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El detective

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En ese entonces solo respiraba. Cada vez que levantaba la taza para tomar ese café gélido, sentía escalofríos, tan solo un momento en que el pensamiento anhelaba la condena de un pasado oscuro.

No podía olvidar ni escapar del cometido, solo la razón del comportamiento mantenía minucioso un trabajo. La duda, una parte de sí mismo para analizar por las mañanas, por las tardes y por las noches. Un curso sin fin, una paga escasa y un remordimiento importante sobre la vida misma. Estaba al borde de la locura. ¿Cuál era límite? Veía tantos cuerpos degollados y miradas ocultas en la sombras de su frente. La justicia necesitaba saber quién había provocado tal atrocidad, mientras a él la culpa lo carcomía. El esclarecimiento llevaba días, meses, años; ya que la vida parece corta, pero es más larga de lo que se piensa.

En cada caso que tomaba, por desgracia, aparecía involucrado un amigo o un colega. Qué casualidad que la tarea más difícil fuera inculpar a un allegado. La tolerancia jugaba un pacto con la verdad del acusado. Se preguntaba por qué, no lograba entender la situación tan impactante de ver a su entorno perdido, no se podía confiar en nadie. ¿Acaso es tan difícil ser recto? Pobre la moralidad, ya está perdida. No hay hombres de honor, solo personas débiles y vendidas al mejor postor. Un anhelo de paz y de virtud era lo que necesitaba el detective, aunque era solo un sueño del momento porque más adelante las muestras encontradas en la escena del crimen estarían manejadas de una manera no tan prudente.

Al cabo de unas horas, pasó a estar loco y, en unas pocas semanas, a estar perdido; ni la vida, ni el tiempo, ni las pérdidas de dinero importaban. No podía mirar fijamente a los ojos, tampoco prestar atención; sus palabras aturdían, sus movimientos no se conocían, veían pasar a un débil hombre, que había dejado entrar los sentimientos y las emociones. En ese entonces solo lloraba. Cada vez que levantaba la taza para tomar café, parpadeaba; esperaba un perdón divino. Por las calles caminaba sin importarle hacia dónde lo llevaban sus pasos, solo le importaba pensar sin razón hasta perderse en los años más largos de su vida. Era un detective. Sí, ¡tan duro era serlo!. Nadie los recordaba, solo los libros que contaban historias, las notas que describían hechos insólitos. La fuerza te nombra guerrero, la historia y la debilidad marcan sus errores, noticia y escrito.

A cada momento que la taza sin líquido se apoyaba sobre la mesa, el caso prescribía. A cada momento que la taza caía al suelo y se destrozaba en mil pedazos, el caso estaba resuelto.

Daría mi vida por volver a vivir

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