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Importación de Automóviles Falls estaba ubicado en un terreno en la confluencia de la Séptima Avenida y la calle Treinta y Uno, a unos cinco minutos.

En la Treinta y Uno, señalé el aparcamiento con un gesto y Remy giró, accediendo a una zona de asfalto agrietado. En la otra punta del solar había un edificio blanco achaparrado. Delante de la estructura, cinco coches estaban dispuestos con el capó abierto, cada uno con un cartón blanco en el que había pintada en rojo una sola letra de modo que los cinco carteles formaran la palabra VENTA, visible a sesenta metros.

Aparcamos y fuimos hacia el edificio, pero a medio camino, un tipo alto con polo negro y pantalón caqui nos interceptó.

—¿Quieren deshacerse de ese viejo Alfa? —Sonrió y le tendió la mano a mi compañera—. Isaac —se presentó.

—Remy.

Era atractivo. De veintitantos y blanco, con el pelo casi rasurado en los lados y la nuca y alisado hacia atrás con algún producto por la parte superior. Su ropa más parecía la de un caddie en un club de golf.

—Isaac —dijo Remy—, a mí me enterrarán en ese coche. No hay la menor posibilidad de que lo venda.

El tipo se volvió hacia mí.

—Entonces es usted el que busca algo. A ver si lo adivino. Le van las camionetas, ¿verdad? ¿Silverado? ¿F-150?

—Sedán —dije—. Un Honda Civic de 2008.

Isaac se detuvo y sonrió por lo específico del modelo y la marca.

—Verde —dije al tiempo que le enseñaba la placa.

—Una investigación policial, ¿eh? Ya veo. Vendo mucho a polis.

Nos llevó por el concesionario en una dirección que rodeaba el edificio blanco por detrás.

—Díganme qué necesitan para su trabajo. —Movió las cejas arriba y abajo—. Y la próxima vez que busque una camioneta igual puede pasarse por aquí.

—Me parece razonable —repuse.

Isaac se detuvo y señaló el Honda de Suzy, delante de nosotros.

—Bien, lo compré legalmente, y comprobé la matriculación y su carné de identidad dos veces. Le hice una buena oferta, además.

—¿Le importa si echamos un vistazo dentro?

—Como en su casa.

Remy me alcanzó un par de guantes de látex, y nos pusimos manos a la obra.

—Ahora me dirán que usaron este coche en algún delito, ¿verdad? —comentó Isaac.

En vez de contestarle, nos limitamos a abrir las portezuelas.

—Acabamos de pasarle el aspirador —dijo—. Hacemos una comprobación de ciento diecinueve puntos en todos los coches que compramos. Desde los frenos a los neumáticos pasando por el motor. Este negocio tiene su reputación.

La buena noticia era que el concesionario de coches tenía la propiedad del vehículo, e Isaac nos había dado permiso para mirar el interior. La mala noticia era que nada de lo que encontráramos podría utilizarse como prueba. Había pasado por demasiadas manos.

El coche estaba vacío, cosa que era de esperar, porque Suzy Kang lo había limpiado y ahora también lo había hecho Isaac.

—¿Qué puede decirnos sobre la vendedora? —pregunté.

—Una chica coreana —dijo—. Quería comprarse algo más elegante.

—Entonces, ¿lo cambió por otro?

—Sí, claro, se llevó un Mercedes E350 de segunda mano. Uno de 2010. Con pocos kilómetros para esa antigüedad. Sesenta y seis mil. Ya sabe..., si necesita una camioneta con pocos kilómetros encima, le garantizo...

—¿Negoció una financiación con usted, Isaac? —indagué.

—No. —Sonrió—. Eso es lo más curioso. Este coche, además de nueve mil dólares en efectivo.

Remy había estado registrando el maletero, y asomó la cabeza.

—¿Efectivo efectivo? —se interesó mi compañera.

—Como un ladrillo —respondió Isaac—. Llevaba el dinero en el bolso. Al principio me alucinó un poco, tantos billetes de cien nuevecitos. Pero por su forma de vestir, ya saben... —Miró a Remy, que se había acercado.

—No tienes por qué andarte con miramientos, Isaac —dijo Remy, con esa voz sexi que pone a veces—. No soy tímida.

—Bueno, digamos que llevaba una faldita tan corta que casi se veía la tierra prometida —aclaró—. Y cuero. Vestía una de esas... —se pasó la mano por el pecho— tiras blancas.

—¿Un top sin tirantes? —sugirió Remy.

Isaac asintió.

—Entonces, ¿qué pensaste? —pregunté—. ¿Que era stripper? ¿Chica de compañía?

Levantó las manos.

—Eh, yo solo vendo coches, hombre.

—¿Usó el ladrillo entero? —indagó Remy—. ¿O los nueve de los grandes eran solo una parte de lo que llevaba encima?

