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Capital intelectual y gerenciamiento del conocimiento Capital intelectual

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Las raíces teóricas del capital intelectual se pueden trazar en dos corrientes distintas de pensamiento, llamadas corriente estratégica y corriente de medición. La primera estudia la creación y el uso del conocimiento así como las relaciones entre el conocimiento y el éxito o la creación de valor; la segunda, se centra en la necesidad de desarrollar un nuevo sistema de información, para medir los datos no financieros de los tradicionales sistemas financieros (Roos et al., 2001: 34). Galbraith acuñó el término capital intelectual a fines de los años sesenta para explicar el desajuste entre el valor de los activos netos de una compañía y el valor total del mercado de la misma. Para él, capital intelectual significa acción intelectual más que simple conocimiento o puro intelecto. Desde esta posición, el capital intelectual puede considerarse tanto una forma de creación de valor como un activo en su sentido tradicional (Roos et al., 2001: 17).

En las últimas décadas el concepto de capital intelectual se ha utilizado cada vez con mayor frecuencia en los ámbitos académico y empresarial. Si bien no existe una definición universalmente aceptada de capital intelectual, Ståhle y Hong (2003) sostienen que este concepto fue “creado para mejorar nuestro entendimiento de la era competitiva de los negocios en ambientes intensivos en conocimiento rápidamente cambiante”. Puesto que otras formas de capital —como el capital de trabajo o financiero— no parecen explicar o predecir adecuadamente el éxito de las empresas o naciones, se ha hecho cada vez más frecuente atribuir la fuente de éxito a la inteligencia, la flexibilidad y la capacidad innovadora de la gente, las organizaciones y las naciones (Ståhle y Hong, 2003: 177).

De acuerdo con Johnson (2002: 416-17), el modelo de capital intelectual describe la ventaja intelectual de la firma en términos de tres distintos elementos: capital humano, estructural y relacional (véase diagrama 1.1). El capital de liderazgo y de ideas representan componentes del capital humano y constituyen por lo tanto el valor intelectual de los seres humanos en la empresa. Puesto que toda innovación viene del intelecto es evidente que todo capital intelectual se origina primero como capital humano; así, las ventajas de conocimiento o ideas son la base para el desarrollo del capital intelectual. El capital estructural consiste de elementos estructurales con los cuales los miembros de la empresa interactúan para crear más conocimiento u obtener el trabajo requerido para crearlo. Finalmente, el capital relacional es moderado por el capital cultural, y ambos elementos del capital intelectual representan el conocimiento que se necesita para crear y mantener relaciones de valor añadido con los consumidores, vendedores y sociedad en general.

Diagrama 1.1. El capital intelectual


Para O’Donnell et al. (2003: 83), el capital intelectual puede ser definido como “un proceso dinámico de conocimiento colectivo situado, que es capaz de ser traducido en valor económico y social”. Por su parte, Nahapiet (2003: 124) utiliza el término de capital intelectual para referirse al conocimiento y a la capacidad de conocer de una colectividad social, como una organización, una comunidad intelectual o una práctica profesional. El autor adoptó esta terminología debido a su claro paralelo con el concepto de capital humano, el cual abarca el conocimiento adquirido, las habilidades y capacidades que permiten a las personas actuar en nuevas formas (Coleman, cit. en Nahapiet, 2003). El capital intelectual en esta interpretación representa un recurso valioso y una capacidad de acción basada en el conocimiento y en el conocer (Nahapiet, 2003: 124-125).

Roos et al. (2001: 52) plantean dos definiciones, una positiva y otra negativa, de capital intelectual.

La positiva sugiere que el capital intelectual de una empresa es la suma del conocimiento de sus miembros y de la interpretación práctica de este conocimiento, es decir, de sus marcas, patentes y trámites. La definición negativa sugiere que el capital intelectual es cualquier cosa que pueda crear valor, pero que no se puede tocar con las manos. En otras palabras, es intangible. Es decir, es la diferencia entre el valor total de la compañía y su valor financiero.

En la mayor parte de las discusiones sobre el capital intelectual dos cuestiones ocupan un lugar importante: la forma como se crea conocimiento y la manera como se transforma en valor. ¿Cómo se crea conocimiento? Siguiendo de cerca a Schumpeter, Moran y Ghoshal (cit. en Nahapiet 2003), todo nuevo recurso, incluido el conocimiento, es creado a través de dos procesos genéricos: combinación e intercambio. Nahapiet señala —adoptando la posición de Polanyi— que todo proceso de conocimiento tiene una dimensión tácita y otra explícita, por lo que al emplear el término combinación adopta la idea de que el capital intelectual abarca tanto el conocimiento tácito como explícito de una colectividad y sus miembros (Nahapiet, 2003: 129). No obstante esta posición, un problema teórico importante es el de cómo el conocimiento tácito incorporado en el capital intelectual se traduce en valor para la empresa. Para clarificar esta cuestión, Johnson (2002) ha sugerido construir un marco de análisis que permita distinguir los aspectos de proceso y de producto, del capital intelectual. Según este autor,

una característica dominante del paradigma original de capital intelectual que ha ganado la atención en los círculos de los hombres de negocios y académicos es que las ventajas de conocimiento, a fin de ser valiosas a la empresa, deben ser hechas explícitas, o “estructuralizadas” [structuralized] para ser apropiadas y rentables en la firma. Para ello, es necesario ver el conocimiento tácito como un proceso más bien que como producto. Es decir, tomar ventaja del desarrollo de stocks de capital humano (del cual proviene el capital intelectual) como una extensión de la empresa y obtener beneficios rentables por asociación más bien que por apropiación del conocimiento tácito. Esta asociación es particularmente evidente en las industrias de servicios o intensivas en conocimiento, donde la metáfora de proceso es más dominante que la de producto (Johnson, 2002: 416).

Respecto al desarrollo de capital intelectual en las empresas, recientemente algunos autores (Ståhle y Hong, 2002) han introducido el concepto de capital intelectual dinámico, que se refiere a la habilidad de las empresas para autorrenovarse. Desde esta perspectiva, el concepto de capital intelectual dinámico se relaciona estrechamente con la estrategia y ambiente de la empresa; es decir, “el contenido y las características del capital intelectual difieren dependiendo de la firma y las posibilidades de crear valor añadido, así como del ambiente de negocios en el cual funciona la firma”. Por lo tanto, desde esta interpretación, el concepto de capital intelectual dinámico se encuentra estrechamente relacionado con la estrategia de la empresa. Como Ståhle y Hong afirman (2002): “Lo que crea valor para una compañía, no necesariamente crea valor para otra”.

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