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EL «RECORRIDO GENERATIVO»

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En primer lugar, ilustraremos sucintamente el modelo teórico de Greimas, sin adelantar el análisis detallado que proponemos de este sueño en el capítulo IV, análisis diferente y complementario.

Paradójicamente, ese texto no será considerado a priori como sueño, sino como simple fragmento discursivo. Luego, mostraremos con el análisis su eventual especificidad para incluirlo en un género discursivo preciso. Podremos advertir, de paso, que la tipología de los discursos no es, para el semiótico, una clasificación establecida, sino que es preciso construirla. Y el «sueño» de Beatriz, terminado el análisis, aparecerá, estructuralmente, como un mito de origen, lo cual antes era débilmente legible debido a la máscara (el «sueño») elaborada por el enunciador.

Aclarado esto, el análisis semiótico, lo mismo que el de Freud, va a efectuar una inmersión desde la superficie del discurso hasta el nivel más profundo, para remontar después, por etapas, hasta el discurso concreto, manifestado.

Pero la comparación termina ahí, porque las estructuras profundas, por ejemplo, del modelo semiótico de Greimas no son de la misma naturaleza ni cumplen la misma función que el nivel latente freudiano, el de los «pensamientos» del sueño, cuya manifestación clara y consciente bloquea la censura.

En efecto, el semiótico considera el recorrido generativo de la significación en el discurso como un tránsito, por etapas sucesivas, desde lo abstracto hasta lo concreto y figurativo (en la mayor parte de los discursos), desde lo simple hasta lo complejo, al modo de una proliferación regulada, de una plusvalía de sentido, a partir de operaciones lógico-semánticas profundas elementales.

Dichas operaciones, escondidas en la «profundidad» del texto, se dejan leer en la superficie gracias a la presencia de transformaciones.

– La «pareja» inicial, formada por la Bestia («un príncipe horrible») y por la Bella («una tórtola»), pareja imposible constituida por partenaires a los que todo separa, se transforma al final del texto en una pareja ideal de complementariedad (solo la diferencia sexual, que perdura, los distingue felizmente).

– La familia, al principio bajo la dependencia total de la «bruja» (instancia de poder trascendente que se denomina «destinador» [del bien o del mal]), se libera de ese yugo gracias a la acción de la paloma menor, sujeto-héroe del relato. Lo mismo sucede con el príncipe horrible, víctima, sin duda, a su vez, de una maldición, carcelero a sueldo de la «bruja», que accede a un nuevo estatuto.

Esas transformaciones bien visibles, espectaculares, son la traza, en superficie, de operaciones profundas, situadas en niveles diferentes:

1. Primero en el nivel constituido por las acciones de los personajes, las cuales, en un nivel de abstracción mayor, se convierten en performancias vinculadas a los actantes (roles narrativos abstractos [como sujeto/objeto, destinador/destinatario, ayudante/oponente]). Nos hemos encontrado ya con el actante destinador (representado en este caso por la «bruja», figura a su vez del Destino implacable que condena para siempre a una carencia permanente), con el actante sujeto (la paloma menor, que se convierte en prisionera, que decide actuar en lugar de padecer), con el actante objeto perseguido por el sujeto (el compañero a la vez idéntico y complementario).

Porque la dinámica del relato reposa (Propp lo había mostrado ya desde 1928, en Morfología del cuento) en la tensión que se genera entre la aparición de la carencia y su liquidación. Propp había señalado también que la carencia en el cuento maravilloso era la consecuencia, la mayor parte de las veces, de la transgresión de una prohibición. Ese es el caso en el texto de Beatriz, si bien la transgresión es presentada como involuntaria, es decir, basada, de hecho, en una ignorancia.

El programa narrativo de «construcción de una casa» se paga con un fracaso cruel y con la privación de la hermana mayor. Por querer suplir la «carencia de casa», la familia incurre en una carencia infinitamente más grave y trágica, que el intercambio propuesto no hace más que perpetuar.