—Ah, tenía más en el bolso —dijo—. Igual otros seis o siete. Todo en fajos, envueltos en plástico.

—Vamos a necesitar todos los detalles del Mercedes —señalé—. Matrícula, número de identificación del vehículo.

Isaac volvió a paso ligero al edificio blanco. Me senté en el asiento del pasajero del Honda y miré a mi compañera.

—¿Estás pensando lo mismo que yo?

Remy había sacado el móvil y estaba buscando algo.

—¿Que esa dejó limpio el horno de la casa de Ennis? —preguntó a su vez Remy—. ¿Que sacó la pala y desenterró la pasta de Ennis?

—No solo eso —señalé—. Debía de ser una habitual. Para hacerlo todo. Y entrar y salir tan rápido.

Abrí la guantera, donde estaba el manual original del Civic.

Hojeé el libro. Entre dos páginas había tres o cuatro copias del mismo folleto satinado, con una cubierta en la que se veía una pierna de mujer cubierta con correas de cuero. Decadencia, decía el folleto, junto con una dirección en un área residencial a las afueras de Atlanta.

—El jefe no parece muy contento, P. T. —comentó Remy.

Levanté la vista. Isaac volvía acompañado de un tipo mayor.

Miré el contenido de un folleto. Decadencia no era un bar de estriptis. Era un club privado. Una mazmorra dedicada al sexo.

—He entrado en el sitio web del concesionario —dijo Remy, que levantó el móvil y me enseñó la foto de un Mercedes E350 blanco. Oí el ruidito del móvil de Remy al hacer una captura de pantalla—. El coche que compró Suzy, P. T. —continuó mi compañera—. Todavía no lo han quitado de la web. Tengo la matrícula y el número de identificación aquí mismo.

Volví la espalda al jefe que se acercaba y me guardé uno de los folletos en el bolsillo de la chaqueta de sport. Luego dejé el manual y los demás folletos donde estaban.

—Inspectores —saludó el hombre mayor—. Me llamo Dave Kurtin. Soy el jefe de ventas. ¿Tienen una orden de registro para este coche?

—No —reconocí—. Pero su colega Isaac ha tenido la amabilidad de darnos permiso.

El tipo mayor se volvió hacia Isaac.

—Bueno, pues permítame que lo revoque. Esto es propiedad privada. Si quieren hacer algo aquí, tendrán que presentar una solicitud formal. Supongo que saben cómo hacerlo, ¿verdad?

Sonreí. Hay gente a la que no le gustan los polis.

—Vamos a pedir una orden para la pasta que les dio Suzy Kang —advertí—. Tenemos que comprobar los números de serie.

El tipo mayor señaló la pequeña caravana blanca al fondo del terreno.

—¿Creen que dejamos tanta pasta por la noche en un barrio como este? La llevamos al banco en cuanto esa mujer se fue.

Paseé la mirada por el lugar. Lo más probable era que la mitad de sus ventas se hicieran al contado. Si el dinero de Suzy ya estaba en el banco, estaría mezclado con otros ingresos y sería imposible relacionarlo legalmente con Fultz.

Me di la vuelta —no hacía falta que esos dos se percataran de mi frustración—, pero procuré tener presente que al menos Remy tenía el número de identificación del coche nuevo.

Me giré de nuevo.

—Gracias por su tiempo, señores.

—Venga a verme cuando quiera esa camioneta —me recordó Isaac.

Nos montamos de nuevo en el Alfa y abandonamos el concesionario, hablando de lo que poseíamos sobre Suzy Kang y lo que nos faltaba. En realidad, era lo más parecido que teníamos a un sospechoso. Al mismo tiempo, no era más que una persona de interés. Y el principal motivo era que todo lo que habíamos elaborado hasta ahora se basaba en suposiciones.

Suponíamos que Suzy era una chica de compañía, pero no tenía antecedentes. Suponíamos que le había robado a Ennis Fultz, pero no teníamos ninguna prueba de que el dinero con el que había comprado el coche no fuera suyo. Y suponíamos que el robo del dinero fue el motivo por el que mató al viejo.

—Bueno, si estamos en lo cierto —dijo Remy—, aún tiene un montón de billetes de cien quemándole en el bolsillo. Suponiendo que Fultz sacara todo el dinero de su banco, habrían pedido más efectivo a la central, ¿no?

—Para cantidades elevadas, claro.

—Así que o bien Fultz o bien su banco debieron de anotar los números de serie.

—Es posible —reconocí.

Me refería a que, si encontrábamos a Suzy con la pasta encima, podríamos rastrear esos números de serie hasta lo que había retirado Ennis Fultz, convirtiéndola así en nuestra ladrona y sospechosa de asesinato.

También me refería a que, si no la atrapábamos con la pasta, íbamos a ir de culo.

