Читать книгу El comportamiento administrativo - Herbert Alexander Simon - Страница 17
ОглавлениеAGRADECIMIENTOS
Herbert Alexander Simon
“Y por cierto existieron muchos otros… de quienes había asimilado una palabra, una mirada, pero de quienes, en cuanto seres humanos, no recordaba nada; un libro es un gran cementerio en el cual, en su mayoría, se han ido borrando los nombres sobre las tumbas”.
Marcel Proust, Tiempo Recobrado.
Durante los muchos años que este libro, o sus revisiones, ha estado en preparación, la lista de personas con quienes estoy en deuda por su colaboración, crítica y aliento ha crecido hasta alcanzar unas proporciones inmanejables. Espero que se me perdone que solo señale unas pocas a quienes he pedido ayuda con mayor frecuencia y que omita nombrar a muchas otras que me han asistido.
PRIMERA EDICIÓN
Estoy en deuda, primero, con el cuerpo docente de la University of Chicago, que, cuando yo estudiaba allí, convirtió el campus en terreno fértil para la estimulación intelectual, pero en particular con el Sr. Clarence E. Ridley, el difunto profesor Henry Schultz y el profesor Leonard D. White. Entre mis colegas y demás personas que han leído y criticado los primeros borradores o las ediciones preliminares del libro publicado, debo mencionar a los Sres. Lyndon E. Abbott, Herbert Bohnert, Milton Chernin, William R. Divine, Herbert Emmerich, Victor Jones, Albert Lepawsky, Lyman S. Moore, Richard O. Niehoff, Charner Marquis Perry, C. Herman Pritchett, Kenneth J. Seigworth, Edwin O. Stene, John A. Vieg, William L. C. Wheaton y los miembros del Grupo de Discusión sobre Administración Pública. El Sr. Harold Guetzkow resultó ser, como siempre, un crítico excepcionalmente severo y útil.
Con el difunto Chester I. Barnard tengo una deuda especial: primero, por su libro The Functions of the Executive, que ejerció una influencia importante en mi forma de pensar la administración; segundo, por la revisión crítica y extremadamente cuidadosa que hizo de la primera versión de esta obra; y finalmente, por su Prólogo a la primera edición.
EDICIONES POSTERIORES
Una cantidad de capítulos de este libro y una parte importante de los comentarios han sido adaptados de artículos publicados. Se hará referencia a las fuentes a medida que estos materiales aparecen.
Durante más de cincuenta años, numerosos colegas han contribuido a mi educación permanente sobre asuntos administrativos y organizacionales. Muchos están identificados en las notas al pie de página, pero querría individualizar algunos con quienes he estado más íntimamente asociado y quienes, por lo tanto, son mayormente responsables por lo que he aprendido. En el Instituto de Tecnología de Illinois, se encontraban Victor Thompson y el difunto Donald Smithburg, con quienes colaboré en la redacción de Public Administration. En la década del cincuenta, en lo que era entonces el Instituto de Tecnología Carnegie, mis asociados principales en estudios organizacionales eran, primero, Harold Guetzkow, George Kozmetsky y Gordon Tyndall; luego, Richard Cyert, James March y William Dill. Durante los años cincuenta y entrando en los sesenta, realizamos una amplia gama de estudios empíricos que nos llevaron a lo profundo de las organizaciones comerciales y sus procesos de decisión. Le doy las gracias a DeWitt C. Dearborn por su autorización para usar nuestro trabajo conjunto sobre identificación en el comentario al Capítulo X. Estoy profundamente agradecido a todos estos colegas, y también a por lo menos dos docenas de colegas docentes y talentosos estudiantes de posgrado que poblaron los recintos de la Escuela de Posgrado de Administración Industrial en el Instituto de Tecnología Carnegie durante este período.
Claro que la investigación organizacional no fue la única fuente de mi educación. También surgió de una observación profunda de las organizaciones en las que he vivido y trabajado, y en cuya administración he participado en una variedad de roles: director de proyecto de investigación, jefe de departamento, decano asociado, consultor y miembro del consejo directivo. Estas incluyen cuatro universidades (Chicago, Berkeley, Instituto Tecnológico de Illinois y Carnegie Mellon), la Agencia de Cooperación Económica (organización del Plan Marshall), una cantidad de empresas y organismos estatales con los que he tenido relaciones de consultoría, y el Consejo Directivo de Carnegie Mellon, del que he sido miembro por casi veinticinco años. En particular, quiero mencionar el placer que tuve al trabajar con el difunto Lee Bach, el primer decano de la Escuela de Graduados de Administración Industrial, y Jake Warner, Dick Cyert y Robert Mehrabian, los rectores de la Carnegie Mellon University durante la mayor parte del tiempo que trabajé allí.
Hacer un libro es un proceso que requiere mucho trabajo, y al realizar esta cuarta edición he recibido el auxilio amigable y calificado de mi asistente, Janet Hilf, quien me ayudó en cada etapa del proceso, siendo un apoyo no menos valioso el haber protegido mi tiempo de otras demandas, y de Beth Anderson y Philip Rappaport, de The Free Press, quienes actuaron como editores de este proyecto.
A medida que releo los nombres de aquellos cuya ayuda con la primera edición mencioné en mis agradecimientos, encuentro dos personas cuya amistad de toda una vida se incluye entre mis bendiciones particulares. Ningún joven pudo haber sido más afortunado que yo con su primer jefe. Me maravillo, en retrospectiva, por la combinación de penetración teórica y astucia práctica de Clarence E. Ridley, por su habilidad para planificar y ver que los planes se llevasen a cabo, y por su talento para lograr que sus colaboradores se superaran a sí mismos. Le estoy especialmente agradecido por su tolerancia al descaro juvenil, su casi temeraria disposición a delegar responsabilidades a los jóvenes y su cálida amistad.
Mi amistad con Harold Guetzkow comenzó en un tren que nos llevaba a ambos a Chicago en 1933 para convertirnos en alumnos de la Universidad. Fue Harold quien primero hizo que me interesara por la psicología cognitiva cuando aún éramos estudiantes de grado. Aunque ese interés estuvo en incubación durante dos décadas, ha sido mi principal preocupación, si no mi obsesión, desde mediados de los años cincuenta. Le debo a Harold, entre muchas otras cosas, gran parte del profundo placer intelectual que me han deparado estos años
¿Y qué decir de mi esposa, Dorothea, a quien esta edición de El Comportamiento Administrativo, como así también las tres primeras, está dedicada? Claude Bernard dijo una vez: “Si tuviera que definir la vida en una palabra, diría: La vida es creación”. Diez años antes de El Comportamiento Administrativo, Dorothea y yo decidimos compartir una vida de creación; y así lo hemos hecho: mientras este libro germinaba, mientras era escrito y publicado, y durante los cincuenta años siguientes.