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CAPÍTULO 10 La Esfinge

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—Esfinge, ¿quién eres?

Dicen que eres una maestra silenciosa pero categórica; que llegas para cuidarme y que tienes la magia para aparecer de mil maneras. Solía burlarme groseramente de quienes hablaban maravillas de ti, considerándolas personas ridículas y fantasiosas. ¡Qué paradójica es la vida! Estoy frente a ti, muerta de miedo sin saber qué hacer.

Presente en los mitos, en la historia, en los cuentos, en la magia. ¿Cómo entender la presencia de la Esfinge? ¿Cómo reconocerla? Simple, cada vez que estés frente a un obstáculo, estás frente a una Esfinge. El obstáculo entonces es el maestro que te trae la oportunidad de pulirte, de quitar el polvillo que opaca tu brillo. ¿Para qué? Para que llegues donde deseas llegar, para que cuides tu deseo, tu propósito, para que no te distraigas. El obstáculo se presenta para poner luz a tu falla, para que veas tu falla y te hagas cargo de ella. Porque todas y cada una de las fallas que portas te alejan de tu sueño. Entonces el obstáculo, encarnado en la Esfinge, es el mágico personaje que, gracias a su fuerza, a su poder, a su autoridad, te detiene y te indica lo que es necesario trascender para que llegues a tu meta modificada, transformada, evolucionada, consciente, valiosa, libre y poderosa.

Solo cuando asumes tu falla, tus costados más sombríos, solo cuando escuchas realmente a tu Esfinge, es cuando el camino se abre y se ilumina.

—Esfinge, ¿qué quieres de mí para permitirme pasar y continuar con mi camino?

Te miro, temblando de miedo, ensayando mil respuestas en mi mente frente a tus acertijos indescifrables.

Te miro, atónita y me siento nuevamente como esa niña aterrada en su primer día de clases en jardín de infantes.

Te miro, en medio de un silencio ensordecedor mientras tu fuerza y prudencia atraviesan mi ser.

Te miro, inmensa y conocedora de todas las respuestas mientras el reloj sabotea las mediocres ideas que me avergüenzan.

—Esfinge, por favor, déjame pasar, necesito continuar por mi camino, ¿por qué lo haces tan difícil?

No me miras, no me hablas, no me ayudas. Pienso y busco mil maneras de acercarme, pero nada te conforma. Sigues impávida, inmutable. Necesito una pista, por favor.

Tic tac

Tic tac

Estoy cansada, sedienta y no duermo hace muchas noches. Estás todo el tiempo esperando algo de mí, pero no sé qué es.

Tic tac

Tic tac

Ciertamente eres maestra, nada te distrae, sigues frente a mí esperando que te diga eso que no sé decir. Sigues allí, confiando en mí mucho más de lo que yo misma creo.

Estoy a punto de dar la vuelta y regresar a lo viejo.

Estoy a punto de sentarme a esperar hasta que te distraigas. Entonces aprovecharé y pasaré corriendo.

También pienso que este camino que comencé a desear no es para mí. ¿Quién me obliga a aventurarme en nuevos desafíos?

¿A quién puedo culpar por estar metida en semejante callejón? ¿A mis padres, a mi pareja, a mis amigas?

Sí, lo sé. No me servirá de nada esperar o justificarme o buscar un culpable.

Respiro profundo, me pongo de pie, te miro, me miro. Dejo de pensar con la mente, y siento.

Tic tac

Tic tac

Siento, siento.

Tic tac

Tic tac

Maestra, protectora.

Tic tac

Tic tac

Siento en mi interior, murmuro… Eres la limitación en forma de obstáculo. Cada vez que decido dar un paso hacia adelante, llegas para probar la fuerza de mi deseo.

Estás aquí para que llegue a mi meta modificada, transformada, pero eso solo es posible cuando asumo que frente a lo desconocido tengo que construir programas nuevos.

¡Bingo! Todo este tiempo lo he sabido, la no respuesta es la respuesta.

“Suelto lo sabido hasta ahora, para llegar a lo nuevo”.

Lo grito a los cuatro vientos, “suelto lo sabido hasta ahora, para llegar a lo nuevo”. Lo repito mil veces y salto de alegría porque ya sé que esta es la respuesta.

Inmensa, justa y en silencio me dejas pasar. (Les cuento un secreto: mientras caminaba rebosante de felicidad, me guiñó un ojo).

Te invito a encontrarte con tu propia Esfinge en esta página.

Brota

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