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ОглавлениеEl embarazo como oración
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Yogui Bhajan
Cuando veo a personas sin hogar siempre pienso «¿Dónde están sus madres?». Si una madre reza por sus hijos, éstos siempre recibirán guía y estarán cuidados y protegidos. Lo peor que puede ocurrir es que una madre abandone y diga: «Este niño no tiene remedio» o «Es mejor dejarlo» o simplemente alza las manos en señal de desaprobación. Eso es lo que permite que veamos a tantos sin techo en la calle. Por otro lado, si una madre teme por el bienestar de su hijo, desde el útero hasta que es adulto, el miedo afectará al hijo y este será, a su vez, una persona temerosa. Sin embargo, cuando la madre es una mujer dichosa, fuerte, disciplinada en sus oraciones y en su amor por la salud, transmitirá a su hijo esos mismos valores.
Dios es quien se encarga de generar, organizar y dar. Todo pasa a través de él. Cuando comprendes esta verdad, la sientes y la vives, tu existencia se vuelve una oración. Y cuando un corazón ora, cada latido crea un milagro. La plegaria es el verdadero poder de la humanidad. Las oraciones aportan auténtica paz y provocan cambios verdaderos. El poeta irlandés John O’Donohue, un hombre brillante, nos recuerda que el tiempo de oración nunca es tiempo perdido: «Siempre aporta transformación… La plegaria purifica para que seas digno de tus posibilidades y de tu destino».
¿Qué debemos hacer para orar? Concentrarnos y proyectarnos hacia el exterior. Mi maestro me dijo en una ocasión que la plegaria es como una llamada telefónica que hacemos al Universo: «Si hay suficiente corriente, no importa que la distancia sea larga, la llamada llegará adonde queremos. Y recibiremos la ayuda que pedimos».
La plegaria de una madre crea un espacio sagrado para su hijo, sostiene el mundo. Nada es más profundo ni más poderoso que el rezo de una madre. En una ocasión, una de mis alumnas me contó una historia que me hizo llorar de emoción. Después de un incendio en el parque de Yellowstone, uno de los guardabosques encontró un pájaro calcinado, posado en el suelo, al pie de un árbol. Sobrecogido por lo espeluznante de la escena, agarró un palo y separó al pájaro. De debajo de las alas de la madre muerta surgieron tres pequeños polluelos. La madre, consciente de la inminencia del desastre, había llevado a sus hijos junto al árbol y los había resguardado bajo sus alas para evitar que se intoxicaran con el humo. Podía haber volado y haberse salvado, pero eligió quedarse. Cuando llegaron las llamas y el fuego destrozó su cuerpo, permaneció impasible. Sus polluelos vivieron gracias a que ella aceptó morir por ellos. Esta historia nos recuerda la fuerza del vínculo y la fe que las madres podemos depositar en nuestros hijos.
Las almas eligen a la madre en cuyo vientre habrán de surgir y crecer. Yogui Bhajan decía que «desde el principio de la vida hasta el final, la única que puede vibrar y cambiar el destino de su hijo es la madre. Solo su vibración y sus plegarias pueden actuar como un arco de luz y borrar y reescribir el destino de su hijo».
Un cuento sij refleja muy bien cómo la plegaria de una madre puede incluso alterar el curso de la muerte. El cuento explica que, en una ocasión, una mujer acudió a ver a un sabio y le dijo que quería tener un hijo. El sabio contestó: «Así sea», y le dijo que repitiese el mantra Siri Akaal, que significa «Grande e imperecedero es el Señor». La mujer no tardó en dar a luz a un hermoso bebé. Un día, mientras trabajaba en el campo, se alejó un poco del niño. Aprovechando el descuido, una cobra picó al niño, que murió de inmediato a consecuencia del veneno. Cuando la madre volvió junto al niño se negó a aceptar su muerte. Quería dos cosas: que su hijo volviese a la vida y que la cobra muriese. Así que se sentó y recitó el mantra. Aquellas palabras en boca de una madre tenían tal poder que la cobra deshizo lo hecho y el niño volvió a respirar. Entonces, la cobra imploró perdón, pero las cosas no eran tan sencillas. Tenía ante sí a una madre que quería venganza. La mujer le respondió: «No. Tú quisiste matar a mi hijo y no permitiré que sigas viviendo para que mates a algún otro niño». Para salvar su piel, la cobra juró que ninguna cobra volvería a picar jamás a un niño piadoso. En una ocasión, uno de los santos sijs, Guru Nanak, se quedó dormido al sol, como un bebé. Entonces, vino una cobra y le hizo sombra en recuerdo de la divina promesa hecha por aquella otra cobra a una madre por la que se comprometía a que ninguna serpiente de su raza picaría jamás a ningún hijo de Dios.
