Читать книгу Tres lunas llenas - Irene Rodrigo - Страница 12

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Dos noches después volvemos a la cervecería. Llamamos al camarero que está atendiendo las mesas, uno que no es el barbudo del otro día, aunque también tenga la cara cubierta de vello negro y puntiagudo. Natalia pide una cerveza y yo una tónica. Ella se va a casa después de dos pintas y yo me acomodo en la barra, justo enfrente de los tiradores, los dominios del camarero barbudo. Me sorprende ser capaz de notar el crecimiento anárquico que ha experimentado su barba desde la otra noche. Ha perdido su forma redondeada, el semicírculo perfecto en el que cada pelo sabía cuál era su lugar y lo ocupaba con determinación.

Me da corte ligar en sitios públicos, pero es la modalidad en la que más experiencia he acumulado a lo largo de los últimos meses. Las aplicaciones de citas nunca me han dado buenos resultados. El camarero me escucha mientras le hablo de asuntos que no tienen nada que ver con la cerveza artesana y las aglomeraciones que se forman estos días en la ciudad. Me presta atención: a veces apoya el pecho en la barra y ladea la cabeza para escucharme mejor. Me fijo en que tiene los ojos muy oscuros, la pupila casi se funde con el iris. Quiere invitarme a una media pinta, pero le digo que no, que me ponga una agua con gas, y le dejo dos euros en la barra.

El camarero barbudo se viene a casa. Follamos en el sofá y yo le digo que se corra dentro, que tomo la píldora. Acaba con un gemido grave que me templa el rostro. Me libero de su peso, coloco las piernas sobre el respaldo del sofá y me quedo bocarriba. Con un gesto le indico que apoye la cabeza en mi pecho. El camarero barbudo se duerme echándome el aliento en el ombligo. Yo le acaricio la barba y espero, quieta y en silencio, a que su sustancia blanca se adhiera a mis paredes húmedas, rugosas, todavía palpitantes.

Tres lunas llenas

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