Читать книгу 305 Elizabeth Street - Iván Canet Moreno - Страница 37
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ОглавлениеGuido me dio un abrazo y las buenas noches antes de marcharse a su habitación. Sasha recogió las tazas de café, el vaso de agua y la jarra, y me preguntó si quería que me trajera algo de la cocina, un vaso de leche caliente o unas galletas; luego insistió en que si me entraba hambre en mitad de la noche no dudara en levantarme y coger lo que quisiera: cereales, un sándwich, zumo de manzana… bueno, zumo de manzana no, porque se les había acabado. Le di las gracias y le dije que no se preocupara. Ella desapareció por el pasillo y regresó al cabo de unos minutos arrastrando una gran manta verde, que era incluso más grande que ella. El sofá, pese a lo desvencijado, era realmente cómodo. Coloqué los dos cojines encima de una de las sillas y me recosté apoyando la cabeza sobre uno de los reposabrazos.
—¿Seguro que no quieres nada? Creo que aún queda en la cocina un trozo del pastel de compota de melocotón que trajo Macy el lunes… —me ofreció antes de lanzarme la manta por encima y cubrirme por completo.
—Estoy bien, Sasha. Gracias —respondí—. No sé cómo voy a poder…
—¡Ni una palabra más! Esta noche, ya está todo dicho. —Sonrió ella.
—Pero…
—¡Nada! Lo que tienes que hacer ahora es dormir. Ya verás como mañana, cuando hayas descansado, lo ves todo mucho mejor. ¡De color rosa! —bromeó estirándose el batín.
Sasha se sentó por un momento en el sofá y me acarició la mejilla. Fue una sensación extraña, pero agradable.
—Cuando yo llegué a esta ciudad, hace más años de los que me gusta admitir, sentí un miedo descomunal. Estaba realmente acojonada, y por favor no le digas a Guido que he utilizado esta expresión porque de lo contrario no me lo podré quitar de encima en días. —Sonrió—. Yo también soy de un pequeño pueblo como tú, ¿sabes?
—¿Ah, sí? ¿De dónde?
—Eso no importa ahora, cariño. Lo que importa es que tienes que ser fuerte. Verás, aquí todo es rápido, violento, efímero; todo brilla más de lo normal y todo es más oscuro de lo que parece. —Sasha se quedó en silencio unos instantes—. Seguro que te has fijado ya en esa mesa. Posiblemente tiene más años que tú. Sus antiguos dueños pensaron que ya no servía para nada porque una de las patas era ligeramente más corta que las demás y se tambaleaba en exceso; por ese motivo se deshicieron de ella. La encontré hace años en un contenedor en Rivington con Chrystie, aquí a dos pasos. ¿Sabes qué es lo que más me gusta de ella? Que es fuerte. Quizá se tambalea, sí, pero nunca se viene abajo. Además… aquí es real.
—¿Es real? ¿Qué es real?
—Yo soy real.
La miré extrañado. Sasha se puso de pie.
—En esta ciudad yo soy quien quiero ser. Y si tú te lo propones, joven escritor, serás quien quieras ser. Buenas noches, cariño. —Se inclinó, me dio un beso en la frente, apagó la luz del salón y se fue a su habitación.
Me quedé mirando la tenue franja amarillenta que se proyectaba en el techo y que entraba por la ventana, proveniente de alguna de las farolas que todavía seguían despiertas. De vez en cuando el ruido de algún coche rompía el silencio que imperaba en el salón. Cerré los ojos e intenté dormir. La primera imagen que me vino a la mente fue aquella nevada tarde de diciembre en la que Vicky me enseñó un libro de poemas de Emily Dickinson y me leyó algunos mientras comíamos galletas de jengibre:
Bueno es soñar, pero mejor es despertar
si uno se despierta en la mañana,
si uno se despierta a medianoche mejor es
soñar con el amanecer.
No recordaba cómo seguía el poema. No importaba. De todas formas, ya me había quedado dormido.