Mi maestro decía: «Cuando des a luz a un bebé, hazle el mayor de los regalos: reza por él». Mi hija va a la escuela en la India nueve meses al año. Está terminando el duodécimo curso en una escuela que mi congregación construyó en el norte de la India para enseñar a niños de cualquier religión. Ya ha cumplido dieciocho años y este será su último año de estudios en la India. Esté donde esté, nunca siento que se encuentre lejos de mí. Cuando estaba embarazada de ella, me despertaba a las tres y media todos los días y hacía sadhana, es decir, la oración de la mañana. Durante los nueve meses de embarazo creamos un vínculo más fuerte que las palabras, un lazo invisible que nos ha mantenido unidas hasta la fecha. Ella siempre está conmigo. Cuando quiero hablar con ella, estar cerca o decirle lo mucho que la quiero, cierro los ojos y rezo. Y ella me oye aunque esté a miles de kilómetros, al igual que yo la oigo a ella cuando reza.
Crear un espacio sagrado
Monta un altar en tu casa. Empieza por algo sencillo. Yo solía usar una caja de cartón, girarla y cubrirla con una tela bonita y limpia. Después ponía flores, velas y fotografías de mis seres queridos. Y eso era todo. Luego, me sentaba frente al altar y empezaba mi práctica matutina de oración. En la actualidad, tengo un altar en cada habitación de la casa. Se los dedico a la Gran Madre y a Dios, y siempre cuido su decoración.
Los altares te conectan con la fuente, con lo que de verdad importa. Un altar puede ser una extensión terrenal de tu espíritu. Sentarte en el mismo lugar cada día para hacer yoga y meditar es muy beneficioso porque el lugar se carga de la energía meditativa que creas. De hecho, en poco tiempo, provocará una sensación distinta a la del resto de la casa. Cualquier lugar tranquilo sirve, como, por ejemplo, un rincón de tu dormitorio. Una de mis alumnas convirtió un baño secundario en su sala de meditación. Yo convertí en templo un pequeño vestidor de mi casa. Así, cuando entraba y cerraba la puerta, todo el mundo sabía que no debía interrumpirme porque estaba meditando.
Proyecta tu ser y el de tu bebé en un altar y observa lo que sientes. ¡Permite que el altar «altere» tu ánimo! Cuando salgas de casa, lleva un poco del espíritu altar en tu corazón.
Para relajarte ante el altar, siéntate en la postura sencilla y coloca las manos juntas en el centro de tu pecho.
Repite tres veces el mantra Ong Namo Guru Dev Namo que significa «Me inclino ante la sabiduría creativa que se encuentra en mi interior». Es posible que, de entrada, te sientas rara al repetir estas palabras, sobre todo si nunca has empleado mantras. Si no te sientes bien, prueba a decir en castellano: «Me inclino ante la sabiduría creativa inscrita en mi ser». Estos sonidos ancestrales te llevarán de fuera hacia dentro, te ayudarán a desconectar de la información con la que nos bombardean a diario y a conectar con tu interior en el que reina la calma, el vacío y todo va más allá de la razón. Si ya tienes una fe sólida, la meditación te aportará claridad y conciencia.
Inhala hondo por la nariz y canta el mantra. Repítelo por lo menos tres veces. Si quieres alcanzar un estado de mayor sosiego, repítelo once o veintiséis veces.
Una vez que dispongas de un espacio en tu casa donde estar tranquila, sin interrupciones, puedes empezar a practicar la siguiente meditación.
Meditación para conectar con el infinito
Siéntate en la postura sencilla y haz un cuenco con las manos de manera que tus meñiques se toquen. Pon las manos frente a ti, a unos quince centímetros de tu cuerpo, a la altura del centro de tu pecho.
Comprueba que tu espalda esté bien recta.
Cierra los ojos y dirige la mirada al frente, suavemente. Siente que la energía suprema baja del cielo y se une al flujo de la vida en tu interior.
Sigue así durante tres minutos, o más si te sientes bien, inhalando y exhalando por la nariz. Al final, inhala y exhala profundamente y relájate.