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CUADRADO SEMIÓTICO, RECORRIDO GENERATIVO, NARRATIVIDAD

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En esa perspectiva, el rol de los tres “pilares” de la teoría semiótica clásica, el cuadrado semiótico, la narratividad y el recorrido generativo, debe ser reevaluado.

El cuadrado semiótico es un esquema de categorización: hace explícitas las relaciones —contrariedad, contradicción, complementariedad (implicación)— que organizan y definen una categoría semántica. Una cosa es, por ejemplo, descubrir que en un texto los elementos “tierra” y “aire” entran en contraste y que difieren por eso de las series de figuras opuestas, y otra muy distinta identificar claramente la relación que las distingue (por ejemplo, la contrariedad), así como sus posiciones respectivas en el seno de la categoría de los elementos naturales, es decir, en las culturas de origen indo-europeo, en relación con “fuego” y con “agua”. Además, gracias a las operaciones lógico-semánticas que están asociadas a esas relaciones —la negación y la aserción—, el cuadrado semiótico proporciona igualmente un simulacro formal de la manera como cada categoría puede ser recorrida a lo largo del texto, creando el primer esbozo de lo que se convertirá luego en relato.

Pero el cuadrado semiótico no da cuenta del modo como la categoría adquiere forma a partir de la percepción, ni de la manera en que cada discurso es susceptible de inventar y de reformular sus propias categorías. Gracias al cuadrado semiótico, se podrá establecer la relación de contrariedad entre el elemento “tierra” y el elemento “aire”, o la contradicción entre el elemento “tierra” y el elemento “fuego”, pero eso no nos dirá “en nombre de qué” esas relaciones son constituidas de esa manera ni, por ejemplo, si esas posiciones están determinadas por la percepción de la solidez o de la fluidez, o más bien por la de la energía y de la inercia. Construir un cuadrado semiótico en el curso del análisis de un texto supone que tenemos que ver con una categoría estable, establecida, cuya formación está ya terminada; pero para dar cuenta de la manera como la percepción selecciona, reúne y ordena conjuntos de figuras para organizarlas en categorías, es preciso acudir a otros métodos y a otros modelos.

Si se examina, por ejemplo, el funcionamiento de una de las isotopías en un texto, se la puede considerar simplemente como la repetición de un contenido semántico, la cual, en cuanto tal, puede pasar por una “instrucción de lectura”. En ese caso, estamos adoptando el punto de vista del discurso-enunciado: el sentido se supone acabado; se lo puede reconstruir por lo tanto más tarde a partir de las isotopías dominantes del discurso, y cada una de ellas es susceptible de ser organizada por medio de un cuadrado semiótico. Pero podemos interesarnos también por la manera en que el discurso elabora sus diversas isotopías, de qué modo se presenta la recurrencia de los contenidos, cómo se establece, entre figuras diferentes, la relación que habrá de permitir reconocer en ellas un parentesco semántico; podemos examinar también el modo en que un texto asocia y disocia, agrega y disgrega sus figuras para comprender cómo se forman las isotopías en el proceso mismo de la enunciación. En ese caso, estamos adoptando el punto de vista del discurso en acto.

El recorrido generativo, por su parte, es un modelo de jerarquización de las categorías puestas en marcha en un discurso, desde las más abstractas, las estructuras elementales, hasta las más concretas, las estructuras figurativas del discurso. Permite, por tanto, situar el conjunto de las estructuras disponibles en el momento de una enunciación, unas con relación a otras; en ese sentido, es el simulacro formal de la “memoria” semiótica de un sujeto de enunciación en el momento en que enuncia.

Así, por ejemplo, la categoría [vida/muerte], que pertenece a las estructuras semánticas elementales, puede ser rearticulada en [conjunción/ disjunción] en el nivel de las estructuras actanciales y narrativas, gracias a la puesta en relación, en el seno mismo de la primera categoría, de un actante Sujeto susceptible de estar conjunto o disjunto con un actante Objeto, cuyo contenido es la “vida”. Los enunciados de junción son luego reagrupados para formar programas narrativos, que, en el presente ejemplo, serán programas de preservación, de pérdida o de reparación, y que pertenecen a las estructuras narrativas temáticas. Estas últimas, finalmente, se convertirán en estructuras “figurativas” cuando reciban determinaciones perceptivas, espaciales, temporales y actoriales: por ejemplo, la categoría elemental [vida/muerte] podría en este nivel, al término de su recorrido, aparecer bajo los aspectos visuales de la luz y de la oscuridad, o combinada con una variación temporal, con la sucesión del día y de la noche, del verano y del invierno. Esta ilustración simplificada describe el proceso generativo “ascendente”, el de la construcción de la significación; el proceso “descendente” sigue el camino opuesto, que corresponde al análisis concreto, el cual parte de las figuras directamente observables para llegar a las categorías abstractas subyacentes. Así, partiendo de [día/noche], distinción figurativa que podemos descubrir en un texto concreto, podríamos encontrar sucesivamente, y en orden inverso: [luz/obscuridad], [conjunción/disjunción], [vida/muerte], y más generalmente, [existencia/inexistencia].

