Читать книгу 305 Elizabeth Street - Iván Canet Moreno - Страница 30

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Sasha era la estrella del espectáculo, la única razón por la cual la gente acudía cada noche a The Works, el local nocturno más famoso de Christopher Street. Iban por ella, para poder disfrutar de su fantástica y prodigiosa voz mientras cantaba el Downtown, de Petula Clark, el These boots are made for walking, de Nancy Sinatra, o el Baby Love, de The Supremes. El escenario acabó convirtiéndose con el paso de los años en su hábitat natural y cuando se subía a él, el público enmudecía al instante esperando el momento en el que se decidiera a sostener de nuevo el micrófono entre sus manos. Y era en ese preciso instante cuando se desataba una locura colectiva de gritos eufóricos y rabiosos aplausos, cuando los allí reunidos coreaban al unísono su nombre y le pedían otra y otra canción más. Sin embargo, mientras nos dirigíamos camino de Elizabeth Street en aquel taxi, Sasha no me pareció en absoluto una estrella, sino más bien una auténtica chiflada.

Observé su vestido con atención y cuando se percató de que la estaba mirando, esbozó una sonrisa y me obligó a tocarlo. «De elegante satén negro, cariño. ¡Tócalo! Su tacto es magnífico, tan suave... No obstante, me pareció un poco sobrio cuando Macy me lo trajo a casa, así que decidí añadirle algunos detalles de alta costura», se rio. Esos detalles de alta costura a los que se refería resultaron ser cuatro grandes y alargadas plumas de terciopelo rojo cosidas a la cintura, a juego con la chaqueta que ahora descansaba sobre mis hombros. Y entonces me enseñó sus zapatos: verdes, enormes, con un tacón considerable. Por lo que pude apreciar, supuse que debía de calzar un par de números más que yo. «Para triunfar en el mundo del espectáculo —empezó a decir— hay que destacar, sobresalir, hay que gritarle al cielo: “¡Aquí estoy yo y he venido para quedarme!”. Hay que ser la estrella que más brilla en el firmamento (un firmamento sucio y lleno de envidiosas constelaciones, cariño). Y sobre todo, hay que mantenerse muy alerta, siempre con los ojos abiertos, y cuidar de que no se apague nunca tu luz».

Aquella noche, antes de encontrarme, Sasha había interpretado en The Works la versión de Gloria Gaynor de Reach Out, I’ll be there, de los Four Tops, y había querido salir literalmente volando a abrazar a todos los desconsolados y solitarios que habían acudido allí para verla cantar; así que cuando llegó a la segunda estrofa y mencionó aquello de flotar a la deriva, Sasha no se lo pensó dos veces y se lanzó sobre el público. Nadie la cogió. Me imaginé la escena: Sasha aterrizando contra el suelo a cámara lenta. La música seguía sonando. Cuando se levantó, volvió al escenario y acabó la canción. Luego se marchó a su camerino, un cuchitril como cualquier otro —en palabras suyas—, y se miró en el espejo. Ella era una estrella. Y aquellos cabrones desagradecidos —de nuevo, sus palabras—, no la merecían. Ella era una estrella. Y de las grandes.

305 Elizabeth Street

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