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DE LA SEMIÓTICA A LA PSICOSEMIÓTICA

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Vamos ahora a reconstituir brevemente el recorrido que enlaza la semiótica de la primera época (la que todavía estaba apegada al «corpus» de los mitos y de los cuentos) con la psicosemiótica, que se ocupa del comportamiento global del sujeto.

Que quede bien claro que la psicosemiótica es una rama, relativamente reciente, de la semiótica, la cual —como lo recordaba A. J. Greimas con frecuencia— surgió paradójicamente de un fiasco que terminó por dar toda una dimensión heurística a una notable confluencia: decepcionado de las perspectivas limitadas de la lexicología, reducida a la unidad-palabra, y luego, de la semántica lingüística, frástica, el fundador de la Escuela de París edificó la semiótica en la intersección misma, suerte de punto sinérgico, de los estudios folclóricos (V. Propp), de la mitología comparada (G. Dumézil) y de la antropología estructural (C. Lévi-Strauss). Como siempre, se produjo el encuentro, pero evitando exitosamente tanto la ilusión interdisciplinaria como el eclecticismo (veremos de qué manera): nacimiento de un nuevo proyecto científico que recortó en el horizonte un vasto espacio por descubrir, un poco a la manera del augur que delimitaba en el cielo el campo de futuros acontecimientos.

La edificación de la semiótica greimasiana se ha hecho después de haber constatado un doble fracaso, el de una lexicología y el de una semántica, respectivamente encerradas en los exiguos límites de la palabra y de la frase. La apertura hacia la dimensión del discurso, a partir de entonces, era necesaria, así como hacia las investigaciones situadas fuera de la lingüística, instaladas, después de largo tiempo, en los amplios dominios discursivos constituidos, por ejemplo, por los mitos y los cuentos.

Como el peligro de eclecticismo era entonces muy grande, se hacía necesario delimitar con rigor el objeto de la empresa semiótica, y tratar de integrar los aportes de esas diversas disciplinas en un modelo teórico coherente, lo cual no era nada fácil, pero que, no obstante, llegó a realizarse.

¿Cómo?

Gracias a la creación de una teoría de la significación (que se inició con la aparición, en 1966, de Semántica estructural [de A. J. Greimas]), que garantizaba la homogeneidad y la coherencia de los modelos y de los procedimientos elaborados. La teoría de la significación adoptó rápidamente una forma generativa (Du sens, 1970)* para representar el engendramiento de la significación en los discursos, en un recorrido denominado, precisamente, generativo.

Aunque el término generativo aparece algo tardíamente (en el Diccionario, 1979)*, la concepción de un modelo dispuesto en niveles sucesivos es bastante anterior, y permite la integración, en coherencia, de los aportes fundamentales, entre otros, de V. Propp y de C. Lévi-Strauss.

El análisis lévi-straussiano del mito, con un modelo acrónico, que no respeta la narratividad, le sirve para representar el nivel de las estructuras profundas (semántica y sintaxis fundamentales: cf. el cuadro en la página 80). En cambio, el análisis proppiano, estrictamente sintagmático, de la consecución de las funciones en el cuento popular nutre otro nivel del modelo, el de la sintaxis narrativa de superficie, a costa, es cierto, de un trabajo considerable de metabolización12.

Psiquiatría de la elipse

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