Читать книгу Tres lunas llenas - Irene Rodrigo - Страница 18

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Dormir sin bragas era mi pequeño y alegre placer. La noche siguiente a mi primera mancha, cuando ya había tirado a la basura cinco compresas cada vez más rojas, me senté al lado de mi madre, que veía los informativos en el sofá después de cenar, y le pregunté:

—¿Entonces a partir de ahora tendré que ponerme bragas para dormir?

Lo dije bajito para que no me oyera mi padre, que corregía exámenes en la mesa del comedor.

—¿Por qué lo dices? —preguntó ella al cabo de unos segundos.

—Por la regla. —La palabra regla me sonó incómoda y ajena en mi voz, me asustó oírme pronunciarla—. ¿Tendré que dormir siempre con bragas para no mancharme el pijama?

Mi madre se rio, subió el volumen del televisor y me atrajo hacia ella. Mi oreja derecha quedó pegada a su pecho. Sentí un calor similar al que me recubría el sexo, un calor líquido que irradiaba su cuerpo y que ahora también emitía el mío. Nuestros calores se fusionaban en un perímetro compartido, en un campo magnético que creábamos entre las dos y que nos envolvía, excluyendo todo lo demás.

—No, cariño —me dijo, y me dio un beso en la cabeza—. Esto es solo unos días al mes. Luego puedes volver a dormir sin bragas otra vez.

Deseé que nos quedáramos abrazadas todo el informativo, sumiéndonos en un calor que yo acababa de descubrir y que intuía que a mi madre le era conocido. Pero cuando la periodista dio paso a la siguiente noticia, ella me separó con cuidado de su cuerpo y desapareció por el pasillo. La oí abrir la nevera y servirse un vaso de agua. Cuando volvió al salón apagó la tele, se sentó en uno de los sillones azules, abrió El rey de las hormigas y, con los ojos fijos en las páginas y el índice de la mano derecha enrollado en un rizo, me mandó a dormir.

Tres lunas llenas

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