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El abismo emocional

Cuando Linda llegó a clase, parecía que la hubiesen pasado por el programa de centrifugado de la lavadora. Tenía el rostro gris y los hombros caídos. A cinco minutos de empezar la clase, se levantó de la esterilla de un respingo, se llevó la mano a la boca y corrió hacia el cuarto de baño. «¡Creía que las náuseas matutinas eran solo por la mañana!», se lamentó al terminar la clase. «Me puede ocurrir a primera hora, a media mañana, a mediodía, por la tarde y, a veces, incluso por la noche».

Linda estaba en lo que yo llamo «el abismo», una franja temporal que coincide, casi siempre, con el primer trimestre de embarazo y en la que reina el malestar, el agotamiento y, a menudo, la confusión. El malestar se debe a las náuseas y mareos que te hacen sentir como si estuvieses en una pequeña embarcación en un mar agitado; agotamiento debido a los enormes cambios a los que ha de hacer frente el cuerpo, y confusión porque te sientes desorientada y te parece que no terminará nunca. No todas las mujeres tienen estos síntomas, pero para las que los pasan suponen un auténtico desafío.

Como ocurre tras la siembra, la semilla está oculta bajo tierra. Aún no necesita recibir la luz del sol, solo agua y tiempo para desarrollarse. A veces, durante este trimestre, las mujeres nos sentimos igual, porque todo ocurre bajo la superficie, en lo profundo de nuestro interior. Yo lo recuerdo como una época de luces y sombras. Ya no era simplemente yo y, sin embargo, tampoco era madre aún. Estaba en tierra de nadie, a la espera de que la semilla oculta brotase y pasase de la oscuridad a la luz. Para mí, fue una época mucho más dura que el parto. Me sentía enferma, descontrolada y muy angustiada, como si tuviese una máquina del millón funcionando sin tregua en mi interior, veinticuatro horas al día. Me hubiese encantado encontrar un libro como este, poder asistir a una clase de yoga prenatal o que alguien se hubiese reído y me hubiese dicho: «Me alegro de no ser la única que piensa que se ha vuelto loca». Muchas veces, al final de mis clases, las embarazadas se acercan a despedirse y me abrazan con ojos llorosos. De hecho, después de cerrar la clase con la canción final habitual, veo lágrimas en casi todos los ojos. Esto se debe a que, durante la clase, los corazones se abren, las almas se unen y el miedo queda relegado.

En 1985, pasé un caluroso verano en Nuevo México, en un campamento de mujeres, un retiro femenino anual que Yogui Bhajan organizaba desde hacía treinta años. A estos campamentos acuden mujeres de todo el mundo para convivir, practicar yoga, pasear y nadar. En ellos, se repasan las antiguas enseñanzas yóguicas relativas a la esencia y al poder de la mujer. Las participantes dejamos a los hombres y a los niños en casa. La tradición sij cree que es necesario que las mujeres se junten para romper con la rutina, relajarse, conectar con el ritmo de la naturaleza, reír y ocuparse de sí mismas. Estos retiros ayudan a cargar pilas para el resto del año y permiten a las mujeres volver a casa sanas y felices.

El primer verano después de mi boda, me ofrecí para dar clases de aeróbic las mañanas a las 9:00 h. En aquella época, el campamento duraba seis semanas. Yo compartía tienda con mi mejor amiga, que a los veinticuatro años ya había tenido sus cuatro hijos. Y allí estaba yo, vieja, con cuarenta y dos años y mareos matutinos. Todas las mañanas, al levantarme, le decía a mi amiga: «No me siento bien. Diles que no puedo dar la clase. ¡Inventa algo!». En el campamento, nadie, salvo nosotras dos, sabía de mi embarazo. Pero todas las mañanas ella insistía: «Ve a dar la clase, te sentirás mejor». Así que no me quedaba más remedio que arrastrarme hasta el lugar, al que a menudo llegaba llorosa y enfadada con mi amiga por obligarme a hacer algo que no me apetecía. Aun así, iba a dar la clase. Cuando ésta terminaba, siempre me sentía mejor. Así fue como aprendí que moverse y estar con otras personas ayuda a superar los mareos matutinos y la fatiga. ¡Dios bendiga a mi amiga por enseñarme esa lección! En aquel entonces, fue como mi ángel de la guarda y, en gran medida, aún lo es.

