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CAPÍTULO 14 Cansancio

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Los años de escucha por mi profesión, pasión que me llena de gozo, me han dado un gran entrenamiento. Armo rompecabezas entre lo que observo y lo que escucho. Un juego que me ayuda a pensar y a pensarme. En este capítulo, te comparto mi juego que tal vez también te sirva a ti para verte y pensarte.

Les cuento una anécdota.

Una tarde de invierno llegué casi helada a una consulta médica. Me quedé parada, recostada sobre una de las paredes del consultorio porque ya se habían ocupado todas las sillas disponibles.

Había mucha gente, casi todas mujeres. En ese momento, comencé a observarlas. Es una costumbre que tengo desde muy pequeña. Cuando lo hago, creo las historias más disparatadas que puedan imaginarse. Miro con mucha delicadeza para que nadie se ofenda. Rostros, cabellos, miradas, manos, vestidos. La espera se torna entretenida y cuando algo me sorprende, saco de mi bolso una pequeña libreta para escribirlo todo antes de que el viento mental me robe las ideas.

Como buena observadora, también lo hago con los oídos. Tengo una manera de escuchar diferente.

—¿Escuchar diferente? ¿Qué es eso?

Les explico: me gusta escuchar lo no dicho en lo dicho. Cuando hablamos, decimos palabras, transmitimos ideas y pensamientos, les ponemos voz y tono, acompañamos con el cuerpo y también con el silencio. De hecho, siempre queda algo escondido, latente. Eso no dicho es lo que más me cautiva. Lo no dicho con palabras se dice de otras maneras.

Volvamos a la sala de espera.

A mi derecha, una mujer muy delgada de treinta años aproximadamente, vistiendo ropa deportiva. Inquieta, con gafas de sol puestas y una mochila con raqueta de tenis al hombro. A su lado, otra mujer, de alrededor de cincuenta años, voluptuosa; su pelo recogido dejaba ver el crecimiento de sus raíces blancas. Sus manos agrietadas y su calzado desgastado delataban el sacrificio que hacía a diario. En un momento, le preguntó a la joven:

—¿Das clases de tenis?

—No —riendo—, pero sí tomo clases, ¿luzco como una profesora?

—¡Sí, totalmente! ¡Tienes el estilo! A mí me encantaría, pero la verdad es que tengo tantos dolores en las piernas que no podría hacerlo jamás. Por eso he venido a una consulta médica, porque mi cuerpo ya no resiste. Lo que sucede es que trabajo de pie durante muchas horas. Es un trabajo que no me gusta nada, pero al menos me alcanza para mantener lo básico de mi hogar. Tengo tres hijos y lo necesito…

Yo escucho, debajo de estas palabras, desequilibrio entre dar y recibir. Da de sí misma mucho tiempo y esfuerzo para solo recibir algo necesario pero carente de otros valores no necesarios, pero sí importantes para sentir placer y satisfacción.

La “tenista” se dispuso a escucharla con atención, algo en sus palabras la cautivó.

—Cuando llego a casa, despido a la niñera y enseguida se acercan a mí mis tres hijos juntos con todas sus demandas y reclamos. Mi presión sube y comienzo a gritarles.

Yo escucho exigencia e imposibilidad de regular las emociones.

—Después de regañarlos un buen rato y de preparar la cena, recién tengo algo de calma, pero poca y por un breve momento, nada más. Me siento a mirar mi teléfono móvil, pero nada me interesa. Enciendo el televisor, pero me aburro. Decido acostarme, porque al otro día comienza todo de nuevo. ¡Qué pesadilla!

Yo escucho ausencia de motivación.

—Detesto ir a dormir. Caigo rendida. Parece que me duermo al instante y, de repente, mis ojos rojos por el cansancio están más abiertos que nunca. No puedo dormir, pero tampoco levantarme porque estoy rendida. Es un callejón sin salida.

Yo escucho los problemas que desfilan de a miles no le dan tregua a la mente que se siente obligada a seguir estando en estado de alerta.

—De ese modo me levanto a la mañana siguiente. Imagínate en qué estado, atontada. Bebo un café, salgo casi volando de mi hogar y me olvido la mitad de las cosas. Aún no ha terminado de salir el sol y ya estoy agotada.

Yo escucho saturación, automatismo, displacer, desborde, desorden, obligaciones.

Una voz amorosa interrumpió la conversación y mi juego.

—Elena, pasa, la doctora te espera.

—Ah, sí, ya voy. Bueno, ¡me gustó la charla!

Se levantó con alguna dificultad y quejidos de dolor. Elena entró al consultorio, ‘‘la tenista’’ se reacomodó en la silla y yo tomé mi pequeña libreta del bolso.

Las palabras van dando forma a lo no dicho, acompaño con garabatos, me dejo llevar por el ritmo de mi mano hábil, la izquierda.

Frases con emociones. ¿Quién no se ha sentido como Elena alguna vez en su vida? El cansancio está presente y nos arrastra muchas veces al filo del precipicio. De repente nos vemos paradas frente al abismo en lo alto de una montaña imaginaria haciendo fuerza para no abrir los ojos, porque de hacerlo, lo que vemos es el vacío aterrador. El cansancio, ese tirano perseverante que nos encierra en la jaula de la queja eterna. Como dijo el gran poeta uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, “nada pesa tanto como el corazón cuando está cansado”. Pero —silencio— les cuento en voz baja (para que el cansancio no escuche o cambie de estrategia y logre devorarnos una vez más) que cuando logras ponerle palabras y sentido a lo que navega en silencio por debajo del agotamiento, encuentras la llave para abrir la jaula y así asumir tu libertad.

Te invito a esta página para que juguemos a encontrar lo que se oculta detrás del cansancio. ¿Te animas?

Brota

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