Vemos cómo se diseña aquí el nivel de las estructuras semionarrativas, donde se encadenan los «programas narrativos», y hasta se engastan, según una lógica sintagmática (que procede de Propp): prohibición/ transgresión; carencia/liquidación de la carencia.

Ese nivel particular es el de la sintaxis y el de la semántica narrativas.

2. Más profundamente, si se analizan semánticamente los objetos perseguidos por los sujetos —todo relato es una búsqueda—, encontramos los valores del texto, que constituyen el nivel más profundo, el armazón de base: ese nivel será representado, formalizado por el cuadrado semiótico, modelo lógico que pone en relación lógico-semántica los valores en cuestión: relaciones de contrariedad, de contradicción y de implicación. Pero ese modelo no es estático: hace aparecer un dinamismo que consiste en operaciones de afirmación y de negación de esos valores (sintaxis y semántica fundamentales). Eso significa que, incluso en el nivel de las estructuras profundas, es posible seguir el rumbo de las transformaciones del relato en términos puramente lógico-semánticos.

Presentamos como ejemplo el cuadrado semiótico que representa visualmente la articulación lógica de una categoría semántica: rico vs. pobre.


El cuadrado hace que aparezcan los siguientes tipos de relaciones:

– Relación de contrariedad entre los términos S1 y S2

– Relación de subcontrariedad entre los términos S1 y S2

– Relación de contradicción entre los términos S1 y S1; S2 y S2

– Relaciones de implicación entre los términos S2 y S1; S1 y S2

Podemos constatar que las operaciones de negación y de aserción integran los ejes de la contradicción y de la implicación.

Así, un relato simple de enriquecimiento consistirá —a nivel de las estructuras profundas— en la sucesión de dos operaciones lógico-semánticas:

– Negación de la pobreza: S2 S2

– Aserción de la riqueza: S2 S1, en forma de implicación: S1 no S2, entonces, S1.

– Negación de la riqueza: S2 S1

– Aserción de la pobreza: Si no S2, entonces, S1.

En la medida en que los términos semánticos del cuadrado son también valores axiológicos (la /riqueza/ puede ser considerada un valor positivo —en el cuento tradicional— o negativo, por ejemplo, en los textos del Nuevo Testamento), se agrupan en dos deixis [o campos semánticos]:

– La deixis positiva: S1 + S2

– La deixis negativa: S2 + S1

Dicha axiologización de los objetos, que los distribuye en valores «positivos» y «negativos», atractivos y repulsivos para los sujetos puestos en escena*, es manifiesta a primera vista en el «sueño» de Beatriz:

– La negación de los valores: animalidad, fealdad, pobreza, vileza social; y, en otro nivel, la misma operación afecta a los valores de dependencia y de diferencia.

– La afirmación de los valores lógicamente contrarios de humanidad, de belleza, de riqueza, de elevación social; de libertad y de identidad.

Esos valores y esas operaciones nos hacen recordar con toda evidencia un cuento bien conocido, La Cenicienta, con la diferencia de que, en la versión que nos ofrece Beatriz de La Bella y la Bestia, los personajes destinados a constituir una pareja se encuentran, ambos, en la posición de Cenicienta: necesitan transformarse tanto el uno como el otro, aunque esa obligación no afecte, ni en uno ni en otro, a los mismos valores:

– La Bestia, príncipe horrible, conjunto con los valores de nobleza, de riqueza, de masculinidad, debe adquirir los valores de humanidad y de belleza.

– La Bella, conjunta con la belleza, con la feminidad, debe adquirir humanidad, nobleza y riqueza.

– Ambos, además, deben adquirir la libertad (negar la dependencia) y, como resultado de las afirmaciones y negaciones precedentes, afirmar la identidad a expensas de la diferencia.

3. Finalmente, la última etapa del recorrido de la significación, los valores profundos, que es lo que está en juego en los programas narrativos realizados por los actantes, se encarnan, en el nivel de las estructuras discursivas, gracias a la enunciación. Esta operación toma a su cargo las estructuras semionarrativas, aún demasiado abstractas, para investirlas en actores, en lugares y en tiempos concretos.

