Читать книгу Tres lunas llenas - Irene Rodrigo - Страница 17
ОглавлениеEsta vez el rojo tarda unas horas más en llegar. En el trayecto en autobús a la oficina, me siento la poseedora de un secreto incierto y frágil. La juventud de la universitaria que ocupa el asiento de al lado me provoca una extraña apatía que se esfuma en cuanto aparto la vista de su piel tersa y su cabello brillante. Lo mismo me sucede con el conductor, con toda su caterva de años consumidos al volante. Hoy me es grato habitar mi cuerpo y sé que no quiero modificarlo ni sustituirlo por el de la mujer que empuja un carrito por la acera o el de aquella que lo saca de un portal con la ayuda de un atento vecino.
En la oficina leo el correo de Inés Caparrós en el que se disculpa por la tardanza y asegura que su disponibilidad para reunirse con los editores es absoluta. Ha tenido la deferencia de acordarse de pulsar el botón de «responder a todos» para que su correo me llegase a mí también. Fantaseo con escribirle, pero solo a ella, para revelarle que el desengaño al que mi cuerpo me somete cada mes lleva tres horas de retraso. I. C.: también firma los correos con sus iniciales.
Me acuerdo del camarero barbudo, imagino su simiente abriéndose paso en mi interior. A Natalia le diré que estábamos borrachos y que se corrió antes de que yo pudiera decirle que saliera de mi cuerpo. El riesgo me pareció tan improbable que ni siquiera consideré la opción de la pastilla del día después. Natalia, mi primer pensamiento ha sido abortar, pero luego me he dicho que mañana cumplo treinta años, ¿y si dentro de unos meses me enamoro de alguien y en seguida nos ponemos a intentarlo? Lo voy a tener, no le diré nada al camarero bardudo y tú me ayudarás, serás su tía, ¿verdad que sí?
Alguien entra a la oficina dando un portazo. Levanto la cabeza por encima de la pantalla del ordenador y veo al secretario, que se guarda un mechero en el bolsillo interior de la cazadora. Un halo caliente que empieza como un punto se extiende por mi entrepierna y la abraza. Olfateo como un gato, a contracciones rápidas, secas, y un olor concentrado y familiar, como de leña quemada, asciende hasta mi nariz. Me viene a la mente el cuadro de la pitia que inhala los vapores de la tierra quebrada.
En el baño compruebo que la mancha ha traspasado las bragas y ha alcanzado los vaqueros. No me he puesto pantalones negros, tampoco he traído la copa, esta vez lo había creído de verdad. Le pido un tampón a la diseñadora. Una nueva no-existencia se trenza entre las fibras sintéticas, las vuelve rojas. Perece. Se estanca. Otra predicción fallida de mi oráculo averiado.