado. Reponía los productos, como si fuera un zombi. A las cinco de la mañana, sus ojos no podían creer ver el amanecer, y el desconcierto lo invadió. Tomó su descanso, se sentó y comió algo para seguir con más fuerza. Se preguntó qué tenía que hacer para seguir adelante y que nada lo detuviera. La respuesta era simple, pero larga. La meta la tenía en mente y la cumpliría, aunque pasaran los años más largos de su vida.

Eran ya las ocho de la mañana, horario de retirada. Mientras Loupot emprendía el regreso hacia su casa, le surgió un pensamiento: “Si uno vive las dos experiencias, como cliente y, luego, como trabajador de la industrialización, puede entender los reclamos. ¿Por qué la gente se queja? Y la respuesta es que reclaman a los vendedores y a los repositores que los escuchen más, que no respondan como máquinas automáticas, sino como humanos. Tan solo con consejos y con una sonrisa, uno se gana un apretón de manos, un gracias o una propina, en algunos casos. Tan poca es la paciencia generada por un trabajo, que a muchos los perturba y a otros los enriquece. La gente quiere compartir, saber y sentir otro tipo de ayuda porque, al estar tan sola en el mundo, la necesita. Como, a veces, no se entiende a quienes están amargados, con una cara impactante, pero negativa; solo necesitan esa chispa que los levante y puedan, así, continuar con su vida”.

En el viaje se preguntaba si muchas personas sabían que aún había gente poniendo voluntad para el trabajo, tardes, noches y madrugadas. A veces, somos tan robots que olvidamos sonreír. Es simple: hoy trabajador, mañana testigo.

Daría mi vida por volver a vivir

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