La sintaxis discursiva contiene operaciones:

– De actorialización: el actante-sujeto, por ejemplo, aparece bajo los rasgos figurativos de un actor: la Bella es una paloma; como se trata de «ella» y no de un «yo», ese actor es obtenido por medio de un «desembrague enuncivo»: en esa operación, el enunciador presupuesto instala en el enunciado un «no-yo» que se manifiesta como «él» o «ella». Ese tipo de desembrague produce un discurso del que el enunciador parece ausente, un discurso que da la impresión de que se cuenta a sí mismo. Finalmente, ese actor particular está dotado de calificaciones específicas, entre ellas, la animalidad (pura invención de Beatriz, puesto que ese rasgo no se encuentra en el cuento de La Bella y la Bestia). Lo mismo sucede con todos los actores del relato, que son actantes «revestidos» figurativamente.

– De espacialización: el espacio es organizado por medio de localizaciones (el bosque, la prisión, la familia) y funciona como marco en el que se inscriben los programas de la sintaxis narrativa.

– De temporalización: el tiempo se organiza en torno a un «entonces» desembragado del «ahora» del enunciador, así como el espacio era un «en otra parte» desembragado del «aquí» de la enunciación. La operación de desembrague no recae solamente sobre la categoría de la persona (negación de un «yo» y producción de un «él/ella», «ellos/ellas», los otros), sino también sobre las categorías del tiempo (negación del «ahora» para generar un «entonces», negación del «aquí» para producir un «en otra parte»). Ese «entonces» esconde, en el relato de Beatriz, un punto de origen: el momento en que la familia cae en la pobreza. A partir de ese punto, pueden construirse un «antes» (las causas del empobrecimiento) y un «después», cuando se produce el salvataje operado por la hermana menor.

Al lado de esos procedimientos de «localización temporal», si así se puede decir, hay que poner la aspectualización, operación que convierte las performancias de la dimensión narrativa en acciones y procesos concretos. Así, la muerte de un personaje del relato puede recibir dos descripciones, según el nivel del modelo:

– A nivel de las estructuras narrativas, consistirá simplemente en la pérdida (disjunción), para un actante, del objeto-valor /vida/.

– En el nivel de las estructuras discursivas, al lado de la sintaxis discursiva, que hemos ilustrado brevemente, existe la semántica discursiva, que incluye la tematización y la figurativización. Por ejemplo, en el texto de Beatriz, uno de los valores profundos, como hemos visto, es el de «libertad». Y ese valor va a constituir «la mira del recorrido narrativo del sujeto»18, actorializado por la paloma menor. Gracias a las operaciones de espacialización, ese recorrido podrá ser tematizado como «evasión». Pero la tematización sigue todavía abstracta; hace falta, para llegar al texto, operar una conversión a un recorrido figurativo (una fuga real, corporal, fuera de los límites de la prisión) que hace justamente del discurso de Beatriz un discurso propiamente figurativo (por oposición al discurso filosófico clásico, por ejemplo).

Queda solamente elegir un lenguaje de manifestación para que la significación así generada encuentre significantes: el lenguaje oral dictado, en este caso, pero se hubiera podido recurrir igualmente al lenguaje escrito, o al dibujo, o al mimo, etc.

He aquí el esquema del recorrido generativo19, que representa el engendramiento discursivo de la significación, común según sugieren Greimas y Courtés a todo discurso posible, verbal o no verbal.

El siguiente cuadro recapitulativo del engendramiento (o generación) de la significación (su «recorrido generativo») presenta una sucesión de niveles, desde el más profundo y más abstracto (sintaxis y semántica fundamentales, formalizadas por medio del cuadrado semiótico) hasta el más superficial y concreto de los discursos manifestados en los diferentes lenguajes, verbales o no verbales.

Psiquiatría de la elipse

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