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CAPÍTULO 5 Obediencia al clan

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Si nos detenemos unos instantes a mirar las historias familiares a lo largo de los años podremos advertir el valor de la pertenencia. Pertenecer al clan familiar aún en los peores contextos, siempre ha sido más valioso que no ser parte de nada.

La naturaleza en su inmensa sabiduría nos señala el poder que tiene pertenecer a “la manada”. ¿Alguna vez te has deleitado al observar ese lenguaje impecable sin palabras de los animales que se unen en una sinergia mágica? Ese lenguaje que cobra vida en la danza opulenta de vibraciones sonoras que tejen el poder y la sincronicidad. Una manada de lobos cazando, por ejemplo, es una de las imágenes más representativas de la fuerza que da la pertenencia como un acto de colaboración perfectamente ordenado frente a un fin común. Un lenguaje corporal que nuclea a cada uno de los lobos y lobas en comunión y reciprocidad. Cada uno de ellos tiene un lugar y una función en el trabajo instintivo de autopreservación.

Su aullido sella la unión de la manada ya que no es posible la conformación de ningún grupo que prescinda de la comunicación. Es el sonido más utilizado y tiene como función principal mantener en contacto a los miembros de la manada a kilómetros de distancia, ya que no se mantienen unidos todo el tiempo. Su cuerpo se dispone a crear el canal adecuado para que las vibraciones sonoras sean eficaces. La imagen sublime del lobo con su cuello en alto como si aullara a la luna es la postura que garantiza la potencia de su mensaje.

Los lobos establecen leyes, normas y jerarquías que ordenan y estructuran el conjunto que componen. Así hace su majestuosa aparición el macho alfa, líder de la manada, y su pareja, la hembra beta, orden piramidal que establece la obediencia del grupo.

La manada protege, alimenta, ofrece un lugar y una función. Un sentido.

Pero como en todo grupo de seres vivos, existen los conflictos. Los lobos no escapan a esto y en ocasiones alguno de ellos es expulsado como castigo, convirtiéndolo en el lobo solitario. No ser parte implica un duro e incierto camino de supervivencia.

Como en una familia de humanos, hay rangos, lugares y roles que generan un determinado orden y jerarquía generalmente implícita; en la manada de lobos también encontramos rangos establecidos por peleas ritualizadas y posturas físicas que simbolizan el establecimiento de los lugares a ocupar. La mayoría de las agresiones entre los lobos de la manada no son dañinas ya que tienen por objetivo establecer qué lugar ocupará cada lobo dentro del grupo, pero ciertamente una pelea de riesgo considerable puede desencadenar lesiones importantes. El perdedor es expulsado de la manada, convirtiéndose así en el lobo solitario. ¡Cuánto para pensarnos a nosotros como seres humanos y como seres en manada! ¿Seremos muy diferentes? ¿Qué te parece a ti?

¿Qué significa pertenecer a la familia?

Al igual que los lobos, ser parte te ofrece, simbólicamente, un lugar de seguridad, aunque sea el lugar menos seguro de todos.

Ser parte te asigna un rol, aunque ese rol no lo hayas elegido.

Ser parte te ofrenda un linaje, aunque ese linaje te avergüence, te enoje, te duela.

Ser parte te da la ilusoria garantía de que nada malo sucederá porque lo peor que podría suceder es ser una “loba solitaria”.

En cada clan se establecen reglas, normas y leyes a cargo del macho alfa. Pero, dependiendo de quien asuma el poder, el líder puede estar encarnado tanto por el varón como por la mujer.

Desde tu inocente niñez asumes como verdad estos acuerdos implícitos que te dan un lugar y que dentro de cada familia simboliza ser alguien. Y así creces con regulaciones, mandatos, permisos y prohibiciones, tales como:

“La pareja es para toda la vida”.

“Para ser alguien en la vida tienes que estudiar”.

“Eres torpe como tu abuelo”.

“En esta casa se respeta el apellido”.

“Cuidado con tu comportamiento en el colegio. Somos una familia de bien”.

“Serás médico como todos en esta familia”.

“No es aceptable que la mujer viva su sexualidad en libertad”.

“Un trabajo seguro es lo mejor”.

Reglas que obedeces (del latín obedire, cumplir una orden) desde muy pequeña.

Cuando la adultez te convoca a discernir y te permites tímidamente revisar la constitución familiar, te das cuenta de que muchos imperativos no tienen que ver contigo ni con tu individualidad y allí es cuando irrumpe el conflicto porque cuestionar lo incuestionable mueve el tablero del orden familiar, de tu orden.

De repente, decides estudiar violín, asumir tu identidad sexual con orgullo y valor, aprender sin ir a la universidad, divorciarte cinco veces. De repente, te animas a encarnar la sensualidad y la seducción con absoluta libertad. De repente, frente a tu determinación desafiante sientes que aun sin palabras ni sermones te conviertes en la loba solitaria.

Aterra tanto que, de solo pensar en ser esa loba expulsada, te acurrucas y silencias tu deseo. Tranquila, paso a paso. No es el tiempo aún.

Aterra tanto que solo aparece en sueños. Tranquila, es una manera de comenzar a escucharte.

Aterra tanto que a veces solo es posible dejar de obedecer en tu imaginación. Tranquila, es un gran paso.

Aterra tanto elegir dejar de obedecer al clan que cuando finalmente decides elegirte a ti misma, la sensación de libertad que te inunda es tan grande que ya no hay forma real de seguir siendo obediente a lo que no habla de ti.

Brota

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