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Remy y yo pusimos a Abe al tanto del caso Fultz, facilitándole los detalles que habíamos averiguado hasta el momento sobre Connie Fultz y Suzy Kang. Luego lo dejamos con el expediente del asesinato y el DVD de la gasolinera Valero y nos fuimos en busca de Suzy.

—Conduce tú —le dije a Remy.

—Claro, un momento —repuso a la vez que sacaba el móvil.

Mi compañera es una de las personas más inteligentes que he conocido, pero rara vez sabe dónde tiene las puñeteras llaves del coche. Hace poco compró uno de esos localizadores GPS y lo vinculó a todas sus pertenencias.

Oí un campanilleo procedente de entre los pliegues más profundos del sofá de mi despacho.

—Ya las tengo —gritó Remy al tiempo que cerraba la aplicación del móvil.

Luego nos dirigimos a lo que los polis llamamos las calles numeradas, un cuadrante de siete y medio por quince kilómetros cuadrados donde se planean, si no se cometen, la mitad de los crímenes en Mason Falls.

Remy había obtenido una dirección gracias a la matrícula del Honda Civic de Suzy Kang y esperábamos que la señorita Kang pudiera decirnos qué hacía en casa de Ennis Fultz. Si de hecho había estado allí.

Mi compañera me miró de reojo mientras conducía.

—Me ha sido imposible echarles un vistazo a los antecedentes juveniles de Suzy Kang, por cierto.

—¿Con quién has probado?

—Fescue —dijo, citando a un funcionario del centro.

—Envíale un texto a Abe —sugerí—. Él obtendrá la información.

Remy dobló por la Veintitrés y aminoró la marcha. Un motel verde y blanco de dos plantas de la década de los sesenta había sido reconvertido en apartamentos. La dirección vinculada con la matrícula indicaba el número 103.

Nos apeamos y Remy tendió las largas manos oscuras y se alisó las arrugas de los pantalones. Luego indicó con un gesto la estructura que teníamos delante.

—Parece un poco cutre para una mujer que tenía tratos con un multimillonario —comentó.

Delante del número 103, había una mujer sentada en una silla de jardín de plástico blanco con un paquete de tabaco Parliament en el suelo a su lado. Tenía la misma pinta que sesenta kilómetros de carretera chunga.

—¿Está Suzy Kang? —preguntó Remy.

La mujer era blanca y rondaba los treinta, con la cara curtida por el viento y sucia. Miró más allá de donde estaba Remy y sus ojos fueron a parar a mí.

—¿Para qué la buscan?

Remy mostró la placa.

—Su Honda Civic de 2008 fue robado —mintió—. Creemos que lo hemos encontrado.

Un adolescente cerca de allí plantó mal los pies sobre la tabla del skate, que golpeó con fuerza la acera y salió despedido de debajo de su cuerpo.

—¿Alguien ha robado esa chatarra? —La mujer sonrió, dejando a la vista el hueco donde le faltaba un diente en el lado derecho de la boca.

—¿Vive aquí Suzy? —insistió Remy.

La mujer aplastó la colilla contra el hormigón.

—No, pero igual tengo una dirección suya en alguna parte. Pasen.

La mujer sostuvo la puerta abierta, y Remy entró. Yo pasé detrás de ella, cogiendo la mosquitera y dejándola entornada.

En el interior, el mobiliario estaba desgastado. Solo había alguna que otra luz encendida. La mujer se quitó la guerrera verde guisante, y su olor corporal se propagó hasta nosotros.

—¿Cómo te llamas, encanto? —pregunté.

—Patty —dijo la mujer.

Vi una citación del tribunal superior en la encimera de la cocina. El sobre tenía más de un centímetro de grosor y estaba sin abrir. Iba dirigido a Patty Snade.

—¿Cuándo fue la última vez que viste a Suzy?

—Hará unos dos meses —respondió.

—Entonces, ¿antes vivía aquí? —indagó Remy.

—Qué va, aquí vive su hermano —contestó la mujer—. Él y yo nos dedicamos a rebuscar en los contenedores juntos. Suzy usa esta dirección para que le llegue el correo. Pasa por aquí a recogerlo todos los meses. Cuando está forrada, nos da unos cientos de pavos por las molestias.

