Читать книгу 305 Elizabeth Street - Iván Canet Moreno - Страница 32

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El taxista detuvo el vehículo y nos anunció que ya habíamos llegado. La calle estaba bastante oscura y apenas un par de farolas permanecían encendidas; el resto se dividía entre las que no tenían bombilla, las que parecían haberse fundido y las que tenían demasiado sueño. El conductor echó una ojeada rápida al taxímetro y se giró hacia nosotros apoyando el codo sobre el respaldo de su asiento con la intención de cobrar la carrera. Sasha metió la mano por el escote de su vestido de negro satén y buscó en su sujetador un par de billetes arrugados con los que pagar el trayecto.

—Quédese con el cambio —le indicó Sasha.

—¿Cree que es correcto lo que está haciendo con el chico? —le preguntó él.

El taxista se dirigió hacia mí y me examinó de arriba abajo. De pronto me sentí profundamente incómodo ante la mirada de aquel hombre, por lo que traté de taparme tanto como pude, estirando la chaqueta de terciopelo rojo hasta las rodillas.

—¿Y qué es lo que estoy haciendo, exactamente? —preguntó Sasha.

—Usted sabrá, pero no es muy común sacar de la cama a un joven en calzoncillos para darle un paseo nocturno en taxi, ¿no cree? —El taxista volvió a mirar hacia delante y agarró el volante con las dos manos.

—¿Cómo se atreve? ¡A este chico le han pegado una paliza y lo han abandonado en el Washington Square Park! ¡Dígame usted qué haría, que habría hecho si…!

A medida que Sasha iba levantándole la voz al conductor mientras le relataba lo que me había ocurrido, empecé a sentirme algo mareado. El estómago me dio una punzada a modo de recordatorio del puñetazo que había recibido del Gordo y las rodillas empezaron a temblarme de nuevo. Hablar con Sasha me había hecho olvidar, por unos instantes, todo lo que había sucedido… pero allí estaba, otra vez, allí mismo. Abrí la puerta del taxi. Necesitaba salir. Necesitaba respirar.

—Claro, claro, no lo pongo en duda, pero uno ve tantas cosas en esta ciudad… —respondió el taxista.

—Ése es precisamente el problema de las personas como usted: que ven tantas cosas que han perdido el sentido de la humanidad. Buenas noches.

Sasha bajó del taxi y cerró con un sonoro y airado portazo. El taxista arrancó, dobló en la esquina con Houston Street y desapareció.

—¿Estás bien, cariño? —me preguntó mientras me sujetaba por la cintura.

—Sí —le contesté como pude.

Recorrimos un par de metros y entonces Sasha me señaló su casa: el 305 de Elizabeth Street; un edificio cuya fachada de color marrón se mostraba prácticamente en ruinas y escondida, quizá por pudor, tras una escalera de incendios de peldaños volados y barandillas oxidadas.

305 Elizabeth Street

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