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CAPÍTULO 2 ¿Quién soy?
¿Quién no soy?

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¿Quién soy? Dos palabras que hacen tambalear ese tablero que acomodas todos los días para que permanezca quieto. Es que muchas veces el movimiento aterra.

¿Quién soy? Tiene el poder de desordenarte ¡y qué bueno es esto! Estarás haciendo una mueca, tal vez suspirando o resoplando. Tal vez estarás sintiendo una especie de ardor en tu pecho o tal vez te estés resistiendo. Pero, si estás pasando por aquí es porque, sin lugar a dudas, tu tablero ya se movió. Al menos un poquito, por no decir que está patas para arriba.

¿Quién soy? ¿Quién soy? Nada, silencio, balbuceas alguna palabra.

No, no te pregunto cómo eres. Te pregunto quién eres.

No, no te pregunto a qué te dedicas. Te pregunto quién eres.

No, no te pregunto ni tu nombre ni donde vives. Te pregunto quién eres.

No, no te pregunto por tu pareja, padres o hijos. Te pregunto quién eres.

Como nubes abarrotadas en un día apurado, irrumpen en tu mente mareada y exigente, palabras, adjetivos, en un intento lógico de construir velozmente una respuesta que te deje tranquila. Las mujeres hemos aprendido que es más importante responder que preguntar. Quien responde es aplaudida, quien pregunta mucho es molesta. Qué creencia tan ofensiva hacia nuestro poder natural. ¡Seremos deliberadamente molestas!

Posiblemente, esta pregunta que hoy, en estas primeras líneas, te desconcierta, te interpela, te deja boquiabierta, te angustia y te genera impotencia, sea el portal hacia un nuevo ciclo cuando leas la última palabra de este libro y te descubras gritando a los cuatro vientos quién eres con fiereza y determinación.

Es posible que tengas miles de preguntas sin respuestas que te generen algo de adrenalina, algo de frustración, algo de temor o mucho de todo eso junto. Tranquila, abrazaremos las emociones más desagradables con entusiasmo y valor. Yo estoy aquí para acompañar tu nuevo ciclo que sin dudarlo ha comenzado desde el momento en que abriste este libro.

Por ahora, solo eres lo que te han dicho que eres. Te lo ha dicho mamá, papá, tus maestros, tus parientes, los más buenos y también los más odiosos. Todos te han dicho quién eres. También te han dicho quién no eres. Porque cuando vivimos en la dualidad (tranquila, ya te explicaré qué es la dualidad), somos y no somos. John Bradshaw, autor de libros acerca del niño interior, ha dicho que llevamos grabadas dentro 25 000 horas de cintas con la voz de nuestros padres o de quienes hayan cumplido su función. Esas palabras no tamizadas se han encarnado en nuestra alma, en nuestro cuerpo, en nuestra mente.

Nos advertimos ciegas repetidoras de definiciones sobre nuestra existencia creadas por otro que culturalmente ha tenido el poder y el permiso de definirnos.

Es por eso que nos cuesta tanto saber quiénes somos porque muchas de esas palabras constituyen cada uno de los barrotes de la jaula en la que nos hemos encerrado. Y es precisamente aquí que es posible, frente a estos barrotes oxidados pero testarudos, fieles a su función, que podemos preguntarnos y comenzar a molestar. ¿Quién no soy?

No soy, no fui, no quiero seguir siendo.

Qué lindo es tomar cada barrote y decir:

No soy exagerada

No soy desprolija

No soy delicada

No soy obediente

No soy gritona

No soy buena cocinera

No soy simpática

No soy fría

No soy miedosa

No soy egoísta

No soy

No soy

No

No soy eso que me dijiste que soy, que me dijeron que soy. No sé aún quién soy, tampoco quién quiero ser, pero esto que han puesto en mi ser, no soy.

Te acompaño a hacer un ejercicio muy simple en esta página, que te ayudará a responder las preguntas de este capítulo.

Brota

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