Al dar clases a mujeres embarazadas en estos últimos años, he observado que las mujeres tienden a pensar: «Como estoy embarazada, tendré mareos matutinos, acidez, dolor de espalda, calambres en las piernas y el bebé me aplastará todos los órganos porque no habrá suficiente espacio para él en mi cuerpo». Eso corresponde a los cuentos que nos han explicado desde siempre, que hemos visto y hemos oído repetir a amigas que han tenido hijos antes que nosotras. Cuando oigo esos argumentos, siempre respondo: «No es cierto». No tienes por qué pasar el embarazo sintiéndote mal, al igual que no tienes que pasarlo mal en tu vida en general. Es verdad que algunas mujeres padecen más que otras durante su embarazo. Puede que necesites modificar tu dieta, moverte más para estimular la energía curativa de tu cuerpo o charlar con alguien. Pero, en todos los casos, existe una forma de superar la incomodidad del embarazo y crecer y fluir en consecuencia.

La tradición yóguica afirma que tomar infusiones de raíz de jengibre en los primeros meses de embarazo ayuda a regular el flujo hormonal, refuerza el sistema nervioso y depura el hígado. Te aconsejo que hagas la infusión tú misma; con ingredientes frescos, es tan fácil como usar una bolsita ya preparada. Corta en láminas finas un dedo de raíz de jengibre (la encontrarás en muchas tiendas de frutas y verduras), añade una taza de agua y déjalo hervir cinco minutos. Endúlzalo con un poco de miel y, si quieres, añade un poco de leche (de soja o de vaca) o una rodaja de limón. ¡Bébetelo todo! Está delicioso.

Recuerda que, sientas lo que sientas, es temporal. Durante el primer trimestre puede parecer que vives encerrada bajo tierra, en tu pequeño mundo. Por lo general, al pasar del tercer al cuarto mes, el sol entrará en esa madriguera imaginaria y todo te parecerá más brillante. Saldrás de tu encierro y te dirás: «Pero si hay un mundo ahí fuera!».

Durante su primer embarazo, mi alumna Elizabeth llegó a una hermosa conclusión de la que todas deberíamos aprender. «Creo que el bebé nos elige, y que debemos honrar ese hecho. Ser madre y tener un marido que me respalda es un privilegio que debo valorar en su justa medida. Cuando recuerdo todo eso, me siento totalmente distinta. Cuando adopto otro punto de vista, me digo que no es justo que tenga que pasar por lo que paso. Entonces me siento cansada y me pongo de malhumor», me dijo. En efecto, la gratitud es de gran ayuda.

El mejor testimonio de esto me lo dio una majestuosa mujer de edad, editora de una revista, madre de dos hijos convertidos ya en hermosos hombres. Me dijo: «Todo lo relativo al embarazo me parecía muy entretenido como, por ejemplo, ver saltar mi estómago cuando el bebé movía un pie. Aprendí a amar y aceptar tanto las incomodidades como las alegrías, todo por igual, porque era consciente de que pasarían. Que un día, todo habría terminado. Que daría paso a algo distinto».

Ejercicio para el equilibrio mental

Este ejercicio carga de energía tu campo electromagnético y mejora el equilibrio de los dos hemisferios cerebrales, lo que mejora el estado de todo el cuerpo.

 Siéntate en postura cómoda y estira los brazos por encima de la cabeza, con las palmas mirándose entre sí. Los dedos están juntos salvo el pulgar, que queda separado del resto. Pon los brazos y las palmas duros como si fueran de acero y procura llegar lo más arriba que puedas en todo momento.

 Empieza a mover los brazos hacia los lados, como si estuvieses abanicando tu cabeza. Sepáralos de 15 a 23 centímetros y vuelve a la posición inicial. Cierra los ojos y orienta la mirada hacia el techo. Repite el movimiento con fuerza durante al menos tres minutos y ve aumentando progresivamente hasta llegar a siete.


Kundalini yoga para embarazadas

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