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CAPÍTULO 1 Mi nombre:
el sentido heredado,
el sentido creado

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Si algo nos llena de angustia y ansiedad a los seres humanos es el origen y la muerte. Tanto es así que las religiones han creado cientos de cuentos para calmar el vacío que produce la llegada y la partida.

El útero tibio y seguro nos recibe, nos aloja para iniciar nuestra historia.

La Cosmovisión Andina, enseñanza ancestral ubicada en el Alto Perú, me ha enseñado que somos nosotros quienes elegimos a nuestros padres. Elegimos a mamá, una mujer que nos ofrenda el cincuenta por ciento de nuestro código genético a través del óvulo y nos lleva nueve lunas en su vientre. Elegimos a papá, un varón que nos ofrenda el cincuenta por ciento de nuestro código genético a través del esperma.

Lentamente, en esas aguas nutricias vamos cobrando forma, en una mágica multiplicación y expansión biológica. Nuestra luz sin forma cobra forma. Lentamente y en respetuosa coherencia con la ley natural. Allí adentro todo es pura creación.

Las aguas irrumpen al encuentro del aire y, en un torrente tormentoso, se abre el portal a la individualidad. Dejamos de estar adentro y seguras para aventurarnos a la nueva vida.

Un camino por recorrer.

Con amor o sin él, con alegría o tristeza, con paciencia o urgencia, con caricias o indiferencia, con suavidad o rudeza, dejamos de ser parte de un cuerpo para comenzar a encarnar el propio.

Y nos nombran.

Fátima, Soledad, Sara, Agustina, Rocío, Victoria, Alicia, Ana, Érica, Martina, Juana, Chabela, Antonia.

Eso no lo elegimos, nos lo dan, nos lo ponen, nos lo heredan. Tiene un sentido para mamá, para papá, para las abuelas, para los abuelos, para el clan. Es la etiqueta que nos dice a qué linaje, familia, clan pertenecemos.

¿Alguna vez te has preguntado el sentido puesto en tu nombre?

A veces nuestro nombre esconde secretos, historias que nadie nos ha contado.

A veces nuestro nombre esconde emociones, sentimientos de otros y otras.

A veces nuestro nombre esconde promesas, deudas de otros y otras.

A veces nuestro nombre esconde mandatos, obligaciones tensas.

A veces nuestro nombre esconde desencuentros.

A veces nuestro nombre esconde, nos esconde.

Y así vamos creciendo, oyendo nuestro nombre cargado de otros, vacío de YO.

¿Qué dice en verdad nuestro nombre? ¿Estoy allí? ¿Me nombra? ¿O nombra a otros, a otras?

Nuestro nombre, esa palabra que han elegido sin nuestra autorización. Esa vibración de sonido heredada de la que no hemos participado y paradójicamente de la que somos protagonistas.

¿Nombre heredado o nombre creado?

Crear nuestro nombre es atrevernos a ver esas historias no contadas, contadas a medias, silenciadas, postergadas, trabadas; porque siempre hay una novela familiar para contar en un nombre, en nuestro nombre.

Cuando nos atrevemos a crear la pregunta por nuestro origen nos atrevemos a hacer una pregunta trascendente. Y la pregunta por el nombre heredado es un juego sutil que nos permite comenzar a recordar a qué vinimos para sacarnos con suavidad, pero con determinación, lo que definitivamente no es nuestro.

Entonces, con la ternura y la templanza de quien se dispone a renacer, te invito a crear tu nombre. Tu legítimo nombre, en tu nombre.

Te invito a crear el sentido, elegido por ti, tejido por ti, donde cada vez que te llamen, escuches en esa vibración tu verdadera existencia.

¿Qué quisieras escuchar cuando te nombran?

¿Te gustaría que tu nombre hable del poder, del valor, de la belleza, de la paz, de la abundancia, de la libertad?

Bienvenida a tu renacer consciente. Es para mí un gran honor acompañarte en este viaje profundo, donde juntas narraremos una nueva historia, tu historia.

Que tu nombre, te nombre. Te invito a hacer un ejercicio revelador en esta página.

Brota

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