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Las orientaciones innovadoras en las empresas

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Se ha aceptado casi universalmente que el cambio tecnológico y otra clase de innovaciones son la fuente más importante del crecimiento de la productividad y el bienestar material de las sociedades.

Entre los economistas clásicos, Adam Smith fue uno de los primeros en estudiar los avances en la maquinaria y la forma en que la división del trabajo estimulaba las invenciones especializadas. De igual forma, Freeman sostiene que Marx, en su análisis de la economía capitalista, atribuyó un papel fundamental a la innovación técnica de los bienes de capital. Por su parte, Marshall no dudó en considerar al “conocimiento” como el principal motor del progreso económico (Freeman, 1975: 20).

A pesar de que la mayor parte de los economistas posteriores concedieron gran importancia al factor tecnológico, hasta la década de los cincuenta muy pocos se habían detenido a analizarlo con cierto detalle. Sin embargo, el interés por identificar los factores determinantes del crecimiento económico llevó a un grupo de economistas neoclásicos a centrar su atención en la tecnología.

A fines de los años cincuenta Robert Solow propuso un modelo alternativo que atribuía gran importancia al progreso técnico. Solow utilizó la frase “cambio técnico” como una “expresión abreviada” para referirse “a cualquier clase de desplazamiento de la función de producción. Así pues, los retrasos, las aceleraciones, las mejoras en la educación de la fuerza de trabajo y toda esa clase de cosas, aparecerán como “cambio técnico” (Solow, 1956: 320). Esta noción de cambio tecnológico resultó de gran utilidad en el modelo de Solow ya que al medir la contribución de los factores capital y trabajo al crecimiento económico de Estados Unidos, este autor encontró un “residuo” que atribuyó al “cambio técnico”; es decir, a las mejoras en la maquinaria, el equipo y la educación de la fuerza de trabajo.

En respuesta a las deficiencias y limitaciones mostradas por los modelos de crecimiento durante los años setenta y ochenta, un grupo de economistas comenzó a desarrollar un conjunto de hipótesis derivadas de la teoría del crecimiento económico de Schumpeter. Entre los autores que conformaron esta nueva corriente conocida como “evolucionista” se encuentran N. Rosenberg, G. Mensch, C. Freeman, C. Pérez, R. Nelson, S.G. Winter, G. Dosi y K. Pavitt (Sánchez Daza, 2000). Aunque los planteamientos de estos autores difieren en cuanto al enfoque y los aspectos que analizan, todos ellos tienen en común que conciben el desarrollo tecnológico como un proceso evolutivo, dinámico, acumulativo y sistémico (Vence, cit. en Sánchez Daza, 2000), viendo a la innovación como el factor explicativo fundamental del desarrollo, el cual es endógenamente determinado por la conducta de agentes heterogéneos, que tienen una capacidad de aprendizaje desigual en función del ambiente y su propia naturaleza (Tapia y Capdeville, cit. en Sánchez Daza, 2000).

De acuerdo con Nelson y Winter, el cambio tecnológico puede ser entendido como un “proceso evolutivo generador de innovaciones”. Tales innovaciones son el resultado de la combinación del conocimiento existente o de nuevos conocimientos obtenidos de procesos interactivos de aprendizaje; es decir, a través de las interacciones en la economía, diferentes piezas de conocimiento se combinan en nuevas formas, o se crean nuevos conocimientos que en ocasiones dan por resultado un nuevo producto o proceso.

Según Pérez (1986: 47-48) “un aspecto importante en cuanto al impacto global de un nuevo sistema tecnológico es anotado por Freeman en relación con el carácter múltiple de las innovaciones que lo constituyen. No se trata de innovaciones puramente técnicas. Cada sistema tecnológico conjuga innovaciones en insumos, productos y procesos con innovaciones organizativas y gerenciales”.

Desde la perspectiva de las nuevas teorías económicas del crecimiento, se ha sugerido que el conocimiento es el principal recurso estratégico para asegurar el crecimiento económico en los países desarrollados (Conceicao y Heitor, 1999: 37), por lo cual las empresas están incentivando la expansión de la base de conocimiento que sustentará el incremento de su producción y la diversificación y mejoramiento de sus productos y procesos. El desarrollo económico está cada vez más apoyado en la utilización de los recursos o capacidades de investigación, lo cual permite la generación de ambientes regionales para la innovación (Etzkowitz, Webster y Healy, 1998: 17).

Nonaka (1991) sostiene que “en una economía donde lo único cierto es la incertidumbre, la única fuente segura para conseguir una ventaja competitiva duradera es el conocimiento”. Esto ha llevado a que las empresas desarrollen y sistematicen sus capacidades internas de generación de conocimiento y de aprendizaje, pues es la forma como pueden enfrentarse a las incertidumbres de los mercados y de las tecnologías. Como lo sostiene Arias (2003: 338): “es importante que además de crear conocimiento, la empresa indague sobre cómo aprende del conocimiento que ha creado y cómo esto repercute en la creación de capacidades tecnológicas”.

La idea del uso del conocimiento por las empresas ha sido entendida bajo el concepto de aprendizaje institucional, que según Dodgson (1993: 377) “es la manera en la cual las empresas construyen, nutren y organizan el conocimiento y las rutinas alrededor de sus actividades y en el seno de sus culturas, y adaptan y desarrollan la eficiencia organizacional mejorando el uso de las amplias habilidades de sus grupos de trabajo”. Esto implica el esfuerzo complejo y permanente de las empresas para documentar todos sus procesos y rescatar las habilidades, experiencias y aprendizajes, que constituyen la base de conocimiento tácito que es importante formalizar, para no perder las capacidades tecnológicas que la empresa va acumulando y sobre las que se basa su competitividad. Es decir, tal como lo sostiene Arias (2003: 340) basándose en Bell y Pavitt (1993: 163), el aprendizaje tecnológico se refiere a cualquier proceso por el cual se incrementan o fortalecen los recursos para generar y administrar cambios técnicos; o sea, los procesos relacionados con los conocimientos, habilidades, experiencias, estructuras institucionales y vínculos con empresas, entre empresas y fuera de ellas. Kim (1997), por su parte, define las capacidades tecnológicas, como la habilidad para hacer uso efectivo del conocimiento tecnológico para asimilar, usar, adaptar y cambiar las tecnologías.

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