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LA ISOTOPÍA La cuestión de la coherencia y de la cohesión

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La lectura y la interpretación de un texto se basan siempre en un postulado mínimo, según el cual todo texto ofrece una dimensión coherente y por lo menos una parte de sus constituyentes (palabras, frases o conjuntos de frases) pueden ser considerados como un todo portador de significación. Ese postulado es mínimo en el sentido en que no implica de ninguna manera la unicidad de sentido: cada interpretación construye su propia coherencia; pero es requerido por la mayor parte de las hermenéuticas literarias, con la excepción tal vez del método de la “deconstrucción” en algunas de sus aplicaciones, las cuales no quedan incluidas en las propuestas que siguen.

En cambio, la cohesión textual es generalmente considerada como un fenómeno más superficial, que depende de la gramática del texto. La cohesión estaría asegurada principalmente por las anáforas y por las catáforas con ayuda de las cuales, a partir de un punto cualquiera del texto, se puede hacer referencia, directa o indirectamente, con precisión o aproximadamente, a todos los demás puntos del mismo texto, hacia arriba (aná fora) o hacia abajo (catá fora). Las concordancias gramaticales, los conectores argumentativos, las diferentes formas de la “progresión temática” y la repetición de las mismas figuras concurren a lograr la cohesión textual. Por otro lado, la cohesión es también una guía de lectura, y sobre todo, un soporte para la memoria que la lectura exige; por consiguiente, no puede ser completamente ajena a la coherencia: la cohesión del texto ayuda a descubrir su coherencia. Como veremos más adelante, un texto que a primera vista parece hermético y difícil de interpretar no es un texto incoherente sino un texto cuya coherencia resulta difícilmente accesible porque han desaparecido los índices y las ayudas superficiales de las que depende su cohesión.

La semántica textual1 propone tratar esas dos nociones bajo un solo concepto, el concepto de isotopía. Pero la isotopía, definida como la redundancia de una categoría semántica en un discurso, a duras penas logra dar cuenta de fenómenos que escapan a la sola repetición, aunque sea implícita, de los contenidos. La isotopía es el contenido de la coherencia o de la cohesión, pero no indica de qué manera son producidos esos dos efectos. La isotopía, tal como es habitualmente abordada, es un factor de coherencia del discurso-enunciado; pero si uno se interesa además por el discurso en acto, bajo el control de una enunciación, es preciso preguntarse de qué modo el discurso pone en marcha esas isotopías, cómo las organiza, cómo las resalta o las disimula, las distingue o las entrelaza. Por esa razón, pretendemos proponer aquí una solución simple y homogénea para tratar el conjunto de esas cuestiones.

Texto y discurso

Necesitamos avanzar en primer lugar una distinción general, que será utilizada no solamente en el presente capítulo, sino también en todos los demás, a saber, la distinción entre texto y discurso.

El discurso es el proceso de significación, o, en otros términos, a la vez el acto y el producto de una enunciación particular y concretamente realizada.

El texto es la organización en una dimensión (texto lineal), en dos dimensiones (texto planar o tabular), o en más… de los elementos concretos que permiten expresar la significación del discurso.

Texto y discurso podrían ser considerados como dos puntos de vista diferentes sobre el mismo proceso de generación del sentido. En efecto, para una semiótica cuyos objetos de estudio no son los signos sino los conjuntos y las prácticas significantes, se abren dos perspectivas: (i) una perspectiva que consiste en construir progresivamente, a partir de reglas de construcción (semánticas, narrativas, etcétera) propias del plano del contenido, desde las articulaciones semánticas más simples hasta el conjunto de un enunciado complejo: esa es la perspectiva del discurso; (ii) una perspectiva que consiste en examinar cómo, a partir de reglas de construcción propias del plano de la expresión (lineal, tabular, verbal, no verbal, etcétera) esas reglas condicionan la formación de un conjunto significante: esa es la perspectiva del texto. Esta presentación bajo dos puntos de vista no debe ocultar el hecho de que las dos perspectivas están controladas por una misma enunciación, que las reúne en un solo conjunto de actos de significación.

El discurso se propone investir el texto con una significación intencional y coherente. El texto se propone tomar a su cargo el discurso para ofrecerlo a un lector o a un espectador que trata de aprehenderlo, y, para hacerlo, dispone de medios (expresiones, motivos, etcétera) convencionales o innovadores. Pero esos medios, las formas textuales, están disponibles para toda suerte de efectos de sentido, para toda suerte de coherencias discursivas: un motivo figurativo como el diario íntimo, por ejemplo, conocerá tantas significaciones como contextos diferentes de los que pase a formar parte; basta, para convencerse, con comparar los usos que de él se han hecho en Las relaciones peligrosas, en Le Horla o en El diario de Ana Frank.

