Читать книгу El mar detrás - Ginés Sánchez - Страница 14
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Wole había levantado la mano y había puesto dos dedos. Y nosotras, claro, le dimos los dos días. ¿Qué otra cosa había que hacer en el campo?
Dos días en el campo quiere decir que haces dos veces cola para desayunar y dos para comer y dos para cenar. Que dos veces te dan un plátano pocho y dos veces comes arroz con cosas y dos veces te dan una hamburguesa fría y envuelta en plástico por la noche. Luego te buscas un rincón para comértelo.
A ratos, también, te pierdes y bajas a las dunas y miras al mar. A ratos miras al cielo o miras para los montes que quedan al norte. A ratos te refugias del calor insoportable del mediodía y te desespera el canto interminable de las chicharras.
Pero sí pasó algo esos dos días. Y fue que Wole, después de haber levantado los dedos y de que yo hubiera estado tan contenta que habría podido cantar, se marchó rumbo a su tienda y ya no lo vimos más.
No estaba en su puesto al día siguiente ni tampoco al otro. Nosotras, al pasar, mirábamos hacia allí y nos encogíamos de hombros.
–Ya vendrá –decíamos.
Pero llegó la tarde en que él tenía que comparecer con las jaulas y tampoco estaba en su puesto. Luego empezó a atardecer y vino Nadia con unas tijeras plateadas y se sentó con Dibra y conmigo. Dibra miraba a lo lejos.
–¿Qué hago? –dijo Nadia.
–Espera.
Dibra entró en su contenedor y sacó su baraja y ahí estuvimos pasando el rato hasta la hora de hacer cola para la cena. Después cenamos. Después nos volvimos a sentar y a jugar a las cartas, pero Wole seguía sin aparecer. Se hizo de noche y la luna empezó a caminar por el cielo y los sonidos se hicieron más escasos y más nítidos. Los hombres oían la radio y fumaban. Luego se paró la música y vimos llegar al padre de Dibra y al padre de Nadia. Nos miraron.
–¿Qué hacéis aquí las tres? –dijeron.
–Tomamos el fresco –dijo Dibra.
Los padres se miraron y se encogieron de hombros. Aún estuvieron ahí un minuto, hablando. Luego nos volvieron a mirar y se despidieron, y el padre de Nadia le hizo un gesto a su hija y Nadia se fue tras él. El padre de Dibra entró en el contenedor y lo oímos lavarse los dientes y acostarse. La oscuridad era cada vez más profunda y nosotras la perforábamos con nuestros ojos, pero eso no hacía que Wole viniera. Al final, el padre de Dibra se enfadó.
–Dibra, ya –dijo desde dentro.
Ella me miró muy triste y me dijo que me fuera a acostar yo también. Después entró y la puerta del contenedor se cerró. Yo me acurruqué en la puerta como si fuera un perrillo y ahí mismo, después de dar muchas vueltas, me dormí.
Pero eso tampoco hizo que Wole viniera.