Читать книгу Psiquiatría de la elipse - Ivan Darrault-Harris - Страница 29
EN RESUMEN
Оглавление– ¿En qué se diferencia la práctica de la psiquiatría del niño de todas las otras prácticas psiquiátricas y psicoterapéuticas?
– El estatuto de la enfermedad: se dice «el niño enfermo» y no «el enfermo» como en psiquiatría de adultos. La enfermedad no es más que una figura de la identidad, lo cual modifica la conceptuación misma de lo patológico y de la estructura mental.
– La temporalidad es diferente por el hecho del dinamismo del niño que crece y, además, de la evolución del cuadro clínico. La separación de nuestro pequeño paciente, prevista aunque nada más sea por el hecho de la edad, se inscribe también en un dinamismo de vida que dinamiza nuestra aproximación que no es más que temporal.
– La demanda no procede del niño, sino de sus padres, lo que los coloca, de entrada, en el campo terapéutico de acuerdo con diversos roles. Lo cual quiere decir que la dimensión transgeneracional tiene que ser abordada de una manera o de otra.
– El psiquiatra de niños no tiene que ver solamente con los padres, está también en contacto con el entorno: familiar más amplio, social, educativo y hasta judicial. Interviene eventualmente en ese campo para influir en la realidad, «guardando siempre la valija de lo simbólico en la mano».
– La forma misma de la terapia no puede estar enteramente codificada. Varía según la edad, la patología, el contexto, la demanda. Por lo demás, los síntomas, la relación con el lenguaje, con las capacidades introspectivas, con las expresiones plásticas, lingüísticas, sonoras, corporales, deben también tomarse en cuenta para las indicaciones terapéuticas precisas, las cuales tienen que ser pensadas de acuerdo con cada caso particular.
– La toma de conciencia no siempre está en el corazón de la terapia; esta puede desarrollarse completamente o casi con un acompañamiento de creaciones o con un proyecto inscrito únicamente en la esfera educativa y reeducativa, sin renunciar por eso a lo terapéutico. La instancia de la conciencia no es el interlocutor privilegiado, pero puede ocurrir que ciertas revelaciones en la inspiración de la «sorpresa de conciencia» señalen eventualmente el camino, en el cual se desarrolla la mayor parte del tiempo en cierta penumbra, que no deja de asustar y de acrecentar las resistencias al cambio tanto del niño como de su familia.
– El psiquiatra mismo no es más que un cuidante entre otros con prácticas diferenciadas, eventualmente complementarias; este hecho permite introducir otra mirada en la fórmula «terapias plurales» y, además, desjerarquiza relativamente los roles, las funciones y las competencias.
– La hospitalización no es más que uno de los polos, no indispensable y de duración variable, de un conjunto diversificado que comprende otras propuestas institucionales, lo cual ofrece un modelo de trabajo en sector que se articula alrededor del niño de manera flexible y armoniosa.
– La práctica de la psiquiatría del niño incluye de manera intrínseca un trabajo de prevención, encuentros con los prácticos de la infancia, terapias mediatizadas, entrevistas con parejas adoptantes, formaciones de asistentes maternales, participaciones en debates con padres de alumnos, etc. Así pues, la terapia está comprendida en una mira de salud mental.
– Las teorías referenciales en la psiquiatría del niño son diversas en el interior de un mismo corpus (desde Ana Freud hasta Melanie Klein, por ejemplo), o según corpus diferentes que inundan las ciencias humanas y sociales. El práctico está obligado a inventar sus propias fórmulas a partir de todas esas influencias.
– El conjunto de esas dimensiones de la psiquiatría del niño, en las cuales podrían reconocerse todos los prácticos del campo de la salud, de la educación y reeducación, y del trabajo social con los niños, sea el ejercicio privado, público, asociativo o institucional, remite a un dinamismo particular y a una relativización de las propuestas tradicionales de la psiquiatría general.
– La psicoterapia del niño y del adolescente consiste en una simbolización acompañada. Se trata menos de una búsqueda de los orígenes en la formación de los síntomas, sueños, etc. —percibidos como símbolos por descifrar, como mecanismos y significaciones ocultas, que deben ser objeto de una concientización, resolutiva, de esas determinaciones inconscientes—, que de una simbolización en trance de hacerse, que suscite, favorezca, acompañe, en la cual puede incluso participar el terapeuta activamente. La simbolización en terapia (en el marco de la configuración transferencial, hecha de proyecciones recíprocas de todos sobre las representaciones de los otros actores de la terapia) es un acto constituyente11.