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CAPÍTULO 3 Mandatos y
programas familiares

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¿Cuál es tu historia? ¿Quién forma parte de ella? A menudo le prestamos atención a la historia de otra persona o nos enamoramos de la que cuentan en los cines, teatros o simplemente la que nos comparte la vecina.

Las historias narran cuentos, a veces con finales felices, otras con finales muy tristes. En ese manantial de palabras e imágenes nos apasionamos con algún personaje, odiamos al villano, nos emocionamos con los valientes, nos empoderamos con los atrevidos, nos identificamos con tantas y tantos: con el bueno, con la mala, con el excluido, con la engañada, con el triunfador.

Las historias nos permiten soñar, proyectar, sanar. Pero ¿qué sucede cuando nos toca contar nuestra propia historia? ¿Cuál es el guion? Mejor dicho, ¿de quién es el guion? ¿Quién lo ha creado?

Tu automático me dice:

—¿Qué me estás preguntando? Por supuesto que mi historia es creación propia.

Y yo me atrevo a responderte:

—¿Estás segura de que tú la has escrito?

Hagamos la prueba juntas, yo te acompaño. Permítete discernir, observar como cuando te deleitas leyendo tu novela preferida o comiendo palomitas de maíz mirando tu serie o película favorita. Juguemos a ser directoras de la novela de tu propia vida.

Cuando contamos nuestra historia, en muchos momentos, nuestros ojos miran hacia arriba en un intento infantil por adivinar la respuesta y gritar ¡Bingo! Pero sucede que cuando comenzamos a despertar, nuestra mirada perdida deja traslucir lo que hasta el momento no habíamos sido capaces de develar.

Y así nos descubrimos sorprendidas, repitiendo palabras, formas, modos que en realidad le pertenecen a nuestra familia. Frases que mil veces juramos no replicar para no parecernos a algún integrante de ella. Pensamientos que de adolescentes nos parecían ridículos y ahora se los machacamos a nuestros hijos e hijas con seguridad. Hábitos que de niñas no entendíamos pero que de todos modos debíamos obedecer permanecen intactos en nuestro museo interior.

¿De qué nos habla esto?

Nos habla de la fuerza que tienen los mandatos y los programas que nos dan identidad, ese sello ancestral que nos muestra de muchas maneras a qué familia pertenecemos. Es el código genético presente en nuestro ADN que nos da un tono de piel, un color de ojos o de cabello, la altura, las formas de las caderas. Nuestras células son testimonio vivo de ese encadenamiento de generaciones que nos definen.

Nuestra mente, nuestras palabras, nuestros modismos, nuestro cuerpo es el reservorio de toda esa información específica que pide ser continuada y honrada.

De esta manera, narras un cuento en el que hay piezas que le pertenecen a diferentes personajes de tu vida, amados o despreciados, y que hasta el momento has internalizado como propios.

¿Qué lugar ocupas en tu historia? ¿Qué personaje eres? ¿Has elegido ese lugar o has asumido ese lugar?

Un sonido punzante en los oídos te sacude. Sí, sacude reconocer que el guion de tu vida lo han estado escribiendo otros por ti, pero al mismo tiempo, ese impacto genera una fractura por donde comenzarás a crear tu existencia.

Los mandatos familiares constituyen esas historias, esos cuentos que heredamos y acumulamos en la memoria celular, que asumimos como propios, que creemos hablan de nuestra esencia.

Y de pronto estamos aquí descubriendo que es posible y necesario preguntarnos por el personaje que hemos venido encarnando durante tantos años.

Comenzamos a ver que la historia heredada no es sinónimo de historia elegida. Que personaje heredado no es personaje creado.

¿Cuál es entonces tu historia? Sé que sientes adrenalina, entusiasmo y también miedo, pero construiremos juntas un nuevo guion, tu guion.

Te propongo un ejercicio bellísimo, que requerirá de tu observación, de tu introspección consciente en una historia constituida por seres individuales que han coincidido en un tiempo y en un espacio. En ese entramado estás tú. Paso a paso comenzarás a ser consciente de tu existencia y, desde allí, lograrás transformarte. Dirígete a esta página de este libro.

Brota

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