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ACAR A LA LUZ LAS DIFERENCIAS

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Una vez conocidas esas notables similitudes del proceder analítico, es preciso ahora hacer que aparezcan las especificidades de ambas aproximaciones. Para hacerlo, tomaremos un ejemplo próximo a los que presenta Freud, el sueño referido por una joven paciente —Beatriz— en el curso de la última sesión de su terapia (cf. infra, cap. IV, donde se analiza con toda amplitud este caso):

Ayer, leí La Bella y la Bestia. En la noche soñé que la Bestia era un príncipe horrible y la Bella era una tórtola.

La historia comenzó cuando la familia de la tórtola quedó en la pobreza. Toda la familia sufría la mala suerte echada por una vieja bruja. La familia la había encontrado en un bosque. Querían construir su casita en un rincón del bosque; para la bruja, el bosque era de su propiedad; por eso les echó la mala suerte. La hermana mayor, una paloma, era prisionera de un ser humano, un horrible príncipe que había dicho: «Ustedes me tienen que dar una de sus palomas para que yo libere a la otra».

La bella paloma, la hermana menor, se ofreció al canje. El príncipe comparó las dos tórtolas. Cuando vio que la más joven era la más bella, soltó a la mayor. La hermana mayor quedó libre.

La bella paloma se escapó una vez para ver a su familia, al padre, a la madre, al hijo, a la hermana mayor; pero tenía que regresar, si no el monstruo moriría [sic]. Por eso regresó. La bella paloma se transformó en princesa y el príncipe horrible en un bello príncipe.

Señalemos, primero, las diferencias externas del discurso mismo, que serán ampliamente explicitadas, puesto que se deben a la naturaleza de la opción terapéutica, la cual no corresponde a la cura analítica clásica. No se ha solicitado a la paciente ninguna asociación, y las interpretaciones finales del terapeuta son muy elípticas, oblicuas, referidas a la globalidad del sentido del sueño, respecto al conjunto de la terapia que, además, está terminando (se había convenido que esa fuese la última sesión).

Enfrentado al discurso de Beatriz, el semiótico se atendrá estrictamente al sueño contado, y eso por necesidad epistemológica (la preservación de la homogeneidad de su discurso), sin hacer intervenir tampoco las informaciones obtenidas acerca del enunciador (las cuales le permiten con frecuencia a Freud interpretar el sueño sin la ayuda del soñador).

Por lo demás, la empresa semiótica no busca, como la analítica, alguna verdad cuidadosamente disimulada, encriptada (para engañar a la censura, indica Freud), escondida en el nivel profundo, latente, sino que apunta a la construcción de un simulacro que explicite la manera como se genera la significación en el discurso [en este caso, de la paciente].

El análisis semiótico no da lugar a descubrimientos, a revelaciones de secretos, como el método analítico de interpretación de los sueños. Dicho esto, lo que hace es sacar a la luz, por construcción, aquello que no es, por definición, perceptible en la superficie del discurso. Creemos, sin embargo, que existe una articulación posible entre los resultados producidos por ambas disciplinas.

¿Pero qué hacer, dentro de la lógica del proceder del semiótico, con el «sueño» de Beatriz?

Psiquiatría de la elipse

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