Читать книгу Tres lunas llenas - Irene Rodrigo - Страница 4

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Evito a toda costa mirar entre mis piernas. No quiero ver el rojo. Me levanto de la cama y en el pasillo noto el caldo ardiente y denso deslizándose por la cara interna de mis muslos, inequívoco, preñado de derrota. Meo sin tocar el váter y me meto en la ducha. Un hilo viscoso me atraviesa la ingle, lo siento sin verlo, esa gota de tinta ultraconcentrada que cae despacio y se detiene a medio camino entre el pubis y la rodilla. Con la alcachofa en la mano, espero a que el agua se caliente para borrar el fin de la promesa imaginaria que entierro cada mes en un surco cavado por mí misma. Allí se fertiliza, recibe su alimento, crece y se hincha como un globo hasta que, treinta días después, asoma la cabeza para morir de nuevo.

El agua me cubre entera, quemándome la piel. Noto el primer pinchazo en el fondo del bajo vientre. No reacciono, solo tomo una inspiración profunda y hundo los dedos en los mechones que se estiran y se suavizan al contacto con el vapor. Embadurno el cabello con champú y rasco las raíces aplicando la poca violencia que me permiten mis brazos fatigados, anquilosados después de abandonar el sueño abruptamente. Luego buscaré un Espidifen.

El segundo calambre me golpea fuera de la ducha. No quiero ir a trabajar, pero, en lugar de llamar a mis jefes e inventarme cualquier enfermedad, me preparo para introducir la copa en mi vagina enrojecida. No miro, pero conozco el camino de memoria; sé que si lo sigo no me mancharé demasiado los dedos ni deberé enfrentarme a un copioso excedente bajo el grifo. Aunque llevo a cabo el proceso con sumo cuidado, la uña del dedo índice rasga un milímetro de carne y me parece que se desprende un pedacito. No me impresiona la sensación física, sino la imagen que no estoy viendo, la que recreo tras mis párpados cerrados. Esa carne desprendida y su sangre, que se mezclarán con la otra sangre, la que viene de más adentro; todas las sangres recogidas en el recipiente cónico de silicona, látex y plástico quirúrgico; todas en la taza de un mismo váter, en las mismas cañerías; todas indivisibles e inútiles. Me lavo las manos, froto una contra la otra contando diez, quince, veinte segundos. Cuando vuelvo a mirarlas están limpias, impecables. Cubro mi sexo con unas bragas de las que no me importa manchar, me tomo un café para bajar el Espidifen, me pongo las gafas de sol y salgo de casa.

Tres lunas llenas

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