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Dos planos en uno

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En una sala de estar, en el segundo piso de una casa, se encontraban seis personas, quienes alguna vez fueron parte del presente, pero ya no estaban. Todo había sucedido más rápido de lo esperado. La abuela Amalia, Jose Luiz, Romerto, Mortis, Aron, Jaio estaban sentados viendo por la ventana cómo caía un rayo impresionante sobre una casa y hacía un hueco. La energía se distribuyó por todas partes. En ese momento, se escucharon golpes en una puerta, tan fuertes que atemorizaban. Esa puerta quedaba detrás de la casa, en un pasillo angosto.

—Hay que abrir esa puerta, saben lo que hay adentro —dijo Amalia.

—No se puede abrir esa puerta, fue sellada por una razón que desconozco —contestó José inmediatamente.

Insistente, la abuela convenció a todo el grupo. Bajaron las escaleras y salieron por la puerta trasera. Mientras se iban acercando, los golpes eran cada vez más fuertes. Con sigilo, intentaron abrirla, pero la puerta estaba sellada.

—Con fuerza y con golpes lograremos entrar —dijo Jaio.

—No insistamos, por favor, no se puede abrir esa puerta —respondió Luiz.

Con un fuerte golpe, Mortis logró abrirla. Increíblemente. Se dieron cuenta de que no había nadie, solo ellos. La abuela se dirigió arriba y se iba a acostar. No entendían nada, hasta que José quiso regresar, pero lo hizo solo. Cuando volvió se encontró con todos. En ese momento su entendimiento fue nulo: vio a un joven; sí, se veía a sí mismo. Se detuvo: el tiempo, la gravedad, el universo. Nada era lo que parecía, entendió que estaba jugando con dos planos a la vez. Cuando entró el mismo del plano dos al plano uno. La duda había quedado, pero ya era tarde porque sabía que estaba atrapado sin salida en el campo magnético de las ideas. No hay que entrar si sabés que no vas a poder volver.

Daría mi vida por volver a vivir

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