Читать книгу Daría mi vida por volver a vivir - Germán Agustín Pagano - Страница 18

Una bola de lana y las agujas en el suéter

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El sol brillaba sobre la casa; sobre la silla vacía, había una bola de lana y dos agujas de tejer que la sostenían. Los espacios estaban vacíos, excepto por esos dos objetos. Una incertidumbre, que no quería borrarse de ese cuadro memorioso. La propiedad era de Solmes, un gran hombre convertido en olvido por la carga de la edad. Llevaba como responsabilidad ser quien siempre había querido ser: un solitario de la vereda. Saber por qué había terminado así desbocaba a muchos, menos a él; sabía que había dado y daba todo en su vida. Sus dos hijos supieron cómo abandonarlo y él supo abandonarse. Solamente pedía ayuda económica. Su casa seguía deteriorándose; la bola de lana contenía el polvo de años, lo que una vez había sido rojo, era gris oscuro, al mismo tiempo, en un espacio diferente.

La condición que uno pone en su vida determina la continuidad del futuro, la evidencia, un pasado que algún día fue la verdad más hermosa de ese tiempo. Ya no quedaba nada, no sentía, era un vagabundo del amor y de la paz con la sociedad. Qué libertad podía pedir si ni siquiera las piernas podían sostener su esqueleto.

Noche de frío en una ciudad plana de movimiento, él esperaba sentado mientras todo ese peso psicológico lo exterminaba peor que la droga porque estaba sintiendo la pereza y la caída. Solmes tomó una gran decisión, un punto de partida: llegar a esa esquina. Caminaba en cuatro patas, la gente lo miraba y se sorprendía al ver que no podía caminar; llamaron a la policía. Mientras Solme seguía caminando, se acercó un policía a preguntarle si necesitaba alguna ayuda; le contestó que solo un vaso de agua, ni más ni menos, solo eso. El joven policía fue a una estación de servicio cercana, pidió un vaso de agua, se lo dieron y se lo llevó a Solme, quien lo tomó y le agradeció. Luego, el policía se fue y Solme siguió su ruta.

Al llegar a la esquina, se dio cuenta de que estaba cerca de su casa, se fijó en su bolsillo, viejo y rotoso, y encontró las llaves; recordó dónde vivía y siguió gateando hasta su casa. Cuando llegó, la entrada tenía una faja de clausura, como no le importaba absolutamente nada, pasó. Mientras sus lágrimas caían sobre sus mejillas, cada vez estaba más cerca, insertó las llaves en el departamento y entró. No era como lo recordaba: no había ni un solo mueble. Se dirigió al comedor y vio la silla con la bola de lana y las dos agujas. Arrastró su cuerpo hacia la silla, se subió a ella y empezó a tejer, pero la lana estaba tan vieja y sucia que se le cortaba todo el tiempo. Ataba y tejía, sin comer y sin beber, seguía armándose un suéter; al tercer día lo terminó. Se sacó la ropa y descubrió su cuerpo deteriorado, una sola gota de sangre tiñó el pulóver gris que había terminado; se lo puso. Estaba desnudo, solo tenía una prenda de ropa sobre su cuerpo; se levantó y, luego, cayó, como ancla, sobre el suelo. Su cuerpo murió y su alma subió al despertar de un sueño real.

Daría mi vida por volver a vivir

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