—Entonces, ¿qué harías tú en su lugar? —preguntó Remy.

—¿Para blanquear el dinero? —Me encogí de hombros—. Iría a algún lugar donde el cambio de un montón de pasta no aparezca en el radar de nadie.

—¿Un casino? —sugirió Remy.

—No es mala idea —dije—. Se cambia la pasta por fichas. Se está en la sala de juego un par de horas y se vuelve a cambiar. El único problema —observé— es que el más cercano se encuentra en Carolina del Norte. A cinco horas de aquí.

Había otros sitios en los que apostar, pero a menos que fueras un degenerado y estuvieras al corriente de cómo moverte al margen de la ley, Georgia había sido estricto a la hora de impedir la entrada al estado a cualquier tipo de juego.

—Suzy es coreana, ¿verdad? —dijo Remy—. La aerolínea Korean Air opera en el aeropuerto de Hartsfield-Jackson. Si vive en Little Five Points, le queda a veinte minutos.

Vi adónde quería ir a parar Remy.

—Igual tiene familia en el extranjero —observé—. ¿Se larga de la ciudad? ¿Cambia el dinero en algún otro sitio, donde nadie la conozca, ni le importe?

—Es una teoría —dijo Remy.

—Pero entonces, ¿para qué ventilarse nueve de los grandes en efectivo en comprarse el Mercedes?

Mi compañera se encogió de hombros, y entonces llamé a Abe, que estaba en comisaría.

—Qué pasa, socio —dijo, una expresión habitual de su lugar de origen, Luisiana.

—¿Conoces a algún poli que trabaje en Hartsfield-Jackson?

—¿Va descalzo un perro callejero? —repuso Abe—. Dime lo que necesitas y me pondré en marcha.

Señalé en dirección al aeropuerto, y Remy fue en busca del carril central, girando el volante a la izquierda hacia la interestatal.

Le pedí a Abe que revisara los manifiestos de vuelo, a ver si Suzy había reservado un billete en las últimas veinticuatro horas. Mientras tanto, continuamos hacia el sur. Tanto el aeropuerto como el domicilio de Suzy en Little Five Points quedaban en la misma dirección.

Remy se desvió hacia la rampa de acceso, y pasamos por delante de un pequeño lago de fétida agua verdosa al borde de la carretera. En un extremo había un esquife de cinco metros, ensartado en un árbol que crecía por mitad del casco.

Consulté el móvil, y Remy me miró de soslayo.

—¿Has quedado en algún sitio, novato?

Sonreí. Era una frase que solía decirle cuando empezamos a trabajar juntos.

—¿Tienes una cita especial? —añadió.

Que era lo que siempre decía yo a continuación.

No pude por menos de reír.

—Me temo que eso es territorio tuyo —dije—. Sarah y yo ya le hemos pillado ritmo a lo nuestro.

—¿Buen ritmo o malo?

Sarah trabajaba con Remy y conmigo a diario, por eso en cuanto lo saqué a relucir, lamenté haber dicho nada.

—Vamos a cambiar de tema —sugerí.

Pero Remy era como yo. Y la mayoría de los bull terriers. Cuando tenía algo, no lo soltaba.

—Cuánto lleváis juntos, ¿cinco meses? —se interesó Remy.

Al no contestarle, me lanzó una mirada.

—Como mujeres, ya sabes, tenemos ciertos puntos de control.

—¿Y eso qué quiere decir?

—No vive contigo, ¿verdad?

—No —dije—. No de manera oficial.

—¿No de manera oficial? —Remy meneó la cabeza—. Qué respuesta tan típica de hombre.

—Bueno. —Reí—. Soy más o menos hombre.

—¿Qué tiene? —preguntó Remy—. ¿Un cajón?

—Tiene toda una cómoda. —Me encogí de hombros—. Espacio no me falta. En enero vino la hermana de Lena y se llevó todas sus cosas.

Remy me lanzó una mirada cargada de intención.

—¿Te lo estás pasando bien con Sarah, pillas cacho y tal?

A veces mi compañera se comporta más como un hombre que yo.

—No te pongas en ese plan —le advertí.

—Bueno, tu problema es que esa casa tuya es un museo, jefe. Sarah es una mujer hecha y derecha. Si quieres que el asunto funcione con ella, y esté allí, aunque solo sea la mitad del tiempo, necesitáis algo que sea «vuestro», y no cosas viejas.

Mi móvil emitió un zumbido, y cambié de tercio encantado poniendo a Abe por el altavoz.

—¿Has encontrado a un poli del aeropuerto?

—He hecho algo mejor —repuso—. Suzy Kang compró un billete de ida a Fort Lauderdale. En Spirit Airlines.

Solo quedaban veinte minutos para la hora de salida que nos facilitó Abe, conque fuimos al aeropuerto a toda velocidad, nos pusimos en contacto con un poli llamado Brodovic y cruzamos la terminal sin perder un instante.

