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SEMIÓTICA DEL DISCURSO
ОглавлениеEn esa perspectiva, el análisis semiótico de los textos parte del principio de que todo discurso es no tanto un macro-signo o un conjunto de signos sino un proceso de significación asumido por una enunciación. La teoría semiótica es, pues, concebida para dar cuenta de las articulaciones del discurso considerado como un todo de significación. Para eso, debe, al menos, a fin de captarlo mejor, segmentar ese “todo de significación”. Uno de los métodos posibles consiste en reconocer en cada texto cierto número de unidades formales cuyos límites serían definidos por las diferentes “rupturas” que se pueden detectar en la lectura: rupturas espaciales, temporales, actoriales, temáticas, figurativas, etcétera. Pero esa diligencia, si bien es indispensable, tiene sus límites: encuentra a fin de cuentas la cuestión de las “unidades mínimas” y recae así en la división por signos, que trata de evitar a toda costa.
Por esa razón, la teoría semiótica ha adoptado otro tipo de segmentación a fin de captar mejor su objeto, sin desnaturalizarlo sin embargo: introduce un conjunto de niveles de significación; en lo esencial, y yendo de lo más abstracto a lo más concreto, esos niveles se identifican con las estructuras semánticas elementales, las estructuras actanciales y modales, las estructuras narrativas y temáticas y las estructuras figurativas. Cada nivel, del más abstracto al más concreto, se supone que es rearticulado en el siguiente nivel de manera más compleja.
Esa semiótica está orientada más que nada al análisis de los textos, de los conjuntos significantes, de los discursos vivientes y no al estudio de los signos propiamente dichos. Es natural, pues, que se interese desde muy pronto por los estudios del texto literario; pero hay que precisar enseguida que comenzó a asomarse al texto literario con los métodos (formalistas sobre todo) que se habían elaborado en el campo de los mitos y de los cuentos populares. En ese sentido, la semiótica literaria era una suerte de “antropología estructural” del texto literario. Iluminación nueva y fecunda, sin duda, pero que no podía satisfacer plenamente a los especialistas de la literatura.
La semiótica se convirtió progresivamente en una semiótica del discurso: con eso asume aquello a lo que estaba destinada desde un comienzo, es decir, a elaborar una teoría de los conjuntos significantes y no una teoría del signo; pero para lograrlo, necesitaba encontrar los instrumentos que le permitieran captar el discurso viviente, el discurso en trance de ser enunciado, el discurso que va inventando sus propias formas y que no se contenta con extraerlas de un “tesoro” preestablecido de estructuras, de motivos, de situaciones y de combinaciones. La semiótica ha llegado a ser una semiótica del discurso, devolviendo su lugar pleno al acto de enunciación, a las operaciones enunciativas, y no solamente a la representación del “personal” de enunciación (narradores, observadores, etcétera) en el texto: de ese modo, se encuentra ya en capacidad de abordar el discurso literario no solo como un enunciado con formas específicas, sino también como una enunciación particular, como un “habla literaria”, al decir de Jacques Geninasca.1