—¿Dónde trabaja en la actualidad? —preguntó Remy.

La mujer no contestó. Se me quedó mirando, y pensé en lo que me dijo Connie Fultz sobre el cuero y el sadomaso. Y ahora Patty hablaba de Suzy «forrada» y con «cientos de pavos».

Decidí jugármela.

—¿Suzy sigue bailando? —pregunté.

Patty sonrió.

—Qué va, eso no le molaba. No es como nosotros, ya sabe.

Ladeé la cabeza.

—No, ¿a qué te refieres?

—No me refiero a nosotros, nosotros. —Nos señaló a Remy y a mí—. No era como yo y Wyatt, su hermano. Ella tiene clase, ¿sabe? No le gustaba que la manosearan tipos por calderilla.

—Sí —asentí—. Ya lo pillo.

Afuera, el skate volvió a golpear la acera, y esperamos.

Remy y yo teníamos un rollo en plan mudo; a veces nos quedábamos ahí plantados y manteníamos un silencio extraño. Lo llamamos «el rato CLPB», y por lo general, cuando nosotros nos callamos la puta boca, la gente empieza a hablar.

—Bueno, supongo que querrá saber si han encontrado su coche —dijo Patty al final.

—A eso hemos venido —dije—. Te suena eso de «proteger y servir», ¿verdad? Esta es la parte del servicio.

Saqué el móvil. Busqué la foto del vídeo de la gasolinera. Amplié la imagen más allá de donde se encontraba Suzy Kang de modo que solo se viera su coche.

—Este es el coche que hemos encontrado. —Giré el móvil para que lo viera Patty—. Algún capullo se deshizo del Honda en un concesionario de coches usados. El caso es que una vez que el concesionario vende el coche, ha pasado por demasiadas manos para que Suzy lo recupere. ¿Entiendes?

—Claro —dijo Patty—. Es lógico.

—Bueno, ¿tienes su dirección? —la insté.

—Se aloja en un sitio en el centro de Atlanta —respondió Patty—. Me parece que no tengo el número, pero su hermano dice que es fácil de encontrar. ¿Saben los bares esos en los que hay que entrar con chaqueta de invierno? ¿Esos en los que hace frío a propósito?

Miré a Remy.

—Fui una vez en una cita —comentó—. Es el Sub Zero Ice Bar. En Little Five Points.

—Bueno, Wyatt dice que vive justo enfrente.

Quería más información sobre Patty. Indiqué con un gesto el sobre del tribunal superior.

—¿Todo bien? —pregunté.

—No sé —dijo—. Eso creo.

Saqué una tarjeta de visita.

—Si te ves en un aprieto y necesitas ayuda con la fiscal del distrito, me llamas, ¿vale?

Patty cogió la tarjeta y al sonreír dejó a la vista otro hueco donde le faltaba un diente.

—El coche de Suzy —continué—. Es raro que estuviera tan al norte, si ella vive en Atlanta. Lo encontraron junto a la 906.

Patty lo pensó un segundo.

—Ah, sí, bueno, de un tiempo a esta parte va a ver a un tipo rico. Va a su casa donde el cañón y se queda a pasar el rato una vez a la semana. Charlan. —Patty me lanzó una mirada cargada de intención—. Hacen otras cosas, supongo.

Ahora empezaban a encajar las piezas: Suzy Kang y el viejo. Me vino a la cabeza algo que decía mi madre, que no hay mayor necio que un viejo necio.

—Es un modo de sacar pasta con un poco más de clase, ¿eh? —le dije a Patty.

—Desde luego —convino.

Saqué dos de veinte y se los dejé en la mano.

—Cuídate, ¿vale?

—Dios os bendiga.

Volvimos al Alfa.

—Ha sido un detalle por tu parte —señaló Remy—. Dejarle la tarjeta.

—Era la tarjeta de Merle —aclaré—. Esa tía olía como las que le van a él.

Remy sonrió y arrancó el Alfa.

—Bueno, ya sabemos cómo se gana la vida Suzy —comentó mi compañera.

Asentí.

—Vamos al concesionario. Patty lleva un mes sin ver a Suzy, pero esos tuvieron tratos con ella ayer mismo.

La maldad de los hombres buenos buenos

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