Читать книгу El mar detrás - Ginés Sánchez - Страница 11
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Levanté mi mano y señalé mi reloj. Wole recogió sus jaulas y los cuatro nos pusimos en marcha hacia la cola para la cena. Dibra iba pensativa mientras caminábamos entre la gente.
–No te voy a dar una trenza, Wole –dijo Dibra cuando al fin llegamos–. Eso ni lo sueñes.
Wole la miró y luego se encogió de hombros. Las jaulas, dos artilugios pequeños, cada uno con un grillo en su interior, colgaban del hombro del muchacho y yo las miraba. Y Dibra me miró a mí y yo a ella.
–A ver, Wole, enséñame esas jaulas.
Wole se las acercó y Dibra las estudió con detenimiento.
–Estas son unas jaulas muy feas, Wole.
–Ah, tú dijiste.
–Ya, pero no. Lo que yo quiero son jaulas mejores. Y con mejores bichos. Mira, estos ya ni cantan.
Los dos estuvieron negociando un rato. Tres jaulas, decía Dibra. Una para ella, otra para Nadia y otra para mí.
–¿Tú qué quieres, Isata, grillo o luciérnaga?
Yo le dije que luciérnaga. Wole nos miraba a las tres. Quedaba por ver la longitud del trozo de trenza.
–Así –dijo Wole.
–Ni lo sueñes. Así –dijo Dibra. Era un pedazo de unos diez centímetros, más o menos. Wole dijo que sí con la cabeza y los dos se dieron la mano para sellar el pacto. Después, Dibra quiso saber cuándo las tendría y Wole levantó otra vez la mano y alzó dos dedos. Dos días, ese era el mensaje.
Después nos quedamos callados mientras más y más gente se sumaba a la cola. Atardecía y yo estaba muy contenta. Más contenta de lo que había estado nunca. Hubiese sido capaz de cantar.
Solo que mi voz siguió allí encerrada en ese lugar de mi garganta en que vivía.