Pero el recorrido generativo, tanto en sentido ascendente como descendente, no nos dice cómo procede la enunciación, cómo elige, combina, ordena, deforma o inventa las categorías: para eso, necesitamos otros instrumentos, es decir, es preciso conocer las operaciones de la praxis enunciativa. Concebir la enunciación como una praxis es admitir que las formas discursivas, elaboradas a partir de las categorías disponibles en el recorrido generativo pueden aparecer, desde el punto de vista del discurso en acto, como formas sui géneris.2 No por eso hemos de renunciar a la idea de que el discurso extrae de un “tesoro” colectivo formas y motivos; lo que sucede es que la convocación de las formas disponibles en la lengua y en la cultura no es más que una de las fases canónicas de la praxis enunciativa.

El pensamiento mítico, según Lévi-Strauss, no hace otra cosa: si bien toma sus materiales de conocimientos de prácticas y de tradiciones bien establecidas, se tornan irreconocibles en el discurso mítico una vez que el bricolage —versión lévi-straussiana de la praxis enunciativa3 ha hecho su labor. Ya sea en la relación que une u opone varios textos —en el caso de la intertextualidad o en el plano de una cultura en su conjunto, como cuando se trata del diálogo entre culturas o semiosferas, según Iuri Lotman—, los movimientos incesantes de las figuras, de los textos y de los lenguajes conducen a nuevas formas, textuales o culturales, cuyo origen atestiguado, es no obstante sistemáticamente abolido: a fin de cuentas, en el movimiento mismo de la vida de una cultura, las formas semióticas que en ella surgen aparecen también como sui generis.

Por consiguiente, si queremos dar cuenta del discurso literario en acto, y no solo de sus estructuras formales separadas de su enunciación, el punto de vista de la praxis enunciativa tiene que imponerse (en el sentido de “estar por encima” y no de “reemplazar”) al recorrido generativo.

La narratividad, finalmente, ha sido un principio organizador central en el análisis estructural de los años sesenta-setenta por razones históricas, pues se acababa de descubrir la “morfología” narrativa de Propp y de Lévi-Strauss, pero también por razones de fondo, ya que proporcionaba un principio de inteligibilidad para todo conjunto significante, cuya extensión fuera superior a la frase, y hasta para la frase misma.

Ese principio de inteligibilidad se basa, en efecto, entre otras cosas, en la noción de actante, que se difundió entonces con diversas denominaciones: valencias verbales (Tesnière4) casos semánticos (Fillmore5), roles dramáticos (Souriau), actantes narrativos (Greimas6), etcétera. Bajo ese punto de vista, toda predicación, ya sea que se limite a la frase o que afecte a un texto completo, expresada directamente por un verbo o indirectamente por una serie de transformaciones narrativas, comporta cierto número de “plazas” actanciales que forman eso que Tesnière y Fillmore llaman “escena” predicativa. Ese principio de explicación único permitía, por ejemplo, considerar la reducción de un amplio relato a un “relato mínimo” (Cf. G. Genette7), el cual adoptaba la forma y el tamaño de una simple frase: Marcel llega a ser escritor resumía de esa manera En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.

Esa reducción hacía posible al mismo tiempo una gramática narrativa de los textos: puesto que se podía justificar una determinada equivalencia entre una estructura narrativa tan simple como la de una frase y aquella otra, aparentemente más complicada, de un cuento o de una novela, resultaba posible formular el principio de inteligibilidad narrativa de todo discurso, apoyándose para ello en el conocimiento que se tenía de la predicación frásica. Dicho principio puede ser resumido en forma de una regla empírica: el sentido solo puede ser captado en su transformación.

Si se distinguen, como era habitual hacerlo en los años sesenta y setenta en lingüística, dos tipos de predicados: los predicados de estado (descriptivos) y los predicados de hacer (transformadores, narrativos), entonces el sentido narrativo se atribuye a los predicados de transformación, que enlazan dos predicados de estado. Ese principio comporta una cláusula filosófica, si no ideológica, a saber, que el sentido humano no es captable más que en el cambio, establecido posteriormente: no hay sentido “fijo”, asignado a una situación separada de todo contexto, a un estado único, a un término aislado; solo hay sentido en el paso de una situación a otra, de un estado a otro, y en la relación entre al menos dos términos.

Esta última observación nos remite a la primera: solo hay sentido en la diferencia entre los términos y no en los términos mismos, y como, en el discurso, los términos de una diferencia ocupan una posición cada uno, ese sentido no puede ser captado más que en el tránsito de una posición a otra, es decir, en la transformación, que se puede definir entonces como la versión sintagmática de la diferencia.

Pero la transformación solo puede ser reconocida después de hecha, una vez que se sabe en qué término segundo ha sido transformado el término primero, en qué situación final ha sido cambiada la situación inicial. Lo que quiere decir que aquello que es captado en el análisis narrativo es una transformación acabada, una significación ya conseguida y fijada en el texto y no una significación en acto, en trance de ser construida bajo el control de una enunciación presente y viviente.

La aproximación a los hechos narrativos en la perspectiva del discurso en acto requiere otros modelos, los cuales entablarán siempre estrechas relaciones con la enunciación.

Semiótica y literatura

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