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La niña dio una boqueada y se le abrieron los ojos de par en par.

Estaba tendida en algo parecido a una tabla con una especie de ranura curva que iba de arriba abajo dividiéndola por la mitad.

Apareció una cara encima de ella. Era el hombre majo del tráiler, el que se había detenido detrás del Hyundai antes de que tuviera ocasión de alcanzarlos la Toyota.

—La niña está despierta —le gritó a alguien el hombre.

El hombre majo se acercó más. En sus gafas se reflejaba el parpadeo de luces azules y rojas.

—Aguanta un poco, cielo.

—Uno ha chocado con nosotros —masculló la niña.

—Creo que tu papá ha chocado contra el puente —dijo él—. Pero te vas a poner bien.

—Le he visto —insistió la niña—. Le he visto la cara.

El hombre majo se levantó como si no la oyera.

Oyó a alguien decir las palabras «pruebas preliminares» y pedir a gritos «otro corsé ortopédico».

Luego hablaba otra voz. Oyó la expresión «desfile de automóviles», y un bombero apareció encima de ella.

—Tranquila —dijo el bombero a la vez que levantaban su cuerpo—. Despacio. Despacio.

La niña intentó moverse, pero tenía el cuerpo sujeto con tiras de color naranja para que no se desplazara. Y notaba algo mullido alrededor de la cara y el cuello.

La volvieron a dejar en el suelo, y el hombre majo se inclinó sobre ella de nuevo.

—Creo que has sufrido una conmoción cerebral, señorita —dijo—. Intenta cerrar los ojos y descansar. Tienes golpes y moratones, pero te vas a poner bien.

Cerró los ojos tal como le decía el hombre.

Un instante después sintió que la levantaban otra vez. Parpadeó y vio que estaba dentro de una ambulancia.

Una voz nueva resonó ronca en el exterior.

—Eh, pasaba por aquí en coche. ¿Necesitáis ayuda?

—Claro —dijo el hombre majo—. No hay ningún poli.

La niña intentó mover la cabeza para ver a quién correspondía la voz ronca, pero no pudo. Estaba inmovilizada.

Entonces el hombre majo se fue, y el hombre de la voz ronca se asomó al interior de la ambulancia un momento. Le sostuvo la mirada, y la niña vio la misma cara que había visto en la camioneta blanca.

El hombre que había chocado contra ellos.

El hombre de la voz ronca desapareció entonces, y la niña intentó incorporarse, soltar las tiras de tela que la retenían, pero estaba paralizada, y la garganta le ardió cuando intentó hablar.

—Por cierto, ¿adónde vais a llevar a esta gente? —le preguntó a alguien la voz ronca—. ¿Van al hospital del condado?

La maldad de los hombres buenos buenos

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