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La primera etapa del viaje

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Si no te comprendes a ti misma,

no comprendes la Verdad.

Soen-Sa

¿Estás embarazada? ¡Wahe Guru! que significa «la experiencia del Creador Infinito es tan grande que no se puede describir con palabras».

Recuerdo como si fuera hoy lo que sentí al darme cuenta de que no se trataba de un retraso sino que iba a tener un bebé. Mientras guardaba cola en la tienda de comestibles, me preguntaba si quienes me rodeaban se darían cuenta de la feliz maravilla que ocurría en mi interior. Para mí, era digno de un titular de prensa. Cuando mi marido y yo nos casamos, no sabíamos si podríamos tener hijos; él no había podido concebir con su primera mujer, con la que había estado casado ocho años, y yo hacía veinte años que había sido madre. Quería subirme al tejado y gritar a los cuatro vientos: «¡Mirad todos, estoy embarazada!».

Pero me limité a gritar de alegría en mi interior. En los primeros días del embarazo es preferible que la pareja guarde silencio hasta que haya pasado el peligro, hasta que la chispa se haya convertido en llama. Crear un alma requiere buenas vibraciones. No permitas que nadie que no tenga una buena energía, sea por celos, por preocupación o porque no está de tu parte, influya sobre tu persona en esos momentos. En los primeros tres meses se prepara la tierra en la que habrá de brotar el jardín. «Mantenerlo en secreto fue una experiencia deliciosa», me explicó una amiga refiriéndose a los tres primeros meses de su embarazo. «Era algo mío, algo íntimo que solo yo podía disfrutar».

Hace años, mi maestro Yogui Bhajan me brindó una metáfora que explica a la perfección lo que trato de decir. «La vida no empieza en el útero de la madre, el primer día de la concepción», dijo con la calma y la sinceridad que son la marca de los grandes maestros. «Fijaos en las leyes naturales. Primero construimos una casa, la arreglamos y, por último, nos instalamos en ella. Nadie excava la tierra para poner los cimientos y luego, acto seguido, coloca los muebles. ¿Por qué habría de ser Dios distinto en eso?».

Este es un ejemplo más de la perfección del orden y el ritmo de la naturaleza. Los primeros 120 días nos sirven para reforzar los cimientos de nuestras vidas y prepararnos así para el seísmo que supone la llegada de un hijo. Esto se aplica siempre, se trate del primero o del quinto hijo, porque cada nacimiento aporta una nueva oportunidad de conocerte más profundamente y de aumentar tu amor y tu sabiduría.

Si ya eres madre, sabrás bien hasta qué punto es cierto lo que te voy a contar y si aún no tienes hijos, pregúntale a quien los tenga y te confirmará lo siguiente: después de tener un hijo, ya no puedes volver atrás. El compromiso que suponen los hijos es mayor que el que implica un matrimonio, una hipoteca o una carrera profesional. Solemos prestar mucha atención a los últimos meses de embarazo y al parto, pero en cierto modo, los primeros tres meses son los que suponen el mayor desafío porque te obligan a realizar ajustes en tu psique. Tu forma de entender la identidad cambia y pasas del «yo» al «nosotros». Esperar un hijo supone experimentar una transformación.

Esta no es una noción intelectual. No se puede dar a luz pensando. Se da a luz a través de los sentidos, de la intuición, de forma instintiva y espiritual. No se puede hacer un esfuerzo en el último momento, ya que el proceso de despliegue de conciencia abarca los nueve meses por entero. El embarazo establece una relación entre madre e hijo que tarda casi diez meses en crearse. El parto es una puerta milagrosa que conduce a tu crecimiento mental, emocional e intuitivo y a un mayor conocimiento, aprecio y amor por tu cuerpo y tu persona.

El conocimiento intelectual solo se transforma en sabiduría cuando lo integras en tu corazón y en tu ser. Eso requiere que tengas suficiente disciplina para elegir modos de vida que te nutran y que seas capaz de entregarte a un proceso que es mayor que tú como individuo. La disciplina viene de «ser discípulo» de tu verdadero ser interior. No procede del exterior ni tiene nada que ver con tus padres, tu religión, tus maestros o cualquier otra cosa. Por eso, iniciar una práctica de yoga y meditación en estos momentos te dará excelentes resultados. Le das al alma que te eligió como madre el regalo de poder contar con un ser consciente capaz de guiarle y educarle a lo largo de su vida.

Según las enseñanzas yóguicas, las almas no se reencarnan al azar. Siguen un plan divino concreto. Tú, como madre, formas parte de ese plan. Relájate. En última instancia, ten en cuenta que ningún alma fracasa en su camino hacia la perfecta realización. El alma se reencarnará tantas veces como sea preciso hasta completar su misión espiritual. Yo suelo viajar con frecuencia a la India, que es mi hogar espiritual. En ese país, algo mayor que el estado de Texas, viven billones de personas. Cada vez que mi familia y yo nos desplazamos allí, vivimos una experiencia increíble. Me emociona mucho ver a todas esas almas que han atravesado el Infinito para reencarnarse en una tierra que se enfrenta a un karma tan duro. Es una tierra muy espiritual porque la mayoría de sus habitantes son espirituales.

