Читать книгу 305 Elizabeth Street - Iván Canet Moreno - Страница 31

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—Me llamo Robert. Robert Easly —conseguí decir por fin.

Al escucharme hablar, Sasha se abalanzó sobre mí en un arrebato de alegría y me estrechó fuertemente entre sus brazos; un gesto que pilló desprevenido al conductor, que se sobresaltó y dio un ligero volantazo. Sasha regreso a su sitio de inmediato y tosió descaradamente a modo de queja. Seguidamente, volvió a sonreír.

—¡Yo soy Sasha! ¡Sólo Sasha! —me dijo ella.

—¿Sólo Sasha?

—Así es. Sólo Sasha. ¿Y sabes por qué me llamo así? —Negué con la cabeza. ¿Cómo pretendía que lo supiera si la acababa de conocer?—. ¡Por la gran Zsa Zsa Gabor! Aunque decidí eliminar las zetas de mi nombre, que son unas letras frías, rígidas y angulosas que en nada benefician la carrera de una gran artista como yo. Las eses, sin embargo, son distintas: voluptuosas, irradian sensualidad…

—¿Zsa Zsa Gabor? ¿Quién es Zsa Zsa Gabor? —pregunté extrañado, pues era la primera vez que escuchaba ese nombre.

—¿Que quién es Zsa Zsa Gabor? ¿Me acabas de preguntar quién es Zsa Zsa Gabor? ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡No me has podido preguntar eso! ¡Dime que no me has preguntado quién es Zsa Zsa Gabor! —Sasha abrió rápidamente su pequeño bolso y rebuscó en él hasta encontrar un minúsculo cortaúñas de metal que me entregó al segundo—. ¡Clávamela! ¡Coge esta daga y clávamela en el corazón! ¡Acaba conmigo de una vez por todas, porque si tú no eres capaz, lo haré yo!

Sasha empezó a hacer desmesurados aspavientos con las manos y me señaló en el pecho el lugar exacto donde quería que le clavara el cortaúñas, ahora reconvertido en daga. El conductor nos miró desconcertado a través del espejo retrovisor intentando adivinar qué diablos estaba pasando en la parte trasera de su vehículo. La escena me resultó tan surrealista que no puede evitar soltar una carcajada: estaba en el interior de un taxi en dirección desconocida, prácticamente desnudo, sosteniendo un cortaúñas en mi mano izquierda y con una desequilibrada mental sentada a mi lado.

—Ya era hora de que te rieras, cariño. Pensaba que la historia de mi caída del escenario lo conseguiría, pero veo que eres un hueso duro de roer —me quitó el cortaúñas y lo volvió a meter en el bolso—. Ahora en serio, ¿de verdad no sabes quién es Zsa Zsa Gabor?

—No.

—Veamos… Zsa Zsa Gabor es una de las mejores actrices que hemos tenido el privilegio de poder disfrutar, obviamente tú no, porque no la conoces, pero el resto de la población sí; además de ser una mujer de armas tomar. En cierta manera, ella y yo nos parecemos mucho: las dos somos inteligentes e ingeniosas, las dos compartimos cierta predilección por las joyas caras y a las dos se nos presuponen romances con algunos Rubirosas…

—¿Rubirosas?

—¿Es que no os enseñan nada en el colegio hoy en día?

—Fingió hallarse sumamente indignada—. Porfirio Rubirosa fue amante de Gabor durante una temporada y se le recuerda por su gran… talento —Sasha marcó entre sus dedos índices una distancia de unos treinta centímetros.

—Vaya… —no pude evitar sorprenderme.

—Tranquilo, cariño; las mujeres, por lo general, solemos conformarnos con mucho menos —dijo con una sonrisa algo

pícara—. Aunque hay algo en lo que Zsa Zsa y yo nunca, nunca nos pareceremos; algo que ella colecciona y que a mí no me interesa en absoluto…

—¿Coches de lujo?

—Maridos.

—¿Maridos?

—Zsa Zsa ha dado el «sí quiero» en siete ocasiones ya. Está el turco, el fundador de los hoteles Hilton, el actor de Eva al desnudo, el banquero… —Sasha se quedó pensativa durante unos instantes—, el empresario ése que decían que tenía petróleo también, por supuesto; el que diseñaba juguetes en Mattel y, actualmente, el abogado especializado en divorcios que conoció mientras se estaba divorciando del sexto, el de los juguetes. Es irónico que se haya casado con ella sabiendo su historial, ¿no crees? De todas formas, yo creo que éste no será ni el último ni el definitivo. Zsa Zsa es un pajarillo, y la naturaleza de los pajarillos no es la de vivir enjaulados, sino la de volar libres.

Sasha abrió de nuevo el bolso y extrajo, esta vez, un pintalabios color cereza con el que empezó a repasarse los labios.

—Cuando yo tenía más o menos tu edad… ¿Qué edad tienes, por cierto?

—Veintidós —contesté.

—Veintidós —repitió ella a medida que guardaba el pintalabios de nuevo—. Bien. Pues cuando yo tenía más o menos tu edad, fui a ver la película de John Houston acerca del Moulin Rouge. ¡París! ¡Oh, mon Dieu! Allí sí que sabían celebrar una fiesta por todo lo alto, con sus faldas al vuelo y sus cancanes y su música descontrolada y sus caballeros de buen ver. —Apoyó el cuello ligeramente sobre el reposacabezas del asiento y fijó su mirada en el techo de aquel taxi durante un par de segundos. Luego, me volvió a mirar a mí—. ¿Qué te estaba contando?

—El Moulin Rouge… —respondí sin saber muy bien hacia dónde iba aquella historia.

—¡Ah, sí! ¡La película del Moulin Rouge! Te estoy contando esto no porque se me haya ido la cabeza, cariño, sino porque en esa película actuaba la gran Zsa Zsa Gabor. Ella interpretaba el papel de Jane Avril, una de las musas que inspiraron al enano ése, el pintor… ése que tiene nombre de ciudad francesa y que siempre tomaba alguna copa de más… ¿Cómo se llamaba?

—¿Stewart? —bromeé. Sasha me miró sorprendida.

—¿De qué conoces tú a Stewart? —preguntó sorprendida.

—He presenciado uno de sus espectáculos…

—Y te ha sacado alguna moneda, ¿no? Algún día se buscará un problema gordo con la policía, aunque no es tan grave lo que hace. Hay muchas perso… ¡pero no me desvíes de la conversación, cariño, que pierdo el hilo! Veamos, ¿qué estaba diciendo?

—El enano del Moulin Rouge…

—¡Tolouse-Lautrec! ¡Eso! Se llamaba Toulouse-Lautrec. Gabor era su musa. Bueno, en realidad Jane Avril fue su musa, pero Gabor la interpretó, tú ya me entiendes. Estaba preciosa. Fue verla a ella en la gran pantalla, que en realidad era una pantalla más bien mediana, y enseguida lo supe: yo quería ser como ella, sería una musa; porque supe que yo también inspiraría a un gran artista algún día…

—¿Y lo has conseguido?

Sasha soltó una sonora carcajada.

—¡Por supuesto! ¡Cada noche inspiro a cientos de maricas desatadas!

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