Llegamos a la puerta D3 justo después de que despegara el avión.

—Mierda —dije, sin aliento.

—Por lo menos sabemos dónde está —señaló Remy, respirando tranquilamente—. Podemos solicitar que la detenga la policía del aeropuerto al aterrizar.

Brodovic se nos acercó. Había estado hablando con la empleada en la puerta de embarque de Spirit, y tenía el ceño fruncido.

—Me parece que no ha subido a ese avión.

Miré a Brodovic con los ojos entornados.

—¿Seguro?

—La han llamado por megafonía en varias ocasiones. No se ha presentado.

Me apoyé en los grandes ventanales que daban a las pistas de aterrizaje. ¿Por qué coño iba a comprar alguien un billete hacía una hora para luego no usarlo?

Pensé en la elección de la aerolínea y el destino.

Spirit era una compañía low-cost, y Fort Lauderdale era probablemente el destino del billete más barato que vendían.

—No tenía intención de volar —observé—. Quería acceder a la terminal.

—¿Para qué? —se interesó Remy.

—¿Se puede cambiar divisas en el aeropuerto? —le pregunté a Brodovic.

—Hay un sitio justo a la vuelta de la esquina —dijo el corpulento poli. Nos llevó a un Travel-Xchange que tenía un pequeño quiosco empotrado en la pared. Le enseñamos a la mujer del mostrador una fotografía de Suzy.

—Sí, ha estado aquí hace una hora. Ha cambiado unos seis de los grandes en moneda de Hong Kong.

Intenté imaginarme a Suzy deambulando por el aeropuerto.

—¿Se dirigió hacia las puertas de embarque como si fuera a tomar un vuelo?

La mujer se encogió de hombros.

—No lo recuerdo.

—El dinero que trajo —pregunté—. ¿Todo en billetes de cien?

La empleada asintió. El dinero que había visto Isaac en el concesionario.

—Necesitamos los números de serie de esos billetes —le dijo Remy a la cajera. Señaló la cámara de vigilancia enfocada hacia nosotros—. Y la grabación de esa cámara.

—Claro —accedió la mujer—. Pero yo necesito una orden de registro.

Remy sacó la tableta y empezó a gestionar el papeleo. Yo me retiré un poco, mirando el largo pasaje de salida del vestíbulo D.

En el caso de que Suzy hubiera tenido un billete a Hong Kong, Abe ya habría localizado ese vuelo.

Yo había empezado mi carrera en Robos, hacía años, lo que fue un don del cielo, porque la mejor manera de aprender sobre las personas es estudiar a los ladrones.

El caso es que los homicidios ocurren por alguna razón: rencor, celos y demás. Pero el robo es un delito relacionado con la oportunidad. La única manera de resolverlo es pensar de manera oportunista, como un delincuente.

Me volví hacia la cajera en la ventanilla.

—¿Hay algún otro Travel-Xchange en el aeropuerto?

—Claro. —La mujer señaló—. En el vestíbulo E.

Fuimos en esa dirección, y tal como había supuesto yo, Suzy había cambiado de nuevo los dólares de Hong Kong por divisa estadounidense. Había blanqueado el dinero, a cambio de cinco puntos de interés por dólar.

Brodovic conocía mejor a la mujer de la segunda ventanilla de cambio y flirteó con ella.

—Beth es un encanto —nos dijo mientras le sonreía a la rubia—. Una de las buenas.

Decidí servirme de su buena relación con la cajera a nuestro favor.

—¿Qué tal si nos dejas echar un vistazo a la grabación de esa cámara?

Beth miró a Brodovic y se encogió de hombros.

—Puedo rebobinar la grabación y mirarla. Si resulta que estáis aquí y la veis, pues la veis.

Rebobinó el vídeo, y vimos a Suzy Kang delante de la ventanilla. Amontonaba la divisa roja y verde en el mostrador y le entregaba el dinero a Beth.

—Esos dos —comentó Remy mientras mirábamos—, con Suzy robando y Ennis acostándose con ella y su exmujer el mismo día, están hechos el uno para el otro.

—Tienen todas las cualidades de los buenos perros —observé—. Menos la lealtad.

Nos apresuramos a buscar a Suzy en la dirección cerca del bar refrigerado en el centro de la ciudad.

Teníamos suficiente para que Abe obtuviera una orden judicial para el registro de la primera ventanilla de cambio de divisas, lo que nos permitiría conseguir los números de serie del dinero en efectivo.

Con Suzy en el vídeo y lo que nos había facilitado Isaac en el concesionario, lo único que teníamos que hacer era localizar a Suzy con uno de los billetes de cien de Fultz o el dinero recién blanqueado y podríamos plantarle las esposas.

Game over. Caso cerrado.

La maldad de los hombres buenos buenos

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