Al igual que la tradición yóguica, la Cábala judía cree que las almas eligen a sus padres y solo a esos padres en función de lo que esperan aprender en la vida. La elección puede estar motivada por distintas causas como, por ejemplo, relaciones pasadas, pero también puede ser porque esos padres pueden ofrecer al alma el entorno que mejor se adecua a su misión general. Los padres pueden dar un buen o un mal ejemplo. La relación entre padres e hijos tiene que ver con lo que esa alma puede aportar a sus progenitores y con lo que éstos pueden aportarle a ella.

Una de las ideas del karma que más me gusta es la que dice que las almas forman familias o grupos, como las constelaciones de estrellas. Se comenta que las almas establecen pactos antes de reencarnarse para determinar dónde, cuándo y cómo volverán a través de determinados padres, sin excluir las madres de alquiler y las adopciones. Cada uno trae a otro, como puentes. Yo alargo los brazos para que alguien pueda llegar a través de mí.

Aunque el alma es pura y completa, una expresión del Universo, también existe el cuerpo sutil, un campo de energía que rodea el alma y que lleva en sí el karma de vidas pasadas. Tu alma vuelve con un destino marcado, un camino por recorrer y viene con los dones que ha adquirido, que es lo que llamamos Karma.

Me gusta pensar: «Cosecharás lo que siembres». Una madre puede purificar el karma a través de su devoción, llevando una vida consciente y, con ello, cambiar el destino del alma que lleva en su interior. Eso no quiere decir que deba ser perfecta y hacerlo todo de manual, sino vivir con compasión y conciencia, en sintonía con su naturaleza innata de mujer y de madre.

Un antiguo cuento hindú explica la historia de una reina que se quedó embarazada. Al cumplir el día ciento veinticinco, se puso repentinamente enferma y un oráculo le explicó que había atraído el alma de un demonio que haría estragos en el reino y que convertiría su vida en un infierno. Muy afligida, la reina fue a ver al Raaj Guru, su guía espiritual, hecha un mar de lágrimas.

—¡Oh, maestro! ¿Podrías darme tu bendición? —imploró. Aceptaré mi karma sea el que sea.

El maestro la miró y dijo:

—No todo está perdido, si de hoy en adelante meditas en el nombre de Dios, sirves a tu pueblo desinteresadamente y vives según las enseñanzas.

La reina dejó el palacio y fue a las calles de su ciudad a preparar comida, lavar platos y dar de comer a los más pobres. Cuando por fin llegó el día de dar a luz, nació un varón sonriente que tenía las manos graciosamente colocadas en forma de mudra de yoga y tenía una marca en el tercer ojo, en el punto que queda entre las cejas. Con el tiempo, se vio que el niño, lejos de ser un demonio, era un santo. Con su compasión e inteligencia, una madre puede cambiar el destino de su hijo cuando este aún está en su vientre o, en el menor de los casos, puede elevar el alma que lleva en su interior. Así, las madres pueden contribuir a cambiar el mundo y aportar paz al planeta.

Siempre que una madre que ha asistido a mis clases de yoga prenatal viene después a verme con su hijo a las clases de postparto recuerdo este cuento. ¡Cómo me gusta ver las caras de los bebés! No me cabe duda de que en el cuerpo del bebé se encarnan almas muy viejas. Algunos de los niños parecen espíritus muy antiguos. Hace poco tuve en brazos a un niño al que solo le faltaba una larga barba blanca para que todos le saludásemos con un «¡Dios le bendiga, venerable sabio!». Otros parecen bebés de calendario. No hay dos bebés iguales, ni siquiera los gemelos son idénticos. Por eso, toda madre necesita dedicar tiempo durante su embarazo a potenciar su intuición para saber qué clase de hijo tendrá y qué necesitará este de ella.

El viaje hacia convertirte en esa clase de madre empieza ahora mismo, de hecho, lo hizo antes de que te quedases embarazada. Es una experiencia que trasciende el mero plano físico y médico del embarazo. Aprender a meditar hará que atraigas todas las respuestas que andas buscando. Te ayudará a crear un espacio en tu mente al margen de pruebas y análisis y de todas esas cosas que ahora te inquietan. Y ese nuevo espacio te permitirá entrar en contacto con un conocimiento que está en tu interior. Meditar significa aprender a observar los miles de pensamientos que crea la mente sin juzgarlos o apegarte a ellos. Será como ver un río fluir sin fijar tu atención en ninguna de las gotas que lo forman. Con la práctica, conseguirás abrir en ti un espacio de calma y claridad, y empezarás a conocer tu verdadera naturaleza.

Kundalini yoga para embarazadas

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