Por tanto, si el discurs o se esfuerza por ser, si no mono-isótopo, al menos coherente, el texto, y las formas que lo componen, son en cambio y por definición pluri-isótopos. La negociación entre esas dos instancias se convierte así en un problema central de método en los estudios literarios; la polifonía, por ejemplo, es un concepto que permite conciliar la pluri-isotopía del texto con la coherencia discursiva: proyectando, como lo hace Bajtin,2 la pluri-isotopía textual sobre la pluralidad conflictiva de las enunciaciones, se puede postular que a cada isotopía textual le corresponde una sola coherencia discursiva.

La teoría de los puntos de vista (cf. capítulo siguiente) y de las perspectivas narrativas sería la versión menos comprometida de esa problemática, en el sentido en que el conflicto de las interpretaciones está regulado en ese caso por transiciones entre puntos de vista que se oponen o se alternan, que se contradicen o se complementan, es decir, que forman entre sí un sistema coherente en el discurso. En cambio, la intertextualidad (cf. capítulo “Intertextualidad”) es la versión más radical de esa misma problemática, puesto que consiste en plantear en principio que la pluri-isotopía textual resulta de la cohabitación no solo de varias coherencias discursivas subyacentes, sino de varios textos stricto sensu, convocados conjuntamente en la trama del texto analizado.

Coherencia, cohesión y congruencia se presentan a este respecto como las tres dimensiones de esa “negociación” entre las dos perspectivas semióticas que son el discurso y el texto.

La coherencia interesa a la orientación intencional del discurso, y da cuenta del hecho de que una enunciación coloque la pluri-isotopía del texto bajo el control de un solo universo de sentido, que puede ser aprehendido globalmente, incluso cuando no parece homogéneo.

La cohesión concierne a la organización del texto en secuencias y a los diversos procedimientos (encabalgamientos, inclusiones, paralelismos, simetrías, encadenamientos, etcétera) que ponen cada segmento textual bajo la dependencia de otros segmentos, próximos o distantes.

La congruencia introduce en el seno mismo de la pluri-isotopía textual homologías parciales entre diferentes capas de significación: se halla por tanto en el corazón mismo de la negociación entre la perspectiva textual y la perspectiva discursiva. En la medida en que diversos dominios de pertinencia —diversas isotopías— pueden ser concernidos, la congruencia facilita su superposición e introduce equivalencias locales; en último término, permite traducir cada uno de ellos en términos de los otros. En ese sentido, la congruencia es la traza directa de la actividad de la enunciación, considerada como la instancia responsable al mismo tiempo de la reunión del texto y del discurso, y del efecto global de totalización significante. Gran número de figuras retóricas (entre otras, la metáfora) participan de la congruencia, puesto que aseguran la conexión entre isotopías.

Las partes y el todo

Una manera tal vez más económica de abordar las cuestiones de método consiste en considerar los tres términos: cohesión, coherencia y congruencia, como otras tantas maneras diferentes de reunir partes para formar un todo. La noción de isotopía (literalmente: mismo lugar) cumple grosso modo ese oficio, puesto que permite tratar esos tres conceptos como variedades de la redundancia: la repetición, el eco, la reanudación de un tema, la reiteración de un valor semántico que hace que los elementos de una frase sean compatibles entre sí, los encadenamientos temáticos entre párrafos, etcétera, se convierten entonces en diferentes modos de construcción de la isotopía.

Sin embargo, la noción de isotopía tiene que ser precisada y completada al mismo tiempo. Precisada, pues tenemos todo el derecho a pensar que las distintas formas concretas de la redundancia pueden inducirefectos de sentido diferentes: basta con pensar en la multiplicidad de tipos de anáfora y de repetición inventariadas por la retórica clásica (una docena por lo menos) para convencerse de ello. Completada, porque al proyectar la coherencia y la cohesión sobre la redundancia únicamente, la noción de isotopía solo conserva una forma de asociación entre partes, aquella en la que todas las partes deben tener algo en común para formar un todo; sin embargo, existen otras formas posibles.3

Entre todas las formas de totalidades imaginables (principalmente en la perspectiva de ese dominio de la lógica que se llama la mereología),4 podríamos distinguir las tres siguientes, que presentan los contrastes más importantes:

1. La unidad es proporcionada por una sola parte: una única parte, diferente de todas las demás, está no obstante conectada con todas ellas; por ejemplo, un río enlaza todos los barrios de una ciudad.

2. La unidad es proporcionada por todas las partes: todas las partes poseen algo que les es común, sea una subparte, sea el género; por ejemplo, los animales de la misma especie forman un rebaño.

3. La unidad es proporcionada por grupos de partes: cada parte tiene algo en común con alguna otra parte por lo menos, en general con la más próxima; por ejemplo, un paisaje forma un todo porque el río discurre entre dos flancos de una colina, y el bosque recubre a la vez parte de la colina y parte de la llanura, bordeando el río, etcétera.

El tipo 1 corresponde por ejemplo a una progresión temática, en la cual la misma secuencia, o la misma figura repetida, sirve de tema a toda una serie de predicados diferentes: esos predicados forman entonces un todo porque se encuentran ligados entre sí por una parte diferente y conexa; corresponde también a la presencia constante de un esquema único subyacente, que enlaza motivos extraños los unos a los otros. La base continua de ciertos géneros musicales ofrecen una buena ilustración indirecta; así mismo, y más directamente, los ritmos textuales y una buena parte de los fenómenos llamados suprasegmentales; y también, un esquema como el de la “degración”, que en Viaje al final de la noche, de Céline (cf. último capítulo), infecta todas las situaciones narrativas por diferentes que sean las unas de las otras, y sin ser exclusivo de ninguna de ellas.

Ese tipo forma lo que llamaremos conglomerados, en el sentido en que las partes heterogéneas, constitutivas del todo, solo se unen entre ellas si otra parte, única y constante, les sirve de “enlace”.

El tipo 2 describe la repetición de una misma propiedad, específica o genérica, que pertenece en rigor a cada una de las partes de un texto. La anáfora es su más exacta realización, puesto que reposa en la presencia —que ella misma subraya— de una misma figura en una serie de enunciados. Numerosas figuras fonéticas (aliteraciones, asonancias, repeticiones de grupos fónicos) contribuyen igualmente a la formación de ese tipo. La isotopía en el sentido clásico del término, concebida como “redundancias de una categoría semántica”, se inscribe estrictamente en este tipo.

En ese caso, solo las propiedades comunes de las partes concernidas entran en juego, y no pueden ser percibidas si no es en contigüidad, o por una aproximación a distancia, y gracias a su sucesión (cf. la anáfora); se caracterizan, pues, por la permanencia de una identidad a pesar del cambio de lugar y de ambiente: diremos entonces que ese tipo forma series.

La diferencia entre los conglomerados y las series puede ser ilustrada con bastante claridad por medio de los dos roles clásicos de la rima: por un lado, la rima es una parte fonética común a diversas expresiones colocadas al final de los versos; por otra, permite la aproximación entre los contenidos semánticos respectivos de cada una de esas expresiones, que, sin la rima, no tendríamos razón alguna para aproximarlas. Desde un punto de vista fonético y prosódico, la rima constituye series puesto que reposa en la repetición de partes comunes; desde un punto de vista semántico, forma conglomerados, ya que es una parte simplemente conexa a varias otras.

El tipo 3 describe la organización en red, gracias a las relaciones locales, diferentes las unas de las otras, entre partes tomadas dos a dos, que proporciona, con todo, al conjunto una identidad reconocible. Los encadenamientos textuales reposan en conectores argumentativos, o en transiciones locales entre figuras, en deslizamientos metonímicos, en “asociaciones de ideas” o en condensaciones oníricas (cf. Freud),5 por dar algunos ejemplos posibles. Otras figuras fonéticas, como la paronomasia, contribuyen igualmente a la formación del tipo.

Siguiendo a Wittgenstein, que comparaba ese tipo de relaciones con las “semejanzas de familia”, llamaremos a esos conjuntos familia s.

En un sentido, la rima, que nos servía anteriormente para discriminar los conglomerados y las series, puede también, aunque desde otro punto de vista, engendrar familias: en la mayor parte de los casos, tenemos que ver no con una rima constante sino con un juego de rimas que agrupan los versos, de proximidad inmediata o a alguna distancia, en grupos de dos o de tres: en ese sentido, el poema está estructurado en familias de versos.

A cada uno de esos tres tipos de totalidades corresponde, para el lector, un tipo de captación enunciativa, que comporta sus propias estrategias y sus racionalidades diferentes. Algunos tipos autorizan inferencias regulares (las series), otros no (las familias); algunas captaciones necesitarán una previsión e inducirán una espera (conglomerados y series), otras una retrolectura (familias); algunas imponen un punto de vista global (conglomerados), otras toleran (series) y hasta imponen (familias) puntos de vista localizados. Más allá de eso, los conjuntos así constituidos podrán ser objeto de evaluaciones, y hasta de prescripciones normativas: por ejemplo, el discurso científico preferirá la serie, que permite un control estricto de las asociaciones y de los encadenamientos, y excluirá la familia como demasiado laxa. A la inversa, el discurso poético, principalmente el surrealista, acogerá de buen grado las asociaciones por familias.

Los tres diagramas que siguen a continuación permiten visualizar las diferencias de funcionamiento entre esos tres tipos de totalización. Los tres niveles de la totalización del sentido, la cohesión, la coherencia y la congruencia podría asumir, en ausencia de regla más precisa, cualquiera de esas tres formas: en teoría, los diferentes “puntos de vista” metodológicos que son el texto, el discurso y la enunciación, pueden adoptar las diferentes estrategias de formación de la totalidad del sentido. Pero el texto y el discurso son totalidades intencionales, y su elaboración específica, en particular desde el punto de vista de la lectura, impone justamente esas reglas complementarias que nos van a conducir a observar con atención esas tres dimensiones y sus estrategias de totalización.


El estudio que sigue tiene por objetivo responder a esta pregunta: ¿cuáles son las relaciones entre los modos de construcción de la totalidad semiótica (coherencia, cohesión, congruencia) y los tipos formales de totalidades (series, conglomerados, familias)?

Semiótica y literatura

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