Читать книгу El mar detrás - Ginés Sánchez - Страница 20
ОглавлениеDIECIOCHO
Así que esa noche, cuando terminamos de cenar, me bebí un montón de agua porque sabía que eso era lo que iba a hacer Dibra. Luego me acosté y luego me desperté cuando todavía era de noche con muchas ganas de orinar. En mi reloj decía que eran las cuatro y cuarto. Salí corriendo para el retrete. En la cola, una cola muy corta, estaba ya Dibra. Me vio llegar a la luz de la farola y me sonrió.
–Eres una chica lista, Isata –me dijo, y me acarició la cabeza y se quedó pensativa–. De algún modo me lees la mente, ¿no es cierto?
Aquello pareció divertirle y nos quedamos las dos, la una al lado de la otra. Luego hicimos nuestras cosas y fuimos a desayunar. Sobre las seis y media, ya estábamos libres y corrimos hasta la verja que separaba la zona de los refus de la de la gente de Acnur. Por supuesto, ahí había otra cola y nos sentamos a esperar. Había amanecido ya hacía rato cuando abrieron la verja y eran más de las nueve cuando al fin entramos en las oficinas. Yo nunca había estado allí.
Era un sitio muy grande y con un suelo muy limpio y con aire acondicionado. Había macetas y sillones y mesas y pantallas y grandes mapas en las paredes. También había cinco personas detrás de cinco mesas. Cada una tenía su ordenador y su montón de papeles. Una chica nos dijo a qué mesa teníamos que ir. El funcionario tenía los ojos casi verdes.
Nosotras nos acercamos y yo ya vi que todo iba a ir mal. Porque Dibra es como es. Y el tipo era como era. E hizo justo eso de mirarnos como si fuéramos un par de niñas que hubieran perdido su bolsa de caramelos.
Justo lo que más cabreaba a Dibra.
–¿Qué tal, niñas? ¿Qué queréis?
Y dijo «niñas» con aquel tono. Dibra procedió a levantar la nariz. A tomar aire. Luego le fue contando: Wole desaparecido desde hacía tantos días y nosotras preocupadas. Él nos miraba. No llevaba gafas, pero me dije que debería llevar unas. Luego suspiró.
–OK, ¿sabéis los apellidos de vuestro amigo? ¿Su número de identificación?
–No.
–Ah.
Luego hubo un silencio en nuestra mesa. Alguien hablaba en una de las otras; un tipo muy alto. Nuestro funcionario tamborileaba con los dedos en la mesa y nos observaba como si aquello fuera muy divertido, como si estuviera deseando que saliéramos por la puerta para acercarse a los otros funcionarios y contarles: «Si vierais esas niñas que acaban de salir…».
–Niñas, si no me decís más cosas, hay poco que pueda hacer… Ha desaparecido un niño, pero no sabemos cuál. Venís vosotras a reclamarlo, pero no sabéis quién es.
–Se llama Wole –dijo Dibra–. Tal vez podría teclear eso en el ordenador.
–Wole, bien. ¿Conocéis su nacionalidad? ¿Cómo se escribe ese nombre? ¿Es con uve doble, con be o con uve? ¿Estáis seguras de que no es Woleh o Wolah, con hache al final?
–Podría teclear Wole: uve doble, o, ele, e. A ver qué sale. Y luego las otras opciones –dijo Dibra.
El tipo la miró como si fuera la típica niña lista. Sonrió otra vez.
–Cariño, necesito más datos –dijo.
–Ya veo. ¿Puedo, entonces, presentar una denuncia?
–Claro.
Él se puso a teclear; luego le dio a un botón para que una impresora empezara a echar papel. Se lo tendió a Dibra, y también un boli, para que lo firmara. Luego le dio una copia y volvió a sonreír de aquella manera.
–No te preocupes, le daremos el curso que corresponda. Y seguro que tu amigo está bien.
Sonrió otro poco y puso las manos sobre la mesa, lo que quería decir que teníamos que levantarnos e irnos. Y eso hicimos. Fuera, al acabarse el aire acondicionado, nos golpeó nuestra vida. El sol, el polvo, el brillo de las piedras. Dibra y yo nos fuimos caminando un trecho hasta llegar a la sombra que proyectaba una tapia sobre el arcén. Ahí nos sentamos. El asfalto humeaba. Dibra miró hacia los montes. Luego me miró a mí.
–A ver, Isata, si fueras un número, ¿qué número serías?
Yo la miré. Ella sonrió. Yo levanté una mano. El tres. Ella sonrió otra vez.
–Yo el siete, pero ¿sabes qué? Que no somos números, por más que ese nos trate como si fuéramos. Tú no eres un número, Isata. Yo tampoco. Y Wole tampoco.
Luego se levantó y se sacudió el polvo del trasero.