Читать книгу El mar detrás - Ginés Sánchez - Страница 9
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Wole siempre iba vestido con la misma ropa: una camiseta amarilla, un pantalón marrón tirando a verde y unas sandalias viejas. Wole hablaba poco. Sabíamos que nos entendía y que podía decir palabras en la lengua de Dibra y la mía. Sabíamos que hablaba también algo de inglés.
Era de alto como yo y muy negro, muy tizón, como dice Dibra. También era muy flaco y tenía una forma rara de andar, como doblado un poco hacia un lado, como si tuviera una pierna más corta que la otra. Sin embargo, eso no era cierto, porque un día Dibra lo hizo ponerse de pie, y ella y Nadia estuvieron un buen rato mirándolo y midiéndole las piernas.
–¿Por qué andas así, Wole? –le preguntó Dibra.
Pero Wole no contestó. Se encogió de hombros y nada más.
Wole era un negociante. Cada pocos días, llegaba y ponía su tenderete debajo de los palos de la luz, ahí donde está la frontera entre el sector dos y el sector tres. Su tenderete era una vieja manta sobre la que colocaba su mercancía. Lo mismo zapatos que juguetes para niños que tarjetas de móvil que perfumes que cigarrillos que pasta de dientes que chocolate o que pastillas de jabón. Ahí se sentaba y ahí negociaba.
A veces, claro, nosotras íbamos. Porque necesitábamos de sus cosas.
–A ver, Wole, dos pastillas de jabón. Y esas bolsitas de té. Y si pudieras conseguir un poco de azúcar…
Y él nos miraba con sus ojos tan negros y trapicheaba.
–¿De dónde sacas todo esto, Wole? –le preguntábamos.
Él no decía nada; si acaso, señalaba hacia el pueblo.
–¿Tú vas al pueblo y te traes esto, Wole? No nos lo creemos.
Pero él se encogía de hombros. Porque Wole, cuando estaba trabajando, era muy serio. Solo que a veces llegaba con cosas especiales.
Juguetes construidos con pedazos de lata.
Cometas.
Y, sobre todo, sus jaulas.
¿Y cómo puede ser que a niños que viven en una jaula les interesen las jaulas? Pues porque Wole lo que hacía era capturar bichos en el saladar que rodea el campo. Se metía ahí, entre las manzanitas, las sabinas y los lentiscos, y volvía con grillos, chicharras y luciérnagas. Después, con pedazos de madera y trozos de alambre, les hacía las jaulas. Entonces uno puede tener dentro de su barracón un grillo que le cante toda la noche. O una luciérnaga que le dé luz.
Wole no siempre traía jaulas. Pero, cuando lo hacía, todo el mundo se las quería comprar.
Solo que Wole no aceptaba cosas a cambio de las jaulas. No, él quería dinero y nada más. Y ese era el gran problema. ¿Tenías dinero? Entonces podía haber una jaula con una luciérnaga junto a tu cama